Quien haya seguido la carrera de determinados escritores, sabe que su trabajo cambia con el tiempo. No solo hay transformaciones en la base, en la profundidad del cómo encaran sus temas, sino en la forma, sin la cual el fondo no tiene impacto. El cambio que ha seguido (Argentina, 1960) es gradual, pero quien recién la lee empezando con su primera novela, “Tuya” (2005), y continúa con su secuela, “El tiempo de las moscas” (Alfaguara, 2022), notará varias diferencias no solo en la trama.

Por un lado Inés, la protagonista, sale de la cárcel a un mundo distinto en el trato a las mujeres, pasa de ama de casa asesina a exterminadora de insectos con una fascinación por las moscas; la escritora en cambio se enfrenta a un uso distinto de las palabras, pero también a llevar a sus personajes a lugares distintos. Todo esto confluye en una historia de misterio donde el trato de la sociedad hacia las mujeres tiene un papel central.

“(En ‘Tuya’) Inés dice ‘cuando uno piensa’” y creo que tendría que decir ‘cuando una piensa’ [en femenino]. Por más que no está mal según la RAE, me parece que las mujeres tratamos de adaptar el lenguaje para que nos nombren de una manera más adecuada”, cuenta la escritora, a quien no le gusta releer sus novelas pero en este caso debió hacerlo para mantener coherencia entre las historias y cambiar allí donde era necesario. Por ejemplo, esta vez la novela tiene más voces además de la protagonista. Está su hija Laura, la ex reclusa y ahora detective la ‘Manca’ y también un inusual coro que recuerda a la dramaturgia griega, que sirve de comentario a la injusticia de la sociedad con las mujeres.

―Sus personajes en esta novela son muy inteligentes. Y eso me parece que puede traer un problema con el misterio, porque usted en cierto modo debe adelantarse al lector para que no sea predecible. ¿Es un reto para usted mantener ese nivel de agudeza?

Hay un tema con lo que yo escribo. Algunos dicen que son novelas policiales. Yo no sé si lo son, creo que tienen algunos elementos del policial como el suspenso. No son policiales en el sentido clásico porque no responden a las preguntas clásicas del policial: quién lo mató y por qué. En este caso las preguntas son hacia el futuro: ¿Inés y la Manca van a hacer lo que les pide la señora Bonar? ¿Van a ser cómplices de este asesinato? Son todas preguntas a futuro y la novela policial no es así. Pero independientemente de eso, hay elementos y uno de ellos es la relación entre el escritor, el narrador, el lector y el suspenso. Porque la sensación que vos tienes cuando escribes una novela policial es que el lector está todo el tiempo mirando por encima del hombro a ver si se puede anticipar a lo que vas a poner. Vos estás escribiendo cosas que le pueden dar pistas razonables, no le puedes mentir, pero a la vez tienes que controlar lo que le cuentas porque el lector se siente atraído cuando se da cuenta de cosas.

―Se siente bien con eso.

Te sientes bien como lector, pero siempre [como escritor] te tienes que guardar algo que no haya pensado. Te estás sintiendo bien [como lector], pero siempre te quedará una sorpresa para el final. Con “Catedrales” (2021) mucha gente me decía que a la mitad de la novela ya sabía lo que había pasado, pero mi voluntad no es que sepas lo que pasó, sino que después soportes todo lo que tienen para contar los últimos dos personajes y la revelación final que no tiene que ver con el suspenso sino con la composición de los personajes.

―En una entrevista mencionó que el coro de mujeres es como el coro de ideas sobre feminismo que siempre está en discusión, ¿cierto?

