Establecer un centro de operaciones en el cielo, a 300 metros sobre la faz de la Tierra, no es habitual. Sobre todo si tienes miedo a volar. Pero también puede ser un estado emocional necesario para la adaptación del organismo al vacío, cosa que desde hace 15 años ocurre con Evelyn Merino-Reyna (Lima, 1980), arquitecta con estudios de arte y diseño que accidentalmente descubrió la fotografía y un día fue invitada, ella y su cámara, a subirse a un parapente. Lo cierto es que con casi 200 despegues, un libro, tres documentales y una respetable cantidad de exposiciones en el Perú, Inglaterra, Francia y Suiza, se ha convertido en el referente inmediato de la fotografía aérea en nuestro país.
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“Desde el primer vuelo sentí que mostrar lo que veía de la forma en la que lo veía era importante para mí. Expresarme a través del lenguaje aéreo me ha llevado a grandes transformaciones y entendimientos personales. Siento que en cada vuelo hay una información que registrar y que llega sin pensarlo. Eso es instante, instinto y meditación. Siempre he pensado que ver las cosas desde otra perspectiva y contemplarlas hace que uno pueda cambiar su percepción de vida”, dice, mirando las 47 fotografías que componen “Huellas de un litoral”, su octava muestra individual en Lima.
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Hija del viento
Es altamente probable que, como ocurre en su libro “Lima más arriba, entre los andes y el mar” (2014), el protagonista estelar siga siendo el océano. Pero acá también hay edificios, valles, restos arqueológicos y balnearios. Un universo saturado de colores, geometría y puntillismo. Las líneas arrugadas del mar le indican cómo viene el viento. Cuando vuela en círculos entiende que está en el centro de una corriente térmica. Entonces su nave es un ave más que vuela sobre ese puñado de personas que caminan en la vereda. La vereda es una lengua que va uniendo casas. Las casas configuran el radio de una manzana. De un distrito. De una metrópoli que se expande abajo mientras ella le dispara desde arriba.
“Si estamos volando bajo, en vuelo rasante por el mar, por ejemplo, tenemos una sensación del paisaje como algo vivo que es capaz hasta de envolvernos. Se siente mucho el movimiento de las ondas y se ve la fauna marina y las aves. Cuando vuelas alto, por ejemplo a dos mil pies o más, ese océano movedizo y lleno de vida puede interpretarse como una textura de roca sólida o como la piel arrugada de un elefante. Ahí es cuando logramos romper los paradigmas de creer que algo es verdadero. Basta que cambie la altura o el ángulo para que todo se transforme”, dice.
Y todo también se transforma si viaja en parapente, avioneta o ultraligero, nave que le da la posibilidad de volar en el asiento de adelante y obtener 180 grados libres de visibilidad. “Vibra un poco, pero es muy dinámico. Puedes estar a ras del mar o del suelo. Puedes subir a buena altura y girar en espacios reducidos. El parapente tiene lo suyo, no hay nada como estar suspendido por el viento solamente, sin vibración alguna; es mágico, te vuelves un ave, pero tienes la limitación geográfica y de vientos. Es cierto que se me han caído lentes, baterías y a veces se me ha apagado el motor, pero he visto delfines y ballenas desde el aire”.
Gravedad cero
También ha visto paisajes que, al revelarse en el visor, parecen pinturas abstractas desdibujándose sobre un lienzo inexistente. Planos cenitales cuya plástica los pone más cerca de un dibujo ‘avant-garde’. ¿Y usas algún filtro? “El Photoshop es una herramienta básica para calibrar contrastes y quizá manchas del lente o aberraciones de color, pero nunca he cambiado o intervenido una imagen. Intento que la fotografía refleje la realidad más cercana posible. Siento que hablo a través de las fotos, que son una excusa para decir cosas. Para demostrar que se pueden romper esquemas. Para encontrar lo bello en lo común a través de patrones y ritmos”.
Heredera de una práctica cuyos antecedentes inmediatos son las fotos aéreas que tomara Walter Runcie en 1920 –cuyo paralelo histórico para demostrar la evolución de la ciudad ocurrió durante la muestra “Huacas de Lima”, de la misma Merino-Reyna– y de Eduardo Herrán sobre las Líneas de Nasca en 1980, la fotógrafa está empeñada en repetir el suceso de “Pacíficum”, documental suyo que se ve en Netflix, fue traducido a 12 idiomas y expuesto en 350 lugares del Perú. “Esa fue mi manera de retornarle al océano un poco de lo que me da continuamente”, dice, alistándose para desafiar la gravedad. Una y otra vez.
Más información
Lugar: Centro Cultura Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores. Dirección: Jr. Ucayali 391, Cercado de Lima. Entrada: libre.
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