En “Montevideo”, su más reciente novela, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) vuelve a su mejor forma: aquella en la que un narrador –que es y no es él– comienza a reflexionar sobre la literatura y al mismo tiempo la vive; es decir, un extraño estado en el que las verdades y las mentiras se van fundiendo con naturalidad. Por eso, el personaje que protagoniza el libro empieza a percibir señales o coincidencias peculiares en diversas ciudades –de París a Montevideo, de Reikiavik a Bogotá– que lo llevan a sospechar que en cierta forma vive encerrado en una novela.
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Vila-Matas accedió a responder algunas preguntas a El Comercio por correo electrónico, que no solo versan sobre la creación literaria, sino sobre discusiones socioculturales vigentes. Una demostración de cómo el autor de “Bartleby y compañía” y “París no se acaba nunca” ha encontrado la manera de utilizar la ficción como una linterna para iluminar la realidad.
—Aquella idea de “forjar un estilo” en la literatura ¿no puede resultar nociva en el sentido de que un escritor puede terminar “pareciéndose demasiado a sí mismo”? En todo caso, ¿Cuál es su postura al respecto?
De muy joven oía decir todo el rato que sin una voz propia el escritor no era nada. Yo ya la tenía de sobras, pero me divirtió rebelarme contra esa idea, aunque sólo fuera porque era una idea que se parecía demasiado a “una verdad indiscutible” y escribí un libro titulado “Una casa para siempre”. En el libro conté el drama de un ventrílocuo que tenía voz propia, esa virtud tan buscada y apreciada por los escritores y que, por razones obvias, para el ventrílocuo era un verdadero contratiempo. Una segunda versión de ese libro es “Mac y su contratiempo”, que publiqué hace cinco años. En ese libro volví sobre los pasos del ventrílocuo y el problema con su voz propia. Todo eso desembocó en mi novela “Montevideo”, que cuenta la historia de una búsqueda de estilo por parte de un escritor que lo sabe casi todo sobre el autor del libro. Y es que en el fondo sigo buscando el estilo. Kafka y Valéry, tan diferentes uno del otro, en cierto momento escribieron (sin saberlo) exactamente la misma frase: “Toda mi obra es la búsqueda de mi obra”.
—Me causó mucha gracia las tendencias que enumera el personaje. ¿Dónde ubicaría usted el uso –tan de moda hoy– de la inteligencia artificial? ¿Le preocupa el tema?
¿Que si me preocupa? Sí, bastante, sobre todo desde que hace dos meses me propusieron que fuera entrevistado en público por una inteligencia artificial. La idea me encantó, pero pronto me dijeron que no iba a ser posible porque el ‘bot’ (abreviatura de robot) aprendía lento y carecía de humor, y sólo era simpático cuando decía tonterías. Y pensar que me había frotado las manos planeando el momento en que le preguntaría si no creía que a las novelas les resultaba difícil representar la realidad, pero la reflexión que ellas mismas abrían sobre ese defecto de fábrica (la conciencia de su incompletud) las convertía en una actividad muy atractiva… Me imaginaba la cara del ‘bot’ y me tronchaba de risa.
"Me gusta que el mundo sea ambiguo. Me gusta oír frases que dicen una cosa y al mismo tiempo la contraria. Johan Cruyff era un maestro en esto".
Enrique Vila-Matas, escritor español.
—¿El cliché del “preferiría no hacerlo” [del libro “Bartleby, el escribiente” de Herman Melville] persigue solo a su personaje? ¿O lo ha perseguido a usted también?
El narrador de “Montevideo” odia el libro. Yo sólo puedo agradecerle al libro lo que ha hecho por mí. Pero es cierto que el “preferiría no hacerlo” se ha vuelto un cliché y hasta es una inscripción en camisetas vulgares y corrientes, lo cual para mí ha sido ya alarmante. Claro que más alarmado debe de estar Melville en su tumba. En “Montevideo”, el narrador propone una frase que ocupe el lugar del “preferiría”. La dijo Juan Carlos Onetti cuando unos amigos insistieron en filmar una breve entrevista con él en los días en Madrid en los que no se movía de su cama y se alimentaba de sorbitos de whisky. Se resistió, pero finalmente aceptó que le filmaran con esa frase: “Por simpatía, me resigno”.
—Si es cierto, como se dice en el libro, que la ambigüedad es el rasgo que mejor define al mundo de hoy, ¿hay algún ámbito en el que preferiría mayor claridad y definición? ¿En la política, la literatura, los sentimientos?
No pretendo, no lo he pretendido nunca, cambiar el mundo. Es horrible el mundo de hoy, pero prefiero que siga siendo más o menos así, no sea que cambie y sea peor. Por otra parte, me gusta que sea ambiguo. Me gusta oír frases que dicen una cosa y al mismo tiempo la contraria. Johan Cruyff era un maestro en esto.
—La novela recorre varias ciudades y en algún momento también habla de una “saudade secreta”: ¿Hay alguna ciudad del mundo que le genere un tipo de saudade especial, diferente?
Me habría gustado vivir en cinco ciudades al mismo tiempo, y en todas rodeado de saudade: Barcelona, París, Nueva York, Lisboa, Sevilla.
—Y ya que es una novela muy cinéfila: ¿Godard o Truffaut?
Durante años, asistí a una tertulia los domingos por la mañana en una terraza al sol, en Barcelona. En esa tertulia estaba prohibido nombrar a Godard. Sin embargo, Godard siempre me interesó, especialmente por sus opiniones. Por ese “Au contraire” que solía decir siempre que alguien emitía una opinión. Un día, poco después de que alguien afirmara algo con lo que no estaba de acuerdo, dije en la tertulia “Al contrario”, y recuerdo la penosa reacción de todos, me miraron como si les hubiera hablado Godard. Por la noche, soñé que me desterraban de la tertulia, simbólicamente, por tres meses.
Autor: Enrique Vila-Matas
Editorial: Seix Barral
Año: 2022
Páginas: 304