Sí, me pasaba que los pensamientos de Inés me resultaban demasiado apretados para esta historia. Entonces se me ocurrió esta cosa de traer el coro griego, que representa la comunidad. Es un grupo de actores en el caso del dramaturgia que sube a escena, mira lo que le está pasando a los protagonistas y opina. En este caso es un grupo de mujeres que mira lo que le pasa a Inés, a la Manca y lo llevan a lo personal, porque también hacen reflexiones; de lo personal se pasa lo político porque lo personal es político y entonces se termina discutiendo temas del feminismo. A veces algunos periodistas me preguntan “¿cómo se te ocurrió? ¿cómo hiciste para meter todos esos temas que querías traer a la novela?” y no es que yo quería traer esos temas a la novela. Yo saqué a Inés de la cárcel a un mundo donde esos temas están en la calle y ella y la Manca se encuentran con esos temas.

―Ahora que lo menciona, me parece una novela bastante ambiciosa por la cantidad de temas que toca y que lo hace bastante bien. Llega a redondear sus ideas. ¿Siempre fue su idea de que esta secuela sea así de ambiciosa?

Eso apareció sobre la marcha. Yo saco un personaje que era absolutamente machista, conservadora, agarrada del patriarcado, a este mundo donde todo se partió y está distinto y entonces tiene que adaptarse a todos esos cambios rápidamente. ¿Y cómo lo hago? Entonces, se fue complejizando en la medida de que aparecían estos temas en la novela. Incluso este coro, desde el punto de vista de la trama, también uno puede pensar que es una asamblea de mujeres. En la política tradicional generalmente hay un líder que define cuando no se ponen de acuerdo; en la política de los movimientos de mujeres todo es mucho más horizontal, todas opinan, todas levantan la mano, se anotan, tienen voz.

―Veo esa parte del coro y, si bien la novela dialoga con la actualidad, en el coro dialoga incluso más.

Casi todas mis novelas dialogan con el aquí y ahora, pero si tuviera que elegir cuál es mi novela más contemporánea, es esta. Porque hay un diálogo permanente con lo que nos estamos planteando en este momento y sobre todo me parece que hay una mirada hacia adentro del movimiento de mujeres, porque no es tanto como criticar a los varones, al patriarcado, sino más bien las discusiones que dentro del mismo movimiento [femenino].

―Volveremos a eso en otro momento. En la novela, en el monólogo interior de Inés hay unos paréntesis, me pareció muy interesante eso. ¿Tal vez sería como una mosca que se pone ahí?

Inés tiene que hacer un aprendizaje acelerado de lo que es ser mujer en este siglo. Ella es muy pragmática, lo que le sirva lo va a tomar. Creo que también le pasa a muchas mujeres, que los cambios fueron bastante acelerados y según a la generación que perteneces, y la amplitud de mente, te acomodas a ciertos cambios y otros te cuestan más. Inés me parece que reserva para sus paréntesis todo eso que ella todavía no está muy dispuesta a decir abiertamente. Es su monólogo interior, pero está conversando con alguien [en su mente].

Claudia Piñeiro, en una sesión de fotos para El Comercio en el hotel Los Delfines. Ella vino a Perú para participar en la Feria Internacional del Libro de Lima.
Claudia Piñeiro, en una sesión de fotos para El Comercio en el hotel Los Delfines. Ella vino a Perú para participar en la Feria Internacional del Libro de Lima.
/ Hugo Pérez/ GEC

― ¿Qué tanto de Medea, este personaje griego tan interesante, hay en esta obra?

Es llevar el tema de los conflictos de la maternidad a un extremo absoluto. Podemos pasar de obras que no plantean el conflicto de la maternidad, donde las madres son perfectas, a la situación de Medea que sacrifica a sus hijos porque está dolida con el padre de estos, con Jasón. Entonces en ese abanico hay distintas formas de encarar la maternidad. Quizá, durante mucho tiempo, parecía que [en ficción] había que encuadrar siempre en el mismo modelo de madre y un poco traer a Medea es el otro extremo al que obviamente ninguna conscientemente quisiéramos parecernos a Medea.

―Me interesa mucho que la novela desacralice la maternidad, algo que en Latinoamérica todavía no se puede hacer. De hecho, en los medios se repite mucho la frase “el milagro de la vida” [Piñeiro voltea los ojos al escuchar la frase].

