Quienes egresamos del colegio hace dos o tres décadas debemos admitir que el curso de Biología se nos impartió de manera deficiente. Salvando las respetables excepciones, nuestros docentes carecían de un discurso atractivo que permitiera comprender de forma asequible el estudio de los seres vivos y las leyes de su comportamiento. Usualmente todo lo enseñado acababa convirtiéndose en conceptos inasibles que la memoria solo retenía hasta el día de la respectiva prueba o exposición grupal.
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Por eso mismo es tan importante invertir las horas muertas del aislamiento en conocer o revisitar a ciertos autores cuya formidable erudición y envolvente aliento narrativo nos habrían librado del aburrimiento cuando éramos alumnos de secundaria: Yuval Harari, David Quammen, Michael Osterholm o Carl Zimmer. A estos nombres habría que agregar el del joven periodista científico británico Ed Yong (1981), quien a los treinta y pocos años publicó un libro que se ha convertido rápidamente en un clásico moderno de la literatura de divulgación: “Yo contengo multitudes”. Su propuesta es destruir de una vez por todas los mitos que nos han hecho ignorar, temer y odiar a los microbios y convencernos de que nuestra comprensión de la biología humana sería precaria e incompleta si no los valoramos en sus múltiples facetas.
Yong dialoga con “The Song of the Dodo”, de Quammen –un libro notable acerca de las aventuras expedicionarias de Alfred Wallace y Charles Darwin–, y recuerda cómo el autor de “El origen de las especies” cayó en cuenta de que las islas eran los espacios donde la vida manifestaba sus formas más peculiares y la evolución se mostraba con absoluto vigor. “Ningún hombre es una isla”, afirmaba el poeta John Donne. Yong se permite rectificarlo. Para los microbios somos más que eso: archipiélagos con su propia fauna particular, repartida a lo largo de nuestro organismo. Esas regiones son los llamados mocrobiomas, extraordinariamente diversos entre sí. ¿Y cuál es la utilidad de conocerlos? Por un lado, su simbiosis es decisiva para la vida de otras criaturas; por el otro, responden preguntas básicas sobre la legión que nos habita: ¿qué especies lo hacen?, ¿dónde?, ¿por qué?, y la no menos importante, ¿por qué no?
Nuestros profesores les hicieron muy mala prensa a los microbios. Es justo mencionar como atenuante que esa percepción sesgada procedía del darwinismo, que no distingue sino aliados y enemigos en la despiadada lucha por la supervivencia. Yong replica que de todos los microbios conocidos, solo una ínfima parte son patógenos. Otros pueden ser inocuos. Y hay algunos que han sido utilísimos para lograr valiosos descubrimientos referidos al autismo o las adicciones. Si no estamos todavía convencidos, “Yo contengo multitudes” propone una distopía que revela la inviabilidad de un mundo aséptico. En él los seres humanos resistiríamos algunos años sin mayores dificultades y las enfermedades infecciosas desaparecerían de inmediato, pero los animales pronto morirían de inanición, desde las bestias de las sabanas hasta las que pueblan las fosas de los océanos. Ni siquiera los insectos sobrevivirían en este hipotético escenario. La Tierra se volvería un gigantesco páramo donde, al final, también nosotros pereceríamos sin remedio.
Lo más estimulante del libro de Yong es que es una puerta abierta hacia un mundo en el que la ciencia recién está indagando seriamente. Posee la seducción del misterio y la cálida luz de la promesa. Quizá no tiene la prosa subyugante ni la soltura narrativa de otros escritores de su ramo, pero cumple con cartografiar esa dimensión invisible que sostiene la vida como la conocemos y nos conecta con ella de modos que aún no podemos imaginar.
LA FICHA
“Yo contengo multitudes”
Calificación: ★★★★
Autor: Ed Yong.
Editorial: Debate.
Año: 2017.
Páginas: 402.