- Experto revela cómo Tom Cruise hace ganar dinero a ciudades europeas y cómo el Perú puede hacer lo mismo
- Isaac León Frías y su mirada de crítico: “Vivimos una segunda era en la historia del cine”
Sus declaraciones flotando en YouTube expresan su filosofía. Provienen de una de sus últimas entrevistas, esta vez ofrecida al periodista canadiense Pierre Berton en un programa de televisión emitido el 9 de diciembre de 1971. Allí, el artista marcial Bruce Lee alecciona: “Vacía tu mente, abandona las formas, se amorfo, moldeable, como el agua. Si viertes agua en una taza se convierte en la taza. Si viertes agua en una botella se convierte en la botella. Si viertes agua en una tetera se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede golpear. Sé como el agua, amigo mío”.
Este consejo zen demuestra que un ídolo de las artes marciales no ocupa ese trono por casualidad. Detrás de sus patadas acrobáticas e increíblemente rápidos golpes de puño, está el hombre que aspiraba a la perfección y la honestidad. Con ese célebre “Be water, my friend”, Bruce Lee se refería a lo que no solo un artista marcial debía ser, sino cualquier ser humano con sensibilidad por lo que le rodea: ser capaz de adaptarse a cualquier circunstancia, a enfrentarse a alguien más grande, más pequeño o más rápido. El consejo puede aplicarse para medir al oponente sobre la arena de lucha, o para enfrentarse al racismo en Hollywood, siendo capaz de reinventarse e imponerse a la adversidad.
Nacido en San Francisco en 1940, Lee Jun-fan (su nombre real) fue hijo de una estrella de la ópera cantonesa. Creció en Hong Kong, donde siguió los pasos artísticos de su padre, actuando en más de una docena de películas marciales. Estudió Wing Chun bajo la tutela del maestro Ip Man, hoy popularizado por la saga interpretada por Donnie Yen.
A los 18 años se trasladó a Seattle, en Estados Unidos, donde comenzó sus estudios de Filosofía, viviendo con su mujer y sus dos hijos. Allí tuvo que hacerle frente al sentimiento anti-asiático en Estados Unidos, una actitud de defensa a la que ya estaba acostumbrado: ya había sufrido xenofobia en la propia Hong Kong, donde seguía rodando películas, por parte de otros artistas marciales por su diversa identidad racial, siendo nieto de alemanes por vía materna. Recordemos que en 1973 Estados Unidos se retiraba derrotado de la guerra de Vietnam, y es fácil imaginar que el artista asiático, para muchos estadounidenses, era la cara del enemigo. Para una sociedad reflejada en sus medios y viceversa, Bruce Lee sabía que debía intervenir radicalmente en ella: debía ser el héroe que no se había visto antes. Por cierto, romper las barreras raciales de Hollywood era otro tema. La industria solía relegar a los actores asiáticos a roles subordinados, reduciendo sus personajes a estereotipos ofensivos. Y ese era el enemigo más grande por vencer para él.
Obtener el papel de Kato, el compañero enmascarado de “El Avispón Verde”, en la serie de 1966 fue el inicio de su larga pelea contra la industria por imponer sus demandas: detrás de la escena, Lee siempre exigió que su personaje tuviera más presencia y diálogos. Sin embargo, Bruce lee entendió que las oportunidades reales llegarían “por rebote”, cuando regresó a Hong Kong convertido en una estrella mediática. En el entonces territorio británico llegarían “The Big Boss” (1971), que marcaría su estrellato mundial. Luego, bajo su dirección, en “Juego de la muerte” convocó al basquetbolista Abdul-Jabbar, con quien comparte una pelea tan mítica como la que pudieron sostener David contra Goliath. Gracias a su carisma y dominio de la pantalla, Lee introducía las artes marciales en la cartelera americana, y disparaba la fiebre por las artes marciales no solo en Estados Unidos, sino en todo el continente. Podríamos decir que en cada una de esas interpretaciones, Bruce lee manifestaba una forma de protesta consciente, algo parecido a lo que hizo Muhamad Alí, dentro y fuera del ring de boxeo, por los derechos civiles de los afroamericanos en la década anterior.
El turno de “Operación Dragón”
Filmada en 1973 bajo la dirección de Robert Clouse, “Operación dragón” (originalmente conocida como Enter the Dragon) se trata de la gran oportunidad de Bruce Lee de brillar dentro de una producción de Hollywood, a través de los grandes estudos Warner. Acompañado de John Saxon y Jim Kelly actores entonces de moda y con experiencia en artes marciales, el filme contó con un presupuesto de 850.000 dólares y recaudó la increíble cifra de 400 millones. Por supuesto, más allá de la adrenalina del filme y del encanto del protagonista, el taquillazo se explica por tratarse de un estreno casi póstumo: la película fue estrenada el 26 de julio de 1973, seis días después del fallecimiento de Bruce Lee.
Con un guion bien estructurado, algo que no solía darse para las películas de este género, en “Operación dragón” Bruce Lee interpreta a un artista marcial shaolin reclutado por la inteligencia británica, que debe participar del torneo de artes marciales que organiza el malévolo señor Han (Kien Shih) en su isla privada. Sin embargo, como lo había descubierto la inteligencia británica, este torneo encubre un negocio ilícito ligado al tráfico de opio y la trata de personas. La motivación inicial de Lee será limpiar el honor de los shaolin, pero pronto su propósito tornará en una cruzada personal cuando su padre le revele que el guardaespaldas de Han es el responsable de la muerte de su hermana.
