Alberto Vargas: 120 años del nacimiento del rey de las pin ups
Alberto Vargas: 120 años del nacimiento del rey de las pin ups
Enrique Planas

Modelos anónimas de cabello ondulado y mucho maquillaje, engañosamente ingenuas, de transparente lencería y pies  afilados por stilettos de taco aguja. ‘Pin-ups’ no de calendario de taller mecánico, sino sofisticadas protagonistas de portadas y páginas interiores de revistas como “Playboy” o “Esquire”. El trabajo del peruano Alberto Vargas definió la belleza femenina en los Estados Unidos de la década del 40: sensualidad, inocencia y sugerencia.

Sin embargo, Max T. Vargas, su padre y pionero de la fotografía, habría esperado que su destino fuera otro. Como nos recuerda el investigador Andrés Garay, en 1912 don Max había dejado en Suiza a sus hijos Alberto y Maximiliano Jr. para que cursaran sus estudios en fotografía y volvieran luego a casa para hacerse cargo del estudio fotográfico en Arequipa. “Pero ellos no regresaron, y Max sacó adelante el estudio hasta 1920, cuando abandonó la ciudad para instalarse en La Paz, hasta entrados los años 30. Luego se instaló en Lima hasta su muerte, olvidado y solo, en 1959”, dice el experto.

Garay descubrió en la colección Sijbrand Kuiper, en Ámsterdam, una invitación a la primera muestra de Alberto Vargas en Arequipa, ilustrada con uno de sus primeros dibujos femeninos. Este documento revela un dato inédito: la comunicación que mantuvieron el padre fotógrafo y el hijo dibujante. “Meses antes de que Max T. Vargas abandonara Arequipa, le organizó a Alberto esta exposición de dibujos realizados en 1918, como se indica en el margen superior derecho de la invitación”, explica. La imagen arroja un par de detalles destacables: el joven Alberto firma como “Albert”, y la muchacha –quien se señala a sí misma con el dedo– parece preguntar con coquetería: “Me?”. “Todo está en inglés, pues, al parecer, ya estaba desarrollando su carrera en Estados Unidos”, señala Garay.

LA BELLEZA EN SUS OJOS
Pero Alberto Vargas estaba destinado para grandes cosas. Aprendidas de su padre las técnicas del retoque de negativos y el uso del aerógrafo, encontró su primer trabajo en la ilustración de moda, además de retratar a las bailarinas de la compañía Ziegfeld Follies para el vestíbulo del Teatro New Amsterdam en Nueva York. En esos años conocería a una de sus primeras modelos, musa y futura esposa, Anna Mae Clift, corista rubia de Tennessee. Ambos trabajaron juntos por primera vez en 1917 y se casaron una década después.

Los alocados años veinte mantuvieron a Alberto ocupado mientras perfeccionaba su oficio. Sin embargo, la llegada de la Gran Depresión acabó con su vida de artista independiente. Sin dinero y recién casados, ambos emprendieron viaje al oeste con la esperanza de encontrar un trabajo en los estudios de cine de Hollywood. En un inicio, consiguió encargos para estudios como 20th Century Fox y Warner Bros., tanto afiches de películas como retratos de estrellas como Shirley Temple, Greta Garbo, Ann Sheridan, Linda Darnell, Ava Gardner o Marilyn Monroe. 

Sin embargo, su buena estrella en Hollywood cambió en 1939, tras participar en una huelga junto con sus compañeros de oficio. El carácter del arequipeño afloró al denunciar los maltratos y pagos injustos, pero con la presión gremial solo consiguió ser incluido en la lista negra del estudio. Sin empleo, Vargas volvió a Nueva York.
Por entonces, el editor de la revista “Esquire” buscaba un reemplazo para el dibujante George Petty, enormemente popular por sus chicas de calendario. Alberto se convirtió en el reemplazo perfecto. Su primer trabajo en la revista se publicó en 1940. A partir de entonces, las cartas de los lectores inundaron la redacción pidiendo más ‘Varga Girls’ (el nombre asignado por la revista es sin la ‘s’ final del apellido).

Vargas también trabajó en proyectos independientes de publicidad y calendarios que resultaron un éxito. Se convirtió, así, en el dibujante más popular entre los soldados estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, quienes llevaron sus icónicas ‘pin-ups’ tatuadas en sus brazos o reproducidas sobre el fuselaje de los aviones bombarderos.

Pero la relación con “Esquire”  también se vería comprometida por una serie de contratos injustos para el artista. En 1953, Hugh Hefner lo mandó llamar de Chicago para contar con sus preciosas ‘Chicas Vargas’, y el artista aceptó sin dudarlo. Permaneció  en “Playboy” por más de dos décadas, una estabilidad inigualable en la que mostró su talento. Una felicidad creadora que solo conocería el declive tras la muerte de su musa, Anna Mae, en noviembre del 1974, tras 44 años de matrimonio. Con ello, Vargas perdió gran parte de su interés por la pintura. Tras su muerte en 1983, su enorme colección de originales es protegida por su sobrino, Max Vargas III. Larga vida al rey de las ‘pin-ups’.

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