En Brasilia, el escenario del auditorio del Instituto Cervantes estaba preparado para una entrevista de un político o diplomático, perfiladas las banderas de España, de la Unión Europea y de Brasil. Pero el director del instituto es el poeta Luis García Montero, granadino de 63 años, para quien la literatura es la patria, y la referencia de Federico García Lorca está por encima de todo.
“Si yo te resumo mi vida: me dediqué a la poesía porque nací en Granada, la ciudad de Federico García Lorca. Cuando nací hacía pocos años que había acabado la Guerra Civil, en la que asesinaron a Lorca. Yo me dediqué a la poesía intentando recoger a la herencia de Lorca y haciéndola inseparable de la libertad”, cuenta García Montero, que vuelve a recorrer mundo durante la pandemia y tras perder a su esposa, la escritora Almudena Grandes, el 27 de noviembre de 2021.
Según sus palabras, el trabajo de director Cervantes va mucho más allá de promover el español, idioma compartido por 500 millones de personas, la gran mayoría de ellas habitantes de América Latina. Se trata de defender los valores democráticos.
“La cultura es la mejor defensa contra el populismo y la demagogia que se están extendiendo por el mundo”, afirmó, durante esta entrevista al GDA, el pasado 15 de febrero en Brasilia, adónde viajó para intentar impulsar na enseñanza del español en el país de Jair Bolsonaro.
El nombre del presidente de Brasil no apareció ni una sola vez durante una hora de diálogo, pero el mensaje contra el autoritarismo fue inequívoco.
“Creo que es fundamental defender la igualdad y defender la libertad. Quien por la igualdad sacrifica la libertad acaba siendo un tirano. Y quien en nombre de la libertad se olvida de la desigualdad, acaba imponiendo la ley del más fuerte y siendo un explotador de los demás. Y esa es mi batalla. En este mundo lo tenemos difícil”, dijo.
Él es un hombre de la cultura, y por eso parece que se ha sentido tan a gusto sentado en las escaleras del auditorio, informal con su presencia, convertido más bien en sala de cine o teatro. Desde el mundo de la cultura da su batalla. Si el término soft power se hubiera inventado para alguien en concreto, esa persona sería Luis García Montero, el poeta de habla suave pero valiente.
En 2018, al aceptar la invitación para dirigir el Instituto Cervantes, usted dijo que esperaba aportar “un grano de arena”. Pasados tres años, ¿Cómo lo ve? ¿Qué ha aportado y qué espera aportar en adelante, saliendo de la pandemia?
La idea de aportar un grano de arena tiene que ver con el reconocimiento de las instituciones. Lo que representa una sociedad, su marco de convivencia, son las instituciones. Los responsables, los directores vamos pasando y las instituciones quedan. Este es el sentido de aportar un grano de arena a una gran playa. ¿Qué es lo que he intentado aportar? Pues, en realidad, tomarme en serio las características que supusieron la creación del Instituto Cervantes. Hemos celebrado los 30 años. Si lo comparamos con las instituciones europeas como la Alianza Francesa, el Goethe, el Dante, 30 años son muy poco. Pero es que una institución como el Cervantes necesitaba profundamente la democracia. En dictadura, o en la cercanía de la dictadura, no podría hacerse una tarea propia del Cervantes. Ideas que creo que son claves: en primer lugar, la toma de conciencia de que los españoles solo somos el 8% de un idioma que tiene 500 millones de hablantes nativos. Cualquier intento imperial, centralista, propio de una dictadura, era hacer el ridículo. Defender la cultura en español es defender una comunidad llena de matices, de riqueza, donde cualquier intento de centralismo está fuera de lugar. Podemos tener una respuesta internacional si permanecemos unidos. Y, desde el punto de vista interno, España es una sociedad rica porque tiene distintas tradiciones culturales. Está el catalán, el gallego, el euskera. A mí me gusta decir que trabajamos por la cultura española y la cultura en español. Tiene que ser nuestro trabajo, con todas las embajadas y todos los países que compartimos la lengua. Nuestro lema, que yo lo repito constantemente, es que enseñar un idioma es más que enseñar un vocabulario. A través de las palabras, se ponen de manifiesto valores. Y nosotros queremos trabajar por los valores del respeto, de la pluralidad, de la diversidad, los valores de los derechos humanos, de la democracia, y por eso es tan importante el trabajo académico como el trabajo cultural.
¿Cómo se siente en ese papel diplomático, siendo también un intelectual con posiciones claras, ejerciendo un poco del soft power de España, viajando por el mundo como director del Instituto Cervantes?
