Cuando los políticos hablan en su novela, el tema que nunca abordan es, precisamente, la política. Como en “Pulp Fiction”, donde los sicarios no hablan de crímenes sino de hamburguesas, el escritor mexicano Daniel Krauze escribe un “thriller” tan realista que parece inverosímil, donde el nivel de corrupción de congresistas y de sus operadores políticos alcanza niveles difíciles de creer. “Tenebra” (Seix Barral) aborda un año de la vida de Julio Rangel, un tipo al que la política se lo ha dado todo y en la vida de Martín Ferrer, a quien la misma política diezmó la fortuna de su abuelo y quebró a su padre. Ambos protagonizan una historia en que la corrupción opera en múltiples modos y en la que la política es el mejor pretexto para hablar de valores perdidos por una soledad que ha tolerado por décadas a impunes y corruptos.
Hijo de Enrique Krauze, uno de los intelectuales más influyentes en México, el escritor y guionista imaginó esta novela tras una conversación sostenida con el operador de un viejo político mexicano. Lo escuchaba hablar abiertamente sobre despilfarros, orgías y chanchullos políticos vividos durante la administración de Enrique Peña Nieto. “Quizás por ingenuidad mía, había en su relato detalles que no podía creer”, recuerda Krauze en esta entrevista vía zoom. “No puede ser, por ejemplo, que diez funcionarios de 29 años, en puestos de bajo nivel, puedan rentar un yate con 12 prostitutas para navegar el Mediterráneo. Y no puede ser tampoco que puedas entrar en sus redes sociales y verlo. No me sorprendía tanto lo que me contaba, sino el descaro que rodeaba todo”, dice el escritor, que poco después se decidió a profundizar en ese corrupto universo.
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—Ese descaro parece propio de la cultura del narco…
Sin duda. Es el descaro mezclado con impunidad. Pasan los años y lo único que ves en México es que los homicidios suben y suben. Pueden agarrar a alguien como El Chapo pero el Cártel de Sinaloa sigue allí. Eso genera en la sociedad una sensación de desamparo enorme. Sientes que no puedes depender de la sociedad, ni de sus autoridades o la policía. Lo único que te queda es salvarte a ti mismo, lo que fomenta individualismo recrudecido, donde lo único que piensas es en hacer dinero. Como un caballo de carrera, no piensas más que en tu carril. Esa es una de las muchas causas de este deterioro social.
—“Tenebra” es una denuncia muy pesimista sobre la corrupción en México y cómo ésta ha permeado en los individuos. ¿El lector mexicano está demasiado acostumbrado a ella como para sorprenderse?
Confieso que he leído reseñas de lectores de la novela, y las de lectores mexicanos se reconocen inmediatamente, porque dicen “Bueno, no nos está diciendo nada que no sepamos de la política mexicana”. Hace muchos años publiqué “Fiebre”, un libro de cuentos. En uno escribo de un niño de un pueblito mexicano que en un terreno baldío encuentra un cadáver, un cuerpo baleado. Me basé en una noticia que leí en 2007, cuando un grupo de niños en Tijuana, al salir de su primaria, encontraron seis cadáveres decapitados fuera del colegio. Crecer en un país donde ves eso, encontrarte esas noticias en el periódico cada vez que lo abres, te hace preguntar qué nos hace en el alma, cómo te va eliminando la sensibilidad natural. Al perderla, el primer reflejo es responder con burla ante la violencia, cosa que para alguien que no es mexicano resulta muy extraño. ¡Los mexicanos tendemos a hacer memes en internet cada vez que sufrimos una tragedia! Es nuestra manera de digerir las cosas terribles que nos pasan. Y un tema central en “Tenebra” es ver qué le hace al alma de la gente vivir en un país así de convulso.
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—La estructura de la novela tiene mucho de melodrama clásico mexicano. Es el encuentro de dos mundos distintos, ricos y pobres, con la venganza como propósito.
Me interesó salirme del molde típico de que la persona de tez más oscura es el pobre, mientras que el rubio es el rico. Pensé en voltear estos clichés. Así, el que está resentido y tiene una obsesión por la venganza es el niño rico venido a menos, mientras que el poderoso es el que nació pobre y la política le ha dado todo. Desde un principio, casi de manera esquemática, quise diferenciar ambos mundos. A diferencia de otras novelas mías que armé como guiones de cine, aquí el proceso fue imaginar lo que querían ambos personajes, y como si soltara una boa constrictora y un ratón en una jaula, ponerme a ver qué pasaba. Fui descubriendo la novela mientras la escribía.
—Lo común en el género del thriller político es que el sistema permita que el bien prevalezca, pero en “Tenebra” no existe salida ni final feliz. ¿El sistema es demasiado corrupto como para redimir a sus víctimas?
Ese fue uno de los grandes retos. Recuerdo con claridad una conversación absurda que tuve con uno de mis entrevistados para la novela. Yo pensaba cómo le iba a ganar Martín al Senador, y le preguntaba cómo podría suceder. ¿Si demostraba que el senador había matado a uno de sus hijos? Él negó con la cabeza. ¿Lo metería a la cárcel si se revelaran videos que lo comprometieran con pornografía infantil? Volvió a menear la cabeza. ¿Y si una cámara lo registrara matando a su esposa? Se levantó de hombros. ¡Tenía que haber alguna manera de que un político corrupto sea desaforado y que acabe en la cárcel! Con la más absoluta seriedad. Mi entrevistado me dijo: “No hay manera. No hay nada que pueda hacer tu protagonista para acabar con este señor”. Eso me obligó a pensar en la novela como una especie de “anti thriller”, pues no se puede acabar con el villano. En México, la cantidad de políticos corruptos que siguen ejerciendo a pesar de descubrírseles casos de pederastia, trata de blancas, asesinatos, fraudes o corrupción, es vergonzosa. ¡México es el único país donde no hay una sola persona tras las rejas por el escándalo de Odebrecht! Eso era lo que yo quería que retratara mi libro.
