El mito del hombre invisible, como muchos mitos universales, es producto de la imaginación de un escritor. H.G. Wells lo ideó con su libro de 1897. El cine, en tanto arte que basa mucho de su encantamiento en la expectativa de lo que la cámara sugiere pero no ve, era un dispositivo que debía hacerse cargo de este personaje de fantasía. Esa oportunidad llegó con la película homónima de 1933, dirigida por James Whale.
Menciono el filme de Whale, porque es interesante contrastar la nueva versión que ha dirigido Leigh Whannell –y que reseñaremos en esta columna– con la del maestro de “Frankenstein” (1931). La cinta de 1933 era más fiel a la novela de H.G. Wells, pero también era una muy personal visión del director. Para Whale, este científico que, por accidente, se vuelve invisible y no puede retornar a su condición normal, era una víctima.
En efecto, en la cinta de 1933 el científico Jack Griffin era no solo el protagonista total, sino también una nueva historia del inventor que debe pagar un duro precio por sus ambiciones desmedidas, algo que ya habíamos visto en “Frankenstein”. Lo interesante de la cinta de Whale era que Griffin se convertía en el modelo por antonomasia del atormentado, del hombre desesperado que es prisionero de una condición monstruosa que lo vuelve loco.
En un giro radical del relato, el doctor Griffin (Oliver Jackson-Cohen) de la película de Whannell es todo lo contrario al de Whale. Los tiempos han cambiado, y ahora la víctima no es el científico, sino quien será la torturada pareja de este: su esposa Cecilia (Elisabeth Moss). Es Cecilia quien, en los tiempos actuales, caracterizados por una fortísima renovación del movimiento feminista, es la verdadera heroína del filme.
El hombre invisible de Whannell es un científico experto en física y tecnología óptica que usa su saber para apoderarse de la vida de Cecilia, y reúne todos los rasgos del típico individuo poderoso y machista. La cinta empieza con la huida de ella, y todo el filme se convierte en la persecución perpetrada por Griffin, convertido en hombre invisible, para recuperarla. En el fondo, se trata de obtener el control total sobre la vida de Cecilia.
La estrategia estética planteada por Whannell es interesante y efectiva. En realidad, los efectos especiales tendrán un papel mínimo en la película. Esto es gracias al extraordinario uso de la cámara y el montaje, los que sugieren una presencia que no vemos, y, sobre todo, hacen ver desde los ojos de quien no es visto. Hay mucho de voyerismo transgresor, de contemplación obsesiva, de asedio, en el sutil estilo del filme.
Pero podemos ensayar otro nivel de interpretación, y este tiene que ver con una especie de condición de época que concierne a toda la sociedad, y que hace que el espectador se identifique con Cecilia: vivimos actualmente en una sociedad del control, y en un mundo donde el principal mecanismo de control es visual o cuasi cinematográfico (la cámara del celular, las cámaras de vigilancia en la ciudad, las satelitales, etc).
El horror de este “Hombre invisible” es, entonces, el del ciudadano común respecto de la pérdida de su propia privacidad. Y el personaje que encarna los principales abusos de esa transgresión es una mujer. La excelente actuación de Elisabeth Moss tiene ecos de su personaje en la serie de TV “El cuento de la criada”, y acierta en el estado electrizante, de pánico, de quien se sabe vigilado. La principal falla del filme está en el personaje de Griffin, que cobra más relieve hacia el final, pero resulta en cierta medida decepcionante. Más allá de ello, se trata de una película formidable, y que toca uno de los temas centrales del cine en general: la mirada omnisciente como posesión violenta del otro.
La ficha
Título original: “The Invisible Man”.
Género: horror, thriller, ciencia ficción.
País y año: EE.UU., 2020.
Director: Leigh Whannell.
Actores: Elisabeth Moss, Oliver Jackson-Cohen, Harriet Dyer, Aldis Hodge.
Calificación: 4 estrellas.