“La yuca de Balconcillo”, por Pedro Ortiz Bisso
“La yuca de Balconcillo”, por Pedro Ortiz Bisso
Pedro Ortiz Bisso

Antes de que Gastón las pusiera de moda, las yuquitas de Palermo eran ya el emblema de Balconcillo. De masa noble y chiclosa, los bastoncillos anaranjados atraían a miles cuando la asepsia era palabra desconocida, sus cocineros no vestían de blanco, y en la televisión no se hablaba de su hipnótico sabor dulzón.

En realidad, hay algo que hace más reconocible a Balconcillo, al menos para los que hemos vivido alguna vez allí: los huecos de sus pistas. La superficie lunar de sus calles se hizo manifiesta en la década del 70 a causa del paso descontrolado de vehículos de distinto peso, incluyendo microbuses, y la perenne falta de mantenimiento. Cuando tengo la oportunidad de volver, aún reconozco las hendiduras que hacían que mi antigua Viniball azul tomara otra dirección durante las pichangas vespertinas; también siguen ahí las champas de asfalto que fungían de arcos imaginarios. Nada parece haber cambiado.

Uno de los pocos esfuerzos municipales por tapar los cráteres que no cesaban de aparecer fue obra de un alcalde de la época del gobierno militar, quien pidió a los talleres mecánicos de la zona que vertieran aceite quemado sobre los baches (¡!). Luego, poco o nada más se hizo, quizá porque era un barrio clasemediero, algo pobretón, pero sin las necesidades de otros vecindarios victorianos como El Porvenir, Matute o los alrededores de las avenidas Aviación y Manco Cápac.

Cincuenta y nueve años después de su fundación, al fin un alcalde metropolitano se acordó de Balconcillo, pero lo ha hecho para acometer un despropósito mayor. Porque construir un viaducto en medio de una urbanización, a través de una alameda –la avenida Las Américas–, no tiene otro calificativo. En lugar de repavimentar las pistas, mejorar la señalética, reorganizar el tránsito y recuperar las áreas verdes, la Municipalidad de Lima pretende unir la avenida Nicolás Arriola con el Paseo de la República con una cicatriz de cemento, sin tener en cuenta cómo afectará el paisaje urbano ni cómo les cambiará la vida a quienes viven en la zona.

Lo extraño es que el proyecto –que podría empezar a ejecutarse el próximo año– forma parte del Presupuesto Participativo 2017, es decir, es una iniciativa ciudadana. Sin embargo, los vecinos de Balconcillo no saben a quién se le ocurrió, en qué consiste, ni mucho menos quién está detrás.

Lima urge mejorar su infraestructura vial. Existen proyectos indispensables como el anillo vial periférico –una suerte de avenida circunvalación para el tránsito pesado–, la ampliación de la Vía Expresa y la modernización de la avenida Javier Prado que ayudarán a hacer más soportable la vida en la ciudad.

Pero eso no puede ser justificación para perpetrar estropicios urbanos, en la absoluta penumbra, sin informar a los directamente afectados. Esto más parece una yuca que para nada tiene un sabor dulzón.

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