En relación con tu pregunta, dependiendo de los lugares y de las ciudades en las que estamos, 94 ciudades ahora en el mundo, dependiendo de los lugares hay algunas tareas más importantes que otras. Yo nací en una dictadura, y yo sé lo importante que era para España, en tiempos de represión, un espacio cultural como era el instituto italiano o el instituto francés, donde se podía ver una película que no llegaba a los cines españoles, o conseguir libros prohibidos. Hay algunos países del mundo que carecen de libertad o donde las mujeres están humilladas, o donde está castigada con cárcel, incluso con pena de muerte, la homosexualidad. Que pueda haber un espacio de cultura que defienda los valores democráticos para mí es muy importante. A partir de ahí, creo que nuestra tarea tiene que basarse en trabajar como institución de Estado, por los valores propios de la sociedad española, defendiendo la independencia del trabajo de la institución. A mí me parece que el Instituto Cervantes es un ámbito cultural y no es lo mismo que el portavoz del gobierno de turno haga un discurso que, de la sociedad española, pueda hablar un director de cine, o una actriz o un músico, o una escritora, o un escritor. La cultura puede servir para intentar comunicar la imagen real de un país que no sea la opinión oficial de un gobierno. En eso estamos trabajando.
Las democracias latinoamericanas son, muchas de ellas, más jóvenes que la española. ¿Cómo cree que se puede ayudar a las democracias del continente, desde España, desde el gobierno socialista de Pedro Sánchez?
Como soy director del Instituto Cervantes, permíteme que sea un poco diplomático. A mí me gusta la diplomacia blanda de la cultura frente a la diplomacia fuerte. Pero te voy a contestar hablando de Europa y de Estados Unidos, del mundo. ¿Por qué me parecen tan importantes la cultura y el conocimiento? Me parecen muy importantes porque en Europa están produciéndose muchos fenómenos que tienen que ver con lo que ha representado Donald Trump en los Estados Unidos, o fenómenos que tienen que ver con otros lugares significativos del mundo. La política está siendo sustituida por la mentira, por un populismo barato, por los bulos, por lo que yo creo que en realidad es una inversión en el analfabetismo, al intentar engañar a la gente. Y, además, en una situación donde las redes sociales han abierto un nuevo terreno de juego. Una mentira en las redes sociales vuela con mucha más rapidez que una verdad. Hay gente que, con la prisa del tiempo, le da igual decir hoy una mentira y que se le descubra, porque mañana ya se ha olvidado. Es lo que Donald Trump llamaba “verdades alternativas”. Por ejemplo, imagínate que el coronavírus, que es un peligro para la sociedad, que es un virus que contagia y que provoca muertes, imagínate que sale alguien diciendo que el coronavirus no es importante.
Me lo puedo imaginar. Estamos en Brasilia.
En España, en Europa y en los Estados Unidos hay movimientos negacionistas. Hay políticos que no se toman en serio los cuidados y que son negacionistas. Creo que el conocimiento es la mejor arma para ir contra la mentira. Y la cultura es la mejor defensa contra la inversión en el analfabetismo, contra el populismo y la demagogia que se está extendiendo por el mundo. Estoy muy preocupado con la irrupción de la extrema derecha en las democracias europeas, en Francia, en Portugal, en España. Tenemos que ser muy activos en la defensa de los valores democráticos. Que no se nos olvide lo que significa vivir en una sociedad donde no hay marcos de convivencia, derechos cívicos, valores democráticos. A eso tenemos que comprometernos los responsables de las instituciones culturales y personalmente cada uno de nosotras y nosotros.
Países como Brasil, Argentina o Chile tienen una cercanía natural a España, ¿no?
