Esta es la historia de un accidente que ocurrió hace unos años. Un episodio en casa de la madre del artista cuando este le deja uno de sus cuadros favoritos. Unos días después regresa a buscarlo y no lo encuentra: la señora lo había escondido a causa de un incidente familiar. El hermano del artista, una persona con habilidades diferentes, lo había cortado en múltiples pedazos. Lo que el pintor hace, entonces, es no solo recomponer esos fragmentos hasta transformarlos en un cuadro nuevo: inicia toda una serie de pinturas donde cada obra nueva guarda una estética correlativa con la anterior, de modo que los lienzos subsiguientes tengan la suficiente recarga emocional como para componer un continnum cargado de simbolismo.
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“Esa pintura, cortada accidentalmente en trozos, fue recuperada rehaciendo estos pedazos como si fuesen pequeños personajes geométricos que, al unirse como un rompecabezas, volvían a diseñar la pintura original. Es decir, convertí cada uno de esos fragmentos en protagonistas principales de su propia obra. Y repetí el procedimiento con todos los que fueron apareciendo después, hasta terminar con todas las piezas que habían sido desmembradas. La idea era que estas nuevas pinturas representen la recuperación de una caída, un volver a comenzar, la esperanza de encontrar un nuevo mundo. Todo este proceso estuvo teñido por un dolor que no olvida sus orígenes, cargados de una dulce tristeza”, dice el artista.
Tejido emocional
Es así como Hernán Pazos (Lima, 1952) encuentra no solo el título de un nuevo cuadro sino el hilo conductor de los doce lienzos que compondrán su nueva individual. Que será la número veintitrés en una trayectoria que, desde sus orígenes, no es otra cosa que una apuesta irrevocable por la abstracción como piedra angular y cimiento para la construcción de un lenguaje en el que cada unidad tendrá la carga suficiente para componer una estética correlativa. Es decir, detrás de cada cuadro que termina hay un entramado de obras precedentes que se interrelacionan en un tejido pictórico que no se ve pero se siente. Que profundiza los hallazgos del anterior. El cuadro como territorio visual articulador de sentimientos. La obra como amalgama emocional.
“Lo que más he pintado es abstracto, pero se trata de un abstracto figurativo”, dice Pazos. “Ahora, si hablamos específicamente de esta muestra, se trata de pinturas inspiradas en deshechos, pues son formas que han sido recortadas y utilizadas antes de haber sido tiradas. Hay también un trabajo de recuperación donde se anticipa lo que viene después. Y eso incluye la fotografía del cuerpo humano y las relaciones que esta imagen, sea de manera formal o conceptual, pueda establecer con mis trabajos anteriores, renovándose. Todo ello puede tener un significado personal y quizás hasta hermético, pero la intención es enganchar con una comunicación efectiva y generalizada. Una manera de seguir viviendo”.
Cosa que Pazos ha venido haciendo más o menos desde 1994, cuando inauguró su primera muestra individual, precisamente en La Galería. Ya entonces era dueño de un planteamiento pictórico que se debatía entre el enigma y la fragmentación. Entre las superposiciones de color y esas veladuras que atesoraban enigmas. Una audacia que usufructuaba tanto de la velocidad que imprimen los estímulos visuales contemporánea como de los espacios algo más distantes y silenciosos invitando a la búsqueda y a la reflexión. Lo cual, al tiempo de profundizar los logros de la pieza anterior, eran formas de reconciliarse con su entorno y recomponerse como persona. Armar el rompecabezas como una forma de ordenar el caos existencial, digamos.
Poética intransferible
“Para esta muestra decidí incluir una escultura, que es una especie de reminiscencia a mi trabajo escultórico anterior, pero que carga la historia de mi estado actual. Está compuesto por tres piezas, una de las cuales contiene los envases donde viene la medicina que me permite seguir viviendo. La pieza del centro, de color rojo, representa la sangre. Y la que va encima es una copia de las anteriores, pero está hecha de madera y tiene círculos diseñados a la manera de ‘targets’ dispuestos como para que uno les dispare. Está hecho para la caza, para un posible crimen, para sacar toda la rabia contenida”, dice Pazos antes de internarse en una clínica y adelantar en una semana la inauguración de “Dulce tristeza”.
Muestra que desvela una madurez creativa capaz de entregar, por ejemplo, superficies de cerrada abstracción (“La mirada del calor no tiene cuerpo”, “Entre las montañas y nuestro árbol, el pelícano”) en diálogo directo con impresiones de pintura digitalmente intervenida (“Torso, cabeza de perro y silla”, “Cabeza de cíclopes con alas”) e, inclusive, obras donde a los módulos y planos incorpora elementos del figurativo, como “Furia repetida”, donde un puñado de hiperrealistas rosas en botón parecen esperar pacientemente el momento para abrirse. Para de esta manera, entre la geometría y la expresividad, consolidar el arte de Pazos, dueño ya de una poética personal e instransferible.
Lugar: La Galería.
Dirección: Conde de la Monclova 255. San Isidro
Temporada: Del 1 al 25 de junio.
Horario: Lun - Vie: 11:00 – 20:00. Sáb: 16:00 a 20:00
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