Más allá del previsible argumento, la obra resulta memorable por su estupenda coreografía basada en los movimientos propios del Karate y del Kung fu, coreografiadas por el propio Bruce Lee. La cámara realzaba los diferentes combates gracias a unas acertadas combinaciones de planos generales y medios, apoyados en efectos de sonidos que replican el zumbido de los golpes que rompen el viento antes de agredir la carne del oponente. Lee es casi un superhéroe: sus movimientos parecen desafiar la gravedad.
Dos peleas resultan especialmente memorables: la primera, en la que Bruce Lee enfrenta al actor Robert Wall (en la ficción, el responsable de la muerte de la hermana del protagonista). Se trata de una confrontación de venganza, casi humillante, un combate unilateral en el que Lee no recibe un solo golpe, y que termina con el héroe aplastando la cabeza de su contrincante cuando este lo atacaba por la espalda. El grito ahogado del actor al dar su golpe mortal resulta un gesto doliente, el fin de una competencia que más bien resulta una ejecución prolongada.
La segunda es la que Bruce Lee mantendrá contra el señor Li, el villano, que concluye en medio de una sala de espejos. La lucha, más psicológica que física, se basa en el esfuerzo del héroe por distinguir al villano de sus reflejos, hallar qué es real en medio de la ilusión. Su adversario lleva una garra metálica que hace palidecer las que despliega Wolverine en la saga de Marvel, y que producen en Lee sus características heridas en rostro y pecho, coloridos atributos de la leyenda.
La posteridad del filme no se basa solo en su éxito de taquilla. Podría decirse que su huella en la cultura llega hasta nosotros en perfecta forma (Resulta innegable su lenguaje escénico como referencia para los videojuegos de lucha de toda la vida). Fue una de las películas más parodiadas por otros directores, no solo en el género de artes marciales sino en el de acción en general. Hasta el agente James Bond, interpretado por Roger Moore en “El hombre de la pistola de oro” (1974) replica escenas de lucha libre antes de ser perseguido por todos los estudiantes de Kung Fu al servicio de un corrupto maestro. La cita de Bond resulta curiosa, pues el filme de Bruce Lee podría leerse también como una divertida trama de espías, una especie de James Bond del Kung-fu. Así, ambas producciones terminan reflejándose paródicamente.
Por cierto, no todo fluyó armónicamente durante el rodaje. Shannon Lee, hija del actor, ha comentado varias veces las barreras de lenguaje entre los artistas chinos y los estadounidenses, además de tensos desacuerdos entre Lee y el estudio. El actor pretendía hacer de la película un vehículo para expresar la belleza de la cultura china, mientras que el estudio se contentaba con filmar un espectáculo de acción superficial. En su libro “Be Water, My Friend: The Teachings of Bruce Lee”, Shannon Lee menciona que el guion original era malo, y que no tenía muchas de las escenas míticas que vemos en el producto final; Bruce peleó por reescribir el texto e incluso se negó a presentarse al set si no se cumplía su cometido. Finalmente el estudio cedió a los cambios del actor.
“Para mi padre era de suma importancia que esta película reflejara su arte y cultura con precisión y profundidad. Este era su momento para mostrarle al mundo quién era y lo que podía hacer un hombre chino de Kung Fu, y no se iba a conformar con ser mediocre. Así que reescribió el guion y envió sus reescrituras a los productores”, comenta.
El mito post-mórtem
El 20 de julio de 1973, la repentina muerte de Bruce Lee, a consecuencia de un edema cerebral a los 32 años, produjo una enorme conmoción en un mundo que había abierto sus puertas a la fiebre de las artes marciales. Las escuelas de Kung Fu se multiplicaban en los barrios, los gimnásticos afiches lucían en plazas y mercados, los jóvenes lucían peinados y camisetas similares a las del entrañable artista. Hablamos de una generación que recuerda los moretones en codos y cabeza por intentar aprender a utilizar los nunchakus, construidos generalmente con palos de escoba forrados con cinta aislante negra.
Por supuesto, sus admiradores no podían permitirse pensar que su ídolo había muerto de una causa terrenal, por lo que la cultura popular ha rebatido la autopsia oficial por casi cincuenta años. Las teorías conspiranoicas, culpan a la mafia china y a la mafia italiana, al consumo de drogas, a una combinación de fármacos y cannabis, al celo de otros maestros de kung-fu e incluso maldiciones familiares que salpicaron a su hijo, el actor Brandon Lee, fallecido a los 28 años en un extraño incidente mientras rodaba “El cuervo”, filme de culto de estética gótica.
Y es que el desaparecido ídolo no era solo una figura de acción como tantas, sino también el mediático predicador de una filosofía basada en el autoconocimiento del cuerpo. El legado de Bruce Lee no se agota en las paliza que repartió entre hombres mucho más robustos que él, sino en su forma de expresarse a través del movimiento, un lenguaje que tenía de furia, pero también de determinación. Un lenguaje físico basado en el instinto natural, pero también en el control, combinados ambos con armonía.
A casi cincuenta años de su estreno, “Operación Dragón” es una película que permanece tan joven como su protagonista, astuta y entretenida, un punto alto en el género, pocas veces superado. Volver a verla en el cine es una forma de rendirle homenaje al entrañable maestro de las artes marciales.
VIDEO RECOMENDADO
TE PUEDE INTERESAR
- “Tristeza y alegría en la vida de las jirafas”: una crítica social en forma de obra para niños
- Ricardo Sumalavia: “Llegará un momento en que la literatura que hoy consideramos extraña va a ser la más común”
- Mayte Mujica: “No tengo pudor al escribir, solo después de hacerlo”
- Ángel Valdez: el pintor que encerró Machu Picchu en una libreta
- Fietta Jarque, autora de “Madame Gauguin”: “No escribí este libro para enmendar la novela de Vargas Llosa”