RODRIGO BEDOYA FORNO (@Zodiac1210)
(Enviado especial a Berlín)
“45 years”, de Andrew Haigh, cuenta la historia de una pareja ya mayor (Charlotte Rampling y Tom Courtenay) que debe lidiar con un hecho inusual: encuentra el cuerpo del primer amor del hombre, que cayó a un precipicio en los Alpes suizos hace más de 50 años, cuando los actuales esposos no se conocían.
Tal hecho cambia la dinámica total de la relación. Pero lo interesante del planteamiento de Haigh es que ese cambio no se da en una escala amplia o melodramática: por el contrario, son aquellas cosas más comunes y cotidianas las que comienzan a tener un tono más oscuro, críptico, como si hubieran sido contaminadas por algo.
El trabajo de contención de los actores (Rampling y Courtenay están brillantes), que buscan mantener la tranquilidad en todo momento a pesar de que saben que las cosas han cambiado, le otorga a la película una tensión única, reflejada en aquellas cosas de todos los días: una conversación de cama, una salida a almorzar con los amigos, un paseo por el pueblo. Como si un fantasma hubiera entrado y contaminado la dinámica de la pareja. Los tonos claroscuros ayudan a crear esa concentración que es la marca de Haigh, que hace de su tercera película una de las mejores de la Berlinale 2015.
“Journal d´une famme de chambre”, de Benoit Jacquot, es la tercera adaptación que se hace de la novela de Octave Mirbeau. Y vaya los nombres que la habían adaptado antes: Jean Renoir y Luis Buñuel. Léa Seydoux interpreta a una mucama que va aprendiendo a manipular a sus patrones, mientras comienza una extraña relación con el hombre de confianza de la familia en la que está trabajando (Vincent Landon).
La primera parte del filme tiene un humor corrosivo, muy al estilo de lo que conocíamos del director: en muchas de sus películas, la aparente normalidad es trastocada por ráfagas de ironía que cambian y amplían el sentido de lo que estamos viendo. Un costado satírico se va desprendiendo de la puesta en escena, mostrando el lado manipulador de la protagonista como si fuera un juego.
Los problemas aparecen cuando la cinta se pone más seria con la relación entre Seydoux y Lindon. Y es que Jacquot nunca consigue transmitir la pasión casi enfermiza entre los protagonistas, que les hace sacar su lado más oscuro. Ahí, la adaptación se vuelve más literal e ilustrativa, pero sin transmitir el signo malsano de la complicidad que entablan. Un signo que se entiende, sí, pero que se queda en el papel. Lástima por Jacquot, quien tiene en su haber excelentes películas como “Pas de scandale” o “Villa Amalia”.