Los sismos y la literatura peruana tienen una historia amplia. Ilustración: Claudia Gastaldo.
Los sismos y la literatura peruana tienen una historia amplia. Ilustración: Claudia Gastaldo.
José Carlos Yrigoyen

Ya Raúl Porras Barrenechea lo había advertido: la garúa y los terremotos configuran la circunstancia de Lima y sus habitantes. Aseguró que “ambos definen momentos de la ciudad y deciden matices sicológicos del alma limeña”. Nuestro carácter se perfilaría, entonces, entre esa tenue lluvia subdesarrollada y una traicionera tierra convulsa. De ahí esa desconfianza y ese apocamiento con las que nos retrata el imaginario colectivo.

El crítico alemán Wolfgang Luchting alguna vez se preguntó por qué apenas se mencionaban los movimientos sísmicos en la literatura peruana, siendo este un fenómeno frecuente en la geografía que nos engloba. Es verdad que las alusiones a los temblores son escasas en nuestras letras, pero no por ello menos memorables. Podemos acudir a “La conversión de un libertino”, una de las tradiciones de Ricardo Palma, centrada en el furioso maremoto de 1746, para comprobarlo. Cuenta cómo Don Juan de Andueza, un pícaro sin temor de Dios, cambia su disoluto destino después de sobrevivir a la catástrofe que, según Palma, no dejó piedra sobre piedra: “De los siete mil habitantes del Callao (…) no alcanzó al número de doscientos el de los que salvaron de perecer arrastrados por las olas. El terremoto, habido a las diez y media de la noche, ocasionó en Lima no menores estragos; pues de setenta mil habitantes quedaron cuatro mil sepultados entre las ruinas de los edificios”. El tradicionalista concluye reconociendo que “No hay pluma capaz de describir escena de desolación tan infinita” y celebrando la salvación espiritual de Andueza, inmortalizado en un lienzo del convento de La Merced.

Dos terremotos sacuden la obra de Julio Ramón Ribeyro, otro narrador que hizo de Lima motivo y bastión. El primero acontece en “Crónica de San Gabriel”, su debut en la novela y la mejor de las que escribió. El movimiento telúrico constituye uno de los cráteres de esta ficción, factor desestabilizante de la plácida y parasitaria existencia de los dueños de la hacienda en que vive el protagonista. El segundo inaugura su último libro, “Relatos santacrucinos”, cuentos autobiográficos que rememoran la infancia y adolescencia del autor en Miraflores. “Mayo de 1940” describe, con vívida prosa, los sucesos del sismo que desbarató la capital aquella fecha. Ribeyro aún no había cumplido los diez años cuando fue testigo del caos generado por esa trepidación que empieza como “un ruido sordo, lejano, proveniente de las profundidades de la tierra” y acaba remeciendo las pistas, tornándolas líquidas, derribando muros y vitrinas, postrando a los vecinos entre súplicas y alaridos. El relato concluye con una nota de humor en medio de la tragedia: el padre de Ribeyro, feliz por encontrar a su familia sin un rasguño, promete construir un nuevo piso a la casa, al examinar su resistencia y la buena estructura que la mantuvo en pie.

Sería imperdonable cerrar este recuento sin “Le quitaron la ciudad a Mario Luna”, célebre poema de Juan Ramírez Ruiz incluido en “Un par de vueltas por la realidad (1971)”. Trovador de los barrios populares y sus anónimos personajes, Ramírez Ruiz construyó un avasallador himno sobre el sismo de Yungay de 1970 y de cómo aniquiló las precarias moradas de las urbes costeras, volviendo más desposeídos a los desposeídos, convirtiendo a la hostil intemperie en su nuevo hogar: “Le quitaron la ciudad a Mario Luna el día 31 de mayo. / Y su dolor equivale a doce volúmenes de poemas del siglo XVIII y no será consignado aquí. / El 1º de junio el cable repetía el barrio La Esperanza está en los suelos, el barrio del Acero ya no existe / y allí se mezclaron cines con parques y carros y árboles, y árboles se mezclaron con abuelos y novias / y familias y tiendas comerciales, tiendas comerciales se mezclaron con ópticas, consultorios, cementerios, / y cementerios con salas de maternidad, con máquinas de escribir con pantalones con zapatos con hígados con riñones, / y riñones se mezclaron con cerros y cerros con techos con televisores con cráneos / con sillones / con frazadas con tablas”. El mismo ritmo de los versos emula un tremor apabullante, transformador del mundo y sus elementos, para el que no hay refugio que no sea la solidaridad posterior al derrumbe. Ni otra esperanza que la indoblegable voluntad de reconstrucción.

Ficha

Ricardo Palma. Tradiciones peruanas. Universidad Ricardo Palma, 2015. Ocho volúmenes.

Julio Ramón Ribeyro. Crónica de San Gabriel. Pesopluma, 2019. 248 pp.

Cuentos completos. Seix Barral, 2009. Dos volúmenes.

Juan Ramírez Ruiz. Un par de vueltas por la realidad. Vivirsinenterarse, 2017. 141 pp.

Contenido sugerido

Contenido GEC