Tal vez la inclinación de Hitler hacia la plástica hizo que el nazismo estuviera obsesionado con el arte. Podrían entretejerse teorías sobre su frustración al querer ser admitido en la Academia de Bellas Artes de Viena como el detonante de esta fijación, pero es más plausible –aunque menos dramático– admitir que la persecución (y también veneración) de artistas y sus obras se haya debido meramente a una cuestión política.
A inicios de 1930, Berlín era una capital cosmopolita, un lugar ideal para los artistas modernistas, hasta que el nazismo empezó a propagarse y empezaron los conflictos. Uno de los autores que lideraban la vanguardia de entonces fue George Grosz, cuya personalidad y postura política le causó perder todo, incluso la nacionalidad alemana. No podría ser de otra manera: él utilizaba sus creaciones para burlarse y atacar el extremismo hitleriano. Valdría observar las caricaturas que hizo del mismo Hitler para notar su osadía.
Una vez que el Führer declaró la guerra al arte moderno –que por entonces era representado por Paul Klee, Otto Dix, Max Beckmann y Vasili Kandinski– Grosz no tuvo más opción que dejar el país y viajar a Estados Unidos.
Él no fue el único. Otros también dejaron Europa y encontraron en Estados Unidos un lugar en el que sus colecciones de arte –que ahora se albergan en los principales museos del país– podían estar en paz. Otros no corrieron con esa suerte y, para salvarse, debieron vender su patrimonio.
EL ARTE DEGENERADO
Hubo, sin embargo, pinturas que no lograron salir del continente, obras que fueron secuestradas por el nazismo. Desde 1937, las fuerzas alemanas decidieron arrasar con todo lo que no se alineara a sus ideales, y, a la par, todo aquello que fuese del gusto de Hitler para incluirlo en su colección privada.
Documentales como "Hitler vs Picasso" –que hace poco estuvo en la cartelera local– estiman más de 600 mil pinturas saqueadas y 100 mil obras de arte perdidas. El punto más crítico fue cuando, en Munich, se organizó la exposición de arte degenerado, una forma de mostrar qué era lo incorrecto, de señalar a aquello que hacía afrenta a la cultura e identidad germana, y cuál era el camino a seguir. Desde su inauguración el 19 de julio de 1937, y tras ser montada en doce ciudades, la muestra fue vista por más de dos millones de alemanes quienes, desde entonces, supieron quiénes eran los enemigos del pueblo.
Lo que siguió fueron años de ventas irregulares, secretas de las obras más preciadas del mundo, algunas que, por ejemplo, ahora engalanan las paredes de importantes museos casi negando su oscuro pasado.
Pero hay quienes están decididos a develar el sendero que estas piezas recorrieron para llegar a importantes salas. Brigitte Reuter, por ejemplo, pasó varios meses investigando el acervo del Museo de Arte de Bremen para determinar cuáles cuadros habían sido expoliados por el nazismo entre 1933 y 1944. Para determinar esto, no solo bastaba con mirar al reverso de las piezas y ver las anotaciones, sino también revisar el archivo fotográfico y la documentación que da fe de las compras y ventas, y de los nombres de los involucrados.
"Los nazis documentaron muy detalladamente lo que hacían, sus crímenes. Por eso existen numerosas actas de subasta", comentó a la Deutsche Welle. Aun así, la tarea es compleja: hay obras de las que no se puede determinar quienes fueron sus dueños entre 1911 y 1940.
La situación de algunas colecciones privadas es similar. Valdría mencionar la que fue propiedad del ya fallecido Cornelius Gurlitt –nieto del polémico historiador del arte del mismo nombre que tuvo permiso del régimen nazi para comerciar el arte degenerado– y que ahora es parte del acervo del Museo de Arte de Berna.
Fue una investigación sobre fraude fiscal la que dio noticia a las autoridades para investigar Gurlitt, quien durante toda su vida mantuvo un perfil bajo. Finalmente, la policía entró a su casa y descubrió 1,400 obras de arte, entre las que se ubicaban "Dos jinetes en la playa" de Liebermann y "Mujer sentada" de Matisse, piezas que habían pertenecido a familias judías que habrían sido obligadas a venderlas.
Antes de fallecer, Gurlitt accedió a que la policía investigara el origen de las 600 obras de su colección que parecían tener un origen oscuro.
¿NUEVAS PERSECUCIONES?
Existe una distancia significativa entre lo que sucedió entre la Alemania Nazi y la actual situación de Brasil. Pero el video en el que el exsecretario de Cultura Roberto Alvim hace referencia a un discurso de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, ha alarmado a todos los que ya sentían aires de persecución y censura del arte.
“El arte brasileño de la próxima década será heroico y nacional. Estará dotado de una gran capacidad de implicación emocional y será igualmente imperativo o de lo contrario no será nada”, se les escuchó decir a Alvim en un video oficial difundido en redes sociales.
Al respecto, el exsecretario de Cultura Marcelo Calero mostró su indignación. “El discurso de Alvim es peligroso por muchas razones. Primeramente, por el hecho de que hizo una apología directa y desvergonzada del nazismo. Y después por la estética. El video evoca una estética nazi-fascista”, afirmó en declaraciones recogidas por el portal Infobae.
El presidente Bolsonaro, luego del hecho, afirmó repudiar las ideologías totalitarias y cesó a Alvim del cargo. Trascendió que el presidente quiere que la actriz Regina Duarte tome el cargo.
Pero los problemas venían desde antes. Hacía poco, una corte ordenó a Netflix que retirara la cinta "La primera tentación de Cristo" –en donde se presentaba al protagonista como homosexual–, para "calmar los ánimos" de la población. Y a finales del año pasado, Dante Mantovani –titular de la Fundación Nacional de las Artes, encargado de implementar las políticas nacionales sobre las artes visuales, teatro y circo– dijo: "el rock activa la droga y el sexo, que activa a la industria del aborto; y la industria del aborto, por su parte, activa una cosa mucho más pesada que es el satanismo. El propio John Lennon dijo que hizo un pacto con el diablo".
Adelantándose a este tipo de comentarios, en julio del 2019, cinco exministros de Cultura de Brasil (Juca Ferreira, Marta Suplicy, Marcelo Calero, Luiz Norberto Nascimento Silva y Francisco Weffort) criticaron la hostilidad del gobierno de Bolsonaro contra los artistas. "Es necesario que nos enfrentemos a este discurso apocalíptico contra todo lo que construimos en el periodo democrático", dijo Juca Ferreira, quien vio la cartera durante la gestión de Lula da Silva, en declaraciones recogidas por el diario "El país" cuando Bolsonario anunció la eliminación del ministerio de Cultura, ahora convertido en una secretaría.
Vale acotar que, como una manifestación en contra de la línea adoptada por Bolsonaro, el viernes inició el festival Verano sin Censura, una iniciativa promovida por la municipalidad de Sao Paulo. Allí, por quince días y sin costo alguno, se verán obras que han incomodado al gobierno, tales como “Roda viva”, cuya dramaturgia pertenece a Chico Buarque. Se trata, en palabras del concejal de cultura Alexandre Yousseff, de “una resistencia que lucha por el bien más valioso de nuestra cultura, la libertad de expresión. Se trata de combatir la represión, la censura y los prejuicios produciendo cosas buenas, bonitas y fuertes”.