“Tenía 22 años y trabajaba como vigilante en una de esas bolicheras de pesca menor encalladas en el Callao. Esa madrugada estaba reflexionando acerca de mis problemas con los tragamonedas y las carreras de caballos. Todo un desbarajuste. Entonces decidí volver a dibujar, cosa que hacía muy bien de niño. Pero esta vez llevaría mi arte más allá. El tiempo me demostraría que la pintura también puede funcionar como remedio y terapia frente al vicio. Desempolvé el único libro de arte que había en casa, con mi quincena compré dos más y durante un par de años me formé como autodidacta”, recuerda el artista.
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Luego se matricularía en un taller de pintura y después ingresaría a la Escuela de Bellas Artes. Pero la sustancia visceral de ese primer impulso permanecería intacta, poblada de personajes monstruosos y brillantes que flotan en horizontes laberínticos y saturados que parecen tener su origen en el automatismo síquico de los primeros surrealistas. Una especie de narraciones góticas sin la más mínima intervención de la conciencia. Así, dibujando solamente bestias, Hugo Salazar Chuquimango (Lima, 1980) consolidó una obra altamente perturbadora que en el 2010 obtuvo el primer premio en el XII Salón Nacional de Pintura Icpna.
"Es verdad que mi base está en lo surreal, pero en los últimos años creo que los significantes de lo que estoy retratando beben de la vertiente simbolista. Si hay una obra que me ha llevado por este camino es 'Los proverbios', del pintor renacentista Brueghel que, a diferencia del 'Jardín de las delicias' de El Bosco, registra sus significantes en cada uno de los detalles de la obra. Este estilo es el que me sumerge en los cuestionamientos de nuestra existencia", dice Salazar, marcando el derrotero que impulsa "El árbol de la vida", la muestra individual que acaba de inaugurar.
—Cápsula y arquetipo—
Compuesta por una única obra pictórica, Salazar la rodea con una serie de 24 dibujos que se deben leer en asociación evolutiva al trabajo central, ensamblado tanto como descripción narrativa y secuencia cronológica. Su idea es documentar el proceso de creación mediante fragmentos que individualmente ilustren la concepción de cada detalle pictórico. Visiones que actúan como códigos ancestrales que se ramifican de manera arbórea: la vuelta a los orígenes, el inconsciente sobre la razón, la muerte sobre la vida, la construcción sobre el sufrimiento, la religión sobre el ritual, etcétera.
Y hablando de rituales, recuerda a su padre, costurero de origen cajamarquino, que pelaba la cáscara de una naranja en una sola tira y la rearmaba en vacío. O construía pequeños animales con migas de pan. "Tras su muerte encontré una naranja encapsulada en su cáscara con un tallo medianamente pronunciado. Entonces asumí una construcción donde debería acoplar una secuencia de dibujos. Así nació esta individual, como un develamiento serpenteante del fruto vital en una comunión que encapsula imágenes arquetípicas y las ramifica a la manera de las estructuras de la mente", dice.
Así, se dedicó a enlazar las imágenes como un tirabuzón que se hunde en el corazón de un árbol sin hojas. Como cáscara huérfana de fruto. ¿Y qué sientes cuando te dicen ‘pintor guachimán’? “Según mi entendimiento básico sobre psicoanálisis, puedo sentirme en estos últimos años cada vez más incómodo porque cada vez me estoy desligando más de ese oficio y mi empresa de seguridad lo sabe. Y no creo reconocerme en él. Y lo otro es porque a los vigilantes nunca les ha gustado la palabra guachimán. Aunque ya no suelen decírmelo, debo tomármelo como una muestra de cariño de parte de quienes están desligados del arte”.
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Lugar: Sala de Arte de Viajes El Corte Inglés. Dirección: Av. Angamos Oeste 624, Miraflores. Horario: de lunes a viernes de 9 a.m. a 7 p.m. Sábado de 9 a.m. a 2 p.m. Ingreso: libre.