“El pintor de Lavoes y otras crónicas” - Luis Miranda. (Foto: Difusión)
“El pintor de Lavoes y otras crónicas” - Luis Miranda. (Foto: Difusión)
José Carlos Yrigoyen

Cuando Luis Miranda (Lima, 1967) ingresó por primera vez a una redacción se propuso que su trabajo sería distinto. Alérgico al estilo acartonado que padecía el periodismo nacional a principios de los noventa –con las respectivas y perdurables excepciones–, decidió que se centraría en aquello que pasaba inadvertido o que nadie quería ver. Y que lo haría a través de una prosa sabrosa y cromática que no perdería nunca precisión ni encantamiento. Entonces se sumergió en el mundo urbano marginal de Lima y fue en búsqueda de sus más conspicuos personajes. Una de sus crónicas iniciales trataba sobre un desconcertante urinoterapeuta aficionado. Los colegas de Miranda lo miraron raro. Era una buena señal.

Miranda comenzó en este oficio mucho antes de que la crónica y la no ficción se pusieran en boga y cobraran prestigio. Durante 17 años publicó, en diversos medios, decenas de historias sobre los habitantes de una capital tugurizada donde las opciones de supervivencia se reducen al subempleo y al ingenio callejero. En el 2008 reunió una selección de ellas en “El pintor de Lavoes y otras crónicas”, libro que fue bien recibido por la crítica y los lectores (actualmente es un clásico de las facultades de periodismo) y que lo erigió como uno de los representantes más destacados del género en el país. En el 2019 Colmillo Blanco se encargó de una cuidada segunda edición ideal para repasar los mejores hallazgos de un escritor capaz de identificar la insólita belleza que anida en lo precario y tragicómico del lado salvaje de nuestra peruanidad.

El autor no suele contemplar a los seres que pueblan sus crónicas desde la complicidad o la condescendencia del que se digna a dar una voz a quien nunca la ha tenido. Todo lo contrario. Cuando nos cuenta –con estupenda sagacidad narrativa– las aventuras del Vikingo, sucio catchascanista que saboreó la fama en la lejana década del setenta, su mirada insiste más en la irreversible decadencia física y económica del pugilista que en las luchas ganadas gracias a censurables y arteros subterfugios. Mayor desencanto encierra el testimonio acerca de su exploración entre esos restaurantes, fábricas y negocios en los que labora y festeja la comunidad peruana de Paterson, Nueva Jersey: “Este no es el sueño americano. […] Es una pesadilla de la que solo se puede despertar pisando nuevamente el Jorge Chávez” (p. 98).

La prueba más ardua para Luis Miranda fue sin duda la crónica que da nombre al conjunto. Le costó más que en los casos anteriores ganarse la colaboración de El Salsa, hosco artista lumpen de Puerto Nuevo conocido por pintar el rostro de Héctor Lavoe y otros ídolos de la música tropical, así como las omnipresentes lápidas (retratos de los jóvenes delincuentes caídos en la guerra de pandillas del Callao). Esto no le impide esbozar a través de su figura un emotivo y desgarrador panorama de ese violento submundo en el que la vida carece de valor y la venganza es ley. Aunque su interlocutor se muestra parco, Miranda y su afinado oído le roban algunas frases estremecedoras que redondean paso a paso esta peligrosa peregrinación chalaca: “Barrio es saber que puede faltar pan en la mesa, que un día hay para comer y otro día no” (p. 200). La vocación impugnatoria no descansa tampoco aquí: en uno de los momentos más tensos, el cronista le echa en cara al entrevistado la propensión de su gente a “encumbrar políticos populistas que fidelizan al pueblo con bolsas de comida y conciertos de salsa” (p. 196).

Admiración, sorpresa, perspicacia e indignación: todo ello convive en las más logradas crónicas de Luis Miranda. Quizá sea esa singular mixtura la que hace su lectura tan fascinante.

DATO

3.5/5

Autor: Luis Miranda.

Editorial: Colmillo Blanco.

Año: 2019.

Páginas: 206.

Relación con el autor: ninguna.

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