Claro. Mira, desde el Instituto Cervantes, soy consciente de que el español es una lengua con 500 millones de hablantes nativos. Es la segunda lengua, después del chino mandarín. En este sentido, defiendo los valores democráticos como una tarea fundamental de la cultura que se puede hacer en español. A mí me parece que eso se puede multiplicar si nos acercamos a un pensamiento iberoamericano, si unimos a España con los países latinoamericanos (hispanohablantes) más Portugal y Brasil. Eso significa tener una capacidad de respuesta muy importante en el panorama internacional. Que haya un puente sólido entre América Latina, el pensamiento iberoamericano y Europa. Fíjate que nuestro prestigio no está simplemente en la demografía. Vamos a seguir creciendo, está estudiado, hasta el 2050. Pero a partir de ahí, incluso que crezcamos, vamos a bajar en la población mundial porque África se va a multiplicar por tres demográficamente. Hay que buscar prestigio en otras cosas. Por ejemplo, en que nuestras lenguas sean lenguas de ciencia, y podamos hacer ciencia en portugués y en español. Ahora mismo, la ciencia escrita y hecha en inglés es muy dominante. Si no conseguimos que haya un pensamiento científico iberoamericano, vamos a tener poco prestigio en el mundo. Y el prestigio es inseparable, a mi modo de ver, de los valores democráticos. En ese sentido, huir de los populismos, defender la democracia, el funcionamiento de las instituciones, aceptar los juegos de la convivencia, a salvo de los bulos y de las mentiras, es una tarea muy importante.
¿Cómo percibe, desde España, los cambios en Brasil y qué atmósfera ha captado estando en Brasilia y en São Paulo?
Toda persona que haya leído un libro mío puede suponer con qué tipo de político me identifico o no me identifico. En este sentido, lo que veo en la gente con quien he hablado y en mis amigos es que en Brasil hay una ilusión porque hay unas elecciones próximas, que pueden significar un cambio, y hay también preocupación porque en los procesos electorales en Brasil a veces ocurren sorpresas. Lo que puedo hacer es respetar las ilusiones de los amigos brasileños que tienen más o menos mi sensibilidad y que piensan, como yo, que es importante retomar los derechos sociales y democráticos, ser conscientes de las brechas que en nuestras sociedades se han acrecentado con la pandemia, evitar la degradación de la democracia, la degradación de la vida de la gente.
Habiendo vivido tantos años de activismo político y de reflexión, ¿en qué punto se encuentra? ¿Está optimista o pesimista?
Acabo de publicar una antología de poemas que se llama “El optimismo melancólico”. Hago ese juego de palabras de la melancolía optimista y del optimismo melancólico. Soy consciente de los problemas que hay, y además soy consciente de cómo la cultura digital está agravando esos problemas. En torno a la identidad, es muy fácil generar estereotipos, y las redes están sirviendo para generar estereotipos que, muchas veces, sirven para definir a un grupo como amenaza. Y para definir identidades cerradas. Yo creo que defender la diversidad es muy importante, pero sin perder el horizonte de la convivencia. Respetar lo diferente, pero sabiendo que todos navegamos en el mismo barco. Y ahora lo que se está potenciando son identidades cerradas, donde hay gente que tiene sentido de pertenencia a un grupo y odia a los demás. Una parte de mi trabajo es analizar el lenguaje de las redes sociales y las palabras que utilizan. Los estereotipos funcionan de distintas maneras. Hay mucho machismo, pero el machismo funciona llevándose con mujeres concretas. Como todo el mundo tiene madre, o abuela, o hija, decir que las mujeres son malísimas no procede. El machismo escoge a la mujer feminista o a la que es contraria a sus ideas, y se la degrada de una manera repugnante. Si pasamos a los migrantes, o las personas de color en los Estados Unidos, ahí ya funciona el racismo no de una persona en concreto, sino de un grupo. Ya puedo sentirme seguro de mi raza y despreciar colectivamente a todos. Eso está funcionando y es un peligro serio. El lenguaje sirve para oprimir o para dar conocimiento y libertad. Y por eso hay que comprometerse con la dignidad cultural de las palabras. Estoy muy preocupado, pero creo que no se puede tirar la toalla. Muchas veces el pesimismo solo sirve como coartada para romper el compromiso, para decir “esto no tiene arreglo”. Eso es darse por vencido, y yo creo que merece la pena dar la batalla por la democracia.
Cambiando de tema, pero no tanto, ¿cómo afronta la pérdida de su mujer y la necesidad de seguir luchando?
Se acaba de morir mi mujer, la escritora Almudena Grandes, con la que he tenido una hija, y he mantenido una relación de casi 30 años. Ahora, uno siente el vacío radical de la pérdida. Pero, al mismo tiempo, siente la ilusión de haber tenido la posibilidad de compartir la vida con una persona como ella. Si el dolor existe es porque uno ha tenido muchos años de vida, y eso es una fortuna y un regalo, los años compartidos. A partir de ahí, yo he escrito una versión del “Prometeo encadenado”, en la que Prometeo se pregunta si hizo bien en darle el fuego a los seres humanos y si los mortales merecemos el fuego. La conclusión es que merece la pena seguir creyendo en la vida y en el compromiso humano porque del mismo modo que existen cosas malas, existe también el amor.