Cuando vengo a tu país lo siento bastante fuerte eso, en mi país también, pero nosotros hemos tenido bastantes avances con la ley de aborto legal, seguro y gratuito. Pero uno de los problemas que hay, como la enseñanza de educación sexual integral en los colegios que es tan importante para que los niños no sean violados y para que los niños sepan cómo usar su cuerpo y para que tengan una sexualidad adulta satisfactoria. El tema de la maternidad se empezó a discutir, hay más posibilidades de discusión también en Latinoamérica, pero vemos en todos los países un retroceso, una vuelta de cuestiones muy conservadoras que atentan contra esta posibilidad de las mujeres de elegir si quieren ser madres o no. Antes parecía que una mujer que no era madre era una mujer fallada y, si no quería, era una mujer con problemas. Hoy creo que ya aceptamos con bastante con bastante facilidad que una mujer pueda o no ser madre según desea. Pero además dentro de la categoría de las que sí quieren ser madres o de las que son madres finalmente, no siempre las cosas salen bien y es un poco lo que plantea la novela: no todas las maternidades son exitosas, los vínculos pueden traer complicaciones. Si no son exitosas, no necesariamente es culpa de la mujer que tuvo el hijo.

―Todos estos temas se están hablando más ahora que antes, pero aún no se hablan lo suficiente ¿verdad?

Hay como un resquemor. Tampoco se habla tanto de los fracasos de dentro de la maternidad. A veces son vínculos que realmente no son viables.

―La novela también habla del ensañamiento del aparato judicial contra la mujer. ¿Qué cree que alimenta este odio contra la mujer por ese lado?

No quiero decir que todos los jueces y abogados [son así], pero hay quienes son muy conservadores. Hay juzgados de familia que quieren imponer sus propias ideas personales con respecto a cómo tiene que manejarse una familia, una madre, una mujer. A veces das con esos prejuicios. En Argentina hace varios años hacemos la marcha de “Ni una menos” con amigas, y me ha pasado que vienen mujeres con sus expedientes judiciales a decirnos que tienen trabado algo, donde un juez no les hace la restricción de acercamiento de alguien que es violento, o un juez que obliga a que sus hijos se vean con un padre que es violento; ver si ellas encuentran alguien que por ser conocida a lo mejor la puede ayudar. Es muy triste porque son todas cuestiones que deberían ser solucionadas dentro de la justicia. ¿De dónde viene ese ensañamiento? No lo sé, pero creo que son cosas muy atávicas y muy personales.

Creo que pasa un poco como con el lenguaje inclusivo. Yo no lo uso porque no me resulta cómodo, pero no me molesta para nada y hay ocasiones en las cuales resulta muy difícil usar el universal masculino porque es hasta ridículo. Hay 200 mujeres y un varón y uno tiene que decir “los aquí presentes” y es raro. A las mujeres nos enseñaron a sentirnos incluidas, pero nos empezamos a sentir incómodas con esa inclusión. Entonces empezamos a buscar formas de decir que nos incluyan. Supongo que a los grupos de LGBT les debe pasar exactamente lo mismo, que no se sienten incluidos en ese universal masculino. Creo que algo vamos a encontrar entre todos para nombrar [cómodamente], pero me impresiona la saña y el odio que hay desde algunos sectores cuando alguien usa lenguaje inclusivo, parece que fuera este un pecado terrible. Entonces alguien pone una palabra con lenguaje inclusivo y salen hordas en las redes sociales.

―Los defensores del uso “correcto” de la letra “e”.

Sí, pero además es gente que muchas veces habla mal en general. Usan mal los verbos, las conjugaciones verbales y las concordancias. ¿Y tanto les preocupa la “e”? Entonces vos decías “¿qué hay detrás de eso?” Creo que es un tema que deberían analizar psicólogos y sociólogos, porque ahí atrás hay algo de la intimidad de las personas que se juegan eso.

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