Fue llamado el pintor perfecto. Y su obra, diseminada por los museos del mundo entero, sigue desconcertando por la precisión del detalle, el colorido y la humanidad que se desprende de cada imagen. Más allá aun, la espiritualidad de sus figuras sagradas no dejan de conmovernos. Sin embargo, en los siglos recientes Andrea del Sarto (1486-1530) fue dejado de lado. Los historiadores y estudiosos se abocaron a Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, prefiriéndolos sobre otros nombres del arte italiano de entonces. Del Sarto quedó oculto, a la espera de despertar el interés que tuvo en vida e incluso después, como cuando el poeta Robert Browning compuso el magnífico poema “Andrea del Sarto” (1855), un monólogo donde el artista reflexiona sobre su poder creador y las miserias de este mundo.
Hoy, dos museos de Nueva York se unen al nuevo entusiasmo que el pintor perfecto viene despertando. El Museo Metropolitano presenta “La sagrada familia Borgherini de Andrea del Sarto” y en simultáneo la Colección Frick exhibe “Andrea del Sarto: The Renaissance Workshop in Action”. La primera es un estudio comparativo entre dos pinturas del maestro, acompañadas de documentos y objetos de la época. La segunda es una exposición de dibujos preparatorios para las diversas obras que el pintor realizó en su tiempo, dejando claro el minucioso trabajo previo del artista renacentista para conseguir la perfección. A esta segunda exposición la acompañan tres pinturas procedentes de diferentes colecciones.
EL HIJO DEL SASTRE
La primera vez que presté atención al nombre de Andrea del Sarto no fue en los museos ni en los libros de arte. Fue más bien en una de mis películas favoritas, “El retrato de Jennie” (1948), de William Dieterle. En ella se discute el genio creativo de un pintor, y una vieja galerista interpretada por Ethel Barrymore lo menciona: “Andrea del Sarto, el pintor perfecto… Proporción, anatomía, color. Él lo tenía todo y a la vez nada. Pintó una mano perfecta, mientras que Rafael dibujó una garra amorfa. Pero Rafael amaba su trabajo. ¡Pobre Andrea!”.
Nació con el nombre de Andrea d’Agnolo, aunque lo apodaron ‘Del Sarto’ por la profesión de su padre, sastre. Desde sus primeros años de aprendizaje llamó la atención por el cuidado de su trabajo, y en los años siguientes sus obras eran disputadas por las grandes autoridades de la Iglesia y los coleccionistas privados. Sin embargo, la imagen que nos ha quedado es la de un ser melancólico, tímido e incapaz de imponer sus ideas con personalidad. Browning, pese a la belleza de sus versos, dejó de él la triste imagen de un hombre que no encuentra ni en el arte el refugio frente a una situación tan dolorosa como las continuas infidelidades de su esposa. En cuanto a Vasari, el biógrafo de los grandes maestros del Renacimiento, su descripción es ambivalente: “[Andrea del Sarto] en quien la naturaleza y el arte mostraron lo que la pintura puede hacer mediante el dibujo, el colorido y la invención”. Y afirma que “su timidez y su índole más bien modesta y sencilla no permitieron que afloraran en él cierto ardor vivaz ni el coraje que, sumadas a las otras partes, hubieran podido convertirlo en un pintor en verdad divino”. Lo llamó “el pintor perfecto”, “libre de errores”, pero subrayó justamente su poca ambición como único y determinante defecto. Vasari estaba siendo irónico.
MISTERIOS DE LA 'MADONNA'
Para algunos agudos observadores, la imagen de “La caridad” que forma parte de la National Gallery de Washington D.C. se parece mucho a la ‘madonna’ de “La sagrada familia Borgherini”, actualmente en el Museo Metropolitano de Nueva York. Pintadas con dos años de diferencia, las obras fueron examinadas y el resultado está a la vista en una exposición que presenta ambas obras juntas por primera vez, acompañadas de dibujos preparatorios y todo el expediente de estudio y restauración, incluyendo los resultados de las pruebas de rayos X a las que las obras fueron sometidas.
“La sagrada familia Borgherini” es uno de los máximos triunfos del autor. Allí está contenida la esencia de su arte y, más allá de ello, los símbolos políticos e históricos de toda una época. Porque la obra fue encargada no solamente como una celebración de la fe, sino como una afirmación política. La pintura fue realizada para Giovanni Borgherini en 1528, celebrando la instauración de la República y la caída de los Médici. Justamente, el motivo central del cuadro tiene que ver con este momento político: San Juan Bautista niño ofrece el mundo a Jesús. Un mundo libre de manchas, es decir, sin los corruptos que habían gobernado Florencia hasta hacía muy poco.
Como revelan los estudios, “La caridad” fue inicialmente una versión más pequeña de “La sagrada familia”. Fue realizada entre 1529 y 1530, es decir, en momentos en que la familia Médici recuperaba el poder y la República desaparecía tras su breve existencia. Del Sarto fue convocado por el agente florentino Battista della Palla para formar parte de un magnífico grupo de artistas que enviarían sus obras al rey Francisco I de Francia, aliado de los nuevos gobernantes. El pintor aceptó y tal vez por eso decidió borrar los símbolos republicanos de la obra y transformar todo el motivo. No tuvo mayores problemas con la ‘madonna’, aunque sí con el resto de personajes. Sin embargo, por algún motivo la obra no viajó a Francia y permaneció con su autor hasta su muerte.
EL ARTISTA INCANSABLE
En la Colección Frick el tema es menos anecdótico y bastante más amplio. Se encarga más bien de mostrar el intenso y exigente trabajo que artistas tan perfeccionistas como Andrea del Sarto realizaban previamente a la ejecución de sus pinturas.
Desde 1515 hasta su muerte, a los 43 años durante la plaga de peste bubónica que asoló Florencia, Del Sarto estuvo al frente de uno de los talleres más productivos de la Florencia renacentista, señala el catálogo de presentación de la muestra. Allí el artista y su equipo de estudiantes desarrollaron un exhaustivo estudio de la figura humana, de los objetos que las acompañaban, así como de perspectiva, luz y color. La cantidad de dibujos y objetos que han quedado para la posteridad se han repartido en el mundo entero y la exhibición “The Renaissance Workshop in Action” reúne bocetos de colección Getty de Los Ángeles, el Louvre, el Palazzo Pitti, la Galería Nacional de Washington D.C., el Museo Británico y de otras colecciones. Se trata de una oportunidad única de ver, por ejemplo, el famoso “San Juan Bautista” que posee el Palazzo Pitti junto a un boceto de la cabeza del santo, actualmente en la Galería Nacional de Washington D.C. Pero más allá de ello, también podemos apreciar dibujos preparatorios de obras más complejas. Como el único boceto conocido para “El nacimiento de san Juan Bautista” (1526), uno de los frescos pintados para el Claustro de los Descalzos de Florencia. Cada pieza exhibida en ambas exposiciones nos ofrecen claras muestras de la superioridad de un artista al que la historia no le hizo justicia. Porque si bien es cierto que lo llamaron “el pintor perfecto”, esa perfección le jugó en contra. Vasari fue ambivalente y, siglos después, Browning enfatizó en su alma torturada. Solo en los años 60, los historiadores Sydney Freedberg y John Shearman comenzaron a estudiar a profundidad su obra. Ha sido un largo proceso desde entonces, que hoy parece devolverle a Andrea del Sarto su lugar en el panteón de los más grandes.