¿Cómo fue el último año de la vida con Almudena?
Aunque sea doloroso, me atrevo a decir que fueron los días más bonitos de mi vida. Para mí, la posibilidad de cuidar a la persona que quieres y de acompañarla y de poder pensar en lo que has compartido, la militancia, la literatura, los libros, los valores que hemos tenido la suerte de compartir durante 30 años… Poder cuidar al otro es lo más importante de la vida. La idea política que uno puede defender es una sociedad que sea capaz de sacar del ámbito del amor privado a lo público el deseo de cuidar y de ser cuidado. Los seres humanos formamos sociedad no por nuestra fuerza, sino por nuestra debilidad. La sociedad empieza a degradarse cuando olvida que se ha juntado para convivir porque necesita ser cuidada y necesita cuidar.
Almudena hablaba de la “armonía de las poéticas” de ustedes. ¿Cuál es su punto de vista sobre ese tema?
Cuando empecé a escribir, empecé a reivindicar, frente a las vanguardias que querían romper el lenguaje de la sociedad y hacer un dialecto poético, una lengua poética que fuese el tratamiento personal de las palabras de la tribu, de la lengua de todos. No hacer un dialecto poético, sino elaborar poéticamente la lengua que compartimos. Por eso yo reivindiqué algunos poetas como Antonio Machado (1875-1939). Cuando ella empezó a escribir, en narrativa, frente a esas novelas experimentales donde un personaje tarda un mes y medio en subir unas escaleras, ella reivindicó un autor realista español como Benito Pérez Galdós (1843-1920) e intentó hacer una narrativa de calidad literaria pero que hablase de la vida de la gente. Un escritor no es un elegido de los dioses, sino un hijo de vecino que se dedica a cuidar las palabras. En ese sentido, tanto en la narrativa como en la poesía, nosotros nos entendimos pronto. Yo tuve la suerte de que Almudena fuese una muy buena lectora de poesía. Ella admiraba mucho a los poetas, y yo a los novelistas. Ella siempre decía que el amor es imposible sin admiración.
¿La rutina era que uno enseñara su nueva obra al otro antes de enviársela a los editores?
Sí. Y salía yo perdiendo, porque cada vez que yo acababa un poema se lo podía enseñar; un poema puede tener 25 a 30 versos. A ella no le gustaba enseñar un capítulo o un fragmento de una novela. Solo la novela completa. Preguntaba detalles, pero lo que quería era saber si funcionaba, porque lo que le gustaba mucho era la estructura. Una novela no es solo estar muy bien escrita, sino que es la estructura, los personajes. Ella me dejaba la novela, yo le dejaba mis poemas, y teníamos confianza, que es difícil. Cuando compartes una obra con un amigo, el amigo tiene miedo a ser sincero si no le gusta, no vayas a enfadarte con él. Y uno no se atreve.
¿En pareja eso es más fácil?
Sí. Teníamos mucha confianza. Joaquín Sabina, el cantante, amigo nuestro, impuso en nuestro grupo una idea. Dijo: cuando se está trabajando, y antes de publicar el libro o el disco, sé muy duro porque las críticas ayudan a mejorar. Además, como no tenemos obligación ninguna de hacerle caso a los demás, uno acepta lo que le gusta, y lo que no, pasa de ello. Ahora, eso sí, en cuanto el libro o el disco se publica: “Una obra maestra, una obra maestra, una obra maestra!”.
¿Cuál es el libro de Almudena que más le gusta a usted?
El primer libro que escribió Almudena viviendo conmigo, “Atlas de geografía humana”, me lo dedicó diciendo “A Luis, porque entró en mi vida y cambió el argumento de esta novela, y cambió el argumento de mi vida”. Esa dedicatoria me emociona cuando la recuerdo. Es el que más me gustó a mí, aunque no crea que sea el libro que yo aconsejaría. Quizás “El corazón helado”. Quizás “Inés y la alegría”.
¿Y, ella, cuál era su preferido, de lo que usted ha escrito?
Almudena contestaría “Completamente viernes”, que es un libro de amor que yo le escribí, que se publicó en el año 1998, y que fui haciendo desde que nos conocimos. Muchas veces yo le regalaba un libro de algún poeta que a mí me gustaba y, en la página de atrás, le escribía un poema. Poco a poco le fui conformando un libro de poemas.
Eso sí que es saber enamorar a una mujer. Muchas gracias por la entrevista.
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