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—Hablemos de Luis Miguel y del fenómeno de la serie. Todas las entrevistas que te han hecho sobre ella llevan un prejuicio instalado: te preguntan qué hace un escritor como tú, serio y literario, escribiendo sobre “El Sol”. ¿Cómo llevas ese prejuicio?
Te voy a responder con toda honestidad: no me importa. Siempre quise ser guionista de cine y de televisión, es lo que estudié, siempre quise compaginar el oficio de guionista con el de narrador. Lo han hecho otras personas antes que yo, Guillermo Arriaga es un ejemplo clarísimo y reciente de que se pueden compaginar ambas cosas. Además, siempre he pensado que en México tendemos a ser muy pedantes con nuestra cultura pop. Sobre todo en los años 80 y 90, cuando no había otro entretenimiento, la mayoría de nosotros crecimos viendo telenovelas y el chavo del ocho. Pero ahora el mexicano niega haber visto eso. Me parece, más allá de admitirlo, es que hay mucho que se puede entender y dilucidar de una sociedad a través de su cultura pop. Estudiarla, verla con claridad, aceptar que son nuestros ídolos populares. Si Luis Miguel es un ídolo popular, ¿por qué no analizarlo, estudiarlo a fondo y con seriedad? Yo creo que la serie sea un fenómeno dice mucho de México. Dice cuán nostálgicos estamos y que tanto añoramos una época que no es esta. Añoramos los años 80 y los 90, y cuando escuchamos “Cuando calienta el sol” y “La incondicional” nos transporta a esos tiempos. En el fondo, aunque no lo aceptamos, presentimos que era una época más fácil y mejor en México.
—¿Lees a Luis Miguel como una metáfora social?
En absoluto. Lo que yo opino de él como persona está en gran medida en la serie. Muchas cosas que la gente le critica yo las comprendo con mayor claridad después de escribir sobre él tantos años, sin eximirlo de algunos de sus defectos. ¿Por qué la gente de específicos niveles sociales se identifica con él? ¿Nos gusta el hecho de percibirlo como una víctima? Eso habla mucho que cómo nos gusta el entretenimiento en América Latina. Pero no me toca a mí hacer el análisis de eso.
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—Formo parte de la generación que creció con él y que lo envidió cuando de un adolescente cantaba con Sheena Easton. ¿Cómo tu generación, más joven, se acerca al ídolo?
Luis Miguel no es un ídolo popular como lo fue Juan Gabriel. Este último atravesó todas las clases sociales, mientras hay mucha gente que no conecta con Luis Miguel. Yo, a los 10 años, sí era fan. Recuerdo verlo como un mexicano cosmopolita, en un país relativamente insular. Un mexicano cosmopolita que iba a los Óscares al lado de Frank Sinatra.
—Tenía la sofisticación del crooner…
Exacto. Era un crooner internacional en un país en el que apenas estaba Salma Hayek, y apenas asomaba el talento de Alfonso Cuarón, de Guillermo del Toro, de Alejandro González Iñárritu. Incluso entre los deportistas, teníamos a Hugo Sánchez y a nadie más. Tener a un mexicano de fama internacional era algo muy extraño, una rara avis. Y lo increíble es que era muy misterioso, no hablaba con la prensa, desaparecía después de sus conciertos. A mí me parecía un personaje muy fascinante, tanto así que años antes de trabajar en la serie, me acerqué a varias revistas a proponerles escribir un ensayo sobre él. Cuando me enteré que iban a hacer la serie, me lancé a ese proyecto.
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—¿Por qué el divo es tan hermético?
Va porque ha tenido una vida complicada. Su vida privada genera muchísimo interés, la gente no le pregunta por su música y es desesperante, porque el tipo sí sabe de música. Estoy seguro que una entrevista con él que no fuera sobre su nueva novia y que abordara sus pasiones musicales sería fascinante. ¿Sabes cuántas entrevistas así existen con Luis Miguel? Cero. Si yo fuera él, también me negaría a hablar con los periodistas. ¿Para qué rasquen en mi vida privada?
—Me vas a permitir hacer justamente ese tipo de preguntas para ti. Si me permites el psicoanálisis barato, es imposible no imaginar un eco entre la difícil relación de Luis Miguel y su padre y la de tu propio padre, Enrique Krauze, una de las figuras intelectuales más influyentes en tu país.
Es muy interesante y muy válida la pregunta. Pero te diría que es todo lo contrario. Con mi padre, yo tengo una muy buena relación, con las fricciones que pueden tener todas las relaciones entre padres e hijos. Es opuesta a la relación que vemos en la serie. Empezando por el hecho de que mi padre nunca estuvo interesado en guiarme, ni mucho menos. Nunca en la vida se sentó conmigo y me dijo: “Tú vas a ser escritor”. Más bien, si le hubiera dicho que iba a ser doctor, él hubiera estado más contento.
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