Alien
Alien
Sebastián Pimentel


Luego de “Blade Runner” (1982), el director llegó a hacer estupendas películas como “Gangster americano” (2007), sobre la guerra de un detective blanco contra un mafioso negro en la Nueva York de los setenta que recordaba la pelea de dos caballeros del siglo XIX en otro de sus mejores filmes, “Los duelistas” (1977), su ópera prima. Pero sería la sobrevivencia en otros planetas en filmes como “Prometeo” (2012) y “Misión rescate” (2015) la que lo devolvería a sus mejores momentos.

En el papel, y en el universo imaginado por Scott, resulta que “” es una continuación de “Prometeo”. Y las dos, en conjunto, son una precuela de la primigenia “Alien” (1979), esa que hizo de Sigourney Weaver una memorable heroína de la cultura cinéfila contemporánea. Aunque esta genealogía es menos importante de lo que parece, ya que cada cinta debería evaluarse desde su propio concepto.

Ahora estamos ante la historia de la nave Covenant, con miles de colonos y embriones humanos a bordo, que llega a un planeta similar a la Tierra. Una vez allí, surge una serie de catástrofes. La principal es el contagio, por parte de la tripulación, de un virus que termina siendo la fase seminal de unos monstruos alienígenas que han utilizado los cuerpos humanos para poder incubar. Mientras tanto, el androide Walter (Michael Fassbender), del equipo de Covenant, encuentra a su doble David, androide que tiene su mismo rostro y que parece haber pertenecido a una misión espacial anterior.

Pues bien, “Alien: Covenant” es una cinta con personalidad propia. Si “Alien” era un combate físico extenuante entre dos seres de naturalezas dentro de los límites de una nave espacial, y si “Prometeo” fue una disquisición filosófica sobre los orígenes de la humanidad entre el devenir de cuatro tipos de seres (unos extraterrestres como “creadores”, otros alienígenas que son bestias salvajes, los humanos y los androides), en “Alien: Covenant” estos últimos dejan de ser siervos para convertirse en amos, mientras el duelo entre humanos y bestias alienígenas se replica a una escala masiva.

Scott, fiel a su estilo, construye una muy elaborada poética de oscuridad penetrante y arquitectura ambigua, entre arcaica y moderna. De hecho, la saga Alien propone el conflicto entre lo evolucionado y lo animal, lo sutil y lo primitivo, y cómo esas naturalezas compiten en un horizonte de sobrevivencia que las terminan igualando. Ahora se añade otro duelo, el del androide (que recuerda a los replicantes de “Blade Runner”). Ese que pretende dominar a su creador –el humano–.

Es llamativo el control del suspenso y la pericia técnica, extremadamente refinada, de un experimentado cineasta como Ridley Scott. Por otro lado, sus imágenes hacen pensar como justas algunas comparaciones que se han hecho entre su lienzo amenazante y lleno de claroscuros suaves con algunos esfumatos pictóricos de Leonardo da Vinci. Las secuencias calmas, puntuadas por diálogos reflexivos, se intercalan con momentos de acción muy efectivos y, a veces, llenos de un horror salvaje y a la vez sofisticado.

Pero no todo es logrado. El hecho de que no haya un protagonista notorio resiente el poder de empatía de la película. Aunque, por supuesto, es la actuación por partida doble de Michael Fassbender como los dos androides que van de más a menos, la que consigue una sólida columna vertebral para el relato. Así se configura un difícil equilibrio entre la especulación algo verbosa de “Prometeo” y la adrenalina claustrofóbica del “Alien” de 1979. Finalmente, la potencia de las imágenes, la hondura temática del universo creado y las apariciones fulgurantes de un horror inesperado hacen de “Alien: Covenant” una experiencia fascinante que hace esperar un nuevo capítulo de la saga.

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