Olluquito es un simpático niño travieso que ha llegado hasta una de las bandejas de la refrigeradora desde alguna comunidad de su país, cuyas raíces se funden entre una fascinante gama de tubérculos oriundos de sus estribaciones altoandinas. Charqui, carne deshidratada de llama, es un maestro curaca cuya sabiduría proviene de los oráculos preincas. El problema es que, como es ‘salado’, su presencia desencadena una serie de eventos necesariamente desafortunados apenas es descubierto por las carnes congeladas en las minas de hielo del Rey Salmón, ubicado en algún recoveco del Templo de Freón, freezer que sufre el gobierno de una logia de mayonesas cuyo untuoso dogma bautismal caerá sobre la testuz de hortalizas y otros habitantes del espacio polar, sometiéndolos.
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La aparición del anciano y salado Charqui, por supuesto, generará el deshielo. Esto es, la gesta rebelde de los alimentos prisioneros, empezando por Olluquito, bocadillo-monaguillo sometido a la jefatura de saborizantes como el Monseñor Krafwerk y otras mayonesas al servicio de una dictadura transgénica sostenida en la impudicia de las salsas de laboratorio, todas empeñadas en implantar un gobierno salchipapero. Ellas son las dueñas de las puertas y vigilan el funcionamiento del refrigerador desde sus balcones. Por supuesto, dirigen a los enlatados, cuya brutalidad policiaca se despliega sobre los vegetales que no se dejan untar, enviándolos al calabozo de las verduras hasta corromperlas. Una pelea de pasteurizados contra orgánicos. Alimentos importados versus producto agrícola peruano.
Bucólico encanto
“Era una idea demasiado redonda como para no hacerla”, dice Sebastián Burga a.k.a Bastian Bestia (43), un artista cuya obra transita entre los límites de múltiples lenguajes creativos propios de la escultura, el diseño industrial, el diseño gráfico, la ilustración y el arte contemporáneo. Después de ganar algunos concursos de historieta durante su adolescencia, Burga obtuvo un grado como escultor en la PUCP antes de completar su máster en la Universidad de las Artes de Berlín. Proclive al absurdo y la parodia, se apropia de la estética industrial para la creación objetos ‘homo ludens’ con precisión matemática: juguetes raros, esculturas cinéticas, insólitos juegos de mesa, muebles atípicos, caricaturas mordaces y todo lo que empate con su búsqueda heterodoxa en el dibujo, la plástica y el diseño.
Así, fue alimentando la idea de insertar a Olluquito en una historia épica e indigenista cuyos referentes vayan del Mago de Oz a la gesta de Túpac Amaru. “Como en el musical de Doroty, el curso lógico de la historia de ‘Olluquito con Charqui’ era, ante todo, el encuentro entre los ingredientes de este maravilloso plato nacional ambientado en la época de la colonia. Específicamente, durante la extirpación de idolatrías, un tema imposible de invisibilizar y que dejó muchas víctimas. Cuando encontré esta analogía, las ideas llegaron solas”, dice Burga. También llegó José Aburto (44), diseñador web, creador de contenidos digitales y escritor con un arsenal de diálogos, climas y referencias que terminaron solidificando una aventura cuya velocidad starwaresca no debería ocurrir a años luz de distancia sino en la refrigeradora de cualquier cocina peruana.
Para, de paso, deslindar con algunas creencias pasteurizadas. Como aquella de que los saborizantes deben ser químicos imponiendo una especie de ‘lavado de cabeza’ sobre los alimentos naturales. O que por culpa de los pecados del pueblo ocurrirá el deshielo y la descomposición, donde el ‘salado’ sería ese anticristo del pésimo sabor e impurezas. Todo apuntaba a que “Olluquito con Charqui” sería la dupla ideal que libere a Freón del sabor de esas salsas malignas: Charqui poniéndole la sabiduría milenaria de los bistecs ancestrales y Olluquito personificando la pureza y fertilidad de nuestro patrimonio agrícola. Luego, la media cebolla nostálgica por su otra mitad, el insurrecto ají panka robándoles etiquetas a los envasados con fecha de caducidad, el ají amarillo reconvertido a los credos del cardenal Heinzler, el contagiante humor de un perejil que se fuma hasta sus propias hojas. Una fiesta de tubérculos y hortalizas a todo color.
Chispa nacional
Todo ello perfectamente sazonado con el chispeante humor peruano, rico en expresiones culinarias de doble sentido. Una verdadera mina humorística que Aburto y Burga vienen explotando desde hace mucho: en “Extravía” crearon un laberíntico corredor rojo e interactivo de 30 cm de ancho, suspendido en el aire y sólo apto para la cabeza humana, donde el público construía sus propias poesías según la ruta que decidiera tomar. También hicieron una serie de pósters de películas ficticias, como “Mal de ojo”, y construyeron el gigantesco robot incaico Incarri, que luchaba contra las mineras que extraían el ‘perunio’. Su trabajo más conocido fue “El choclo Colón”, una intervención arquitectónica sobre el teatro Colón: levantaron un edificio horroroso de veinte pisos para lesionar adrede un entorno intangible y monumental.
Su último trabajo es el videojuego “República del más allá”, que convierte al internauta en un explorador de la historia: se abren las rejas del cementerio-museo Presbítero Maestro y el internauta emprende un viaje a través del cenotafio de Ramón Castilla, los fantasmas de Mariátegui, Gonzales Prada, Mercedes Cabello y César Moro, que derraman fragmentos de sus obras sobre los nichos. También deberá sortear a fuerzas oscuras como Tom Lom, el barbero asesino de la calle Capón, o La Gringa de San Lorenzo, decapitada en la isla y enterrada en el Presbítero. Una desopilante versión peruanizada de Pac-Man que, ahora, encuentra su símil ilustrado en “Olluquito con Charqui” para demostrar, de paso, que la alimentación del futuro será silvestre o no será.
Título: “Olluquito con Charqui”.
Sello: Planeta.
Páginas: 86.
Año: 2021.
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