Carlos López Degregori. (Foto: El Comercio)
Carlos López Degregori. (Foto: El Comercio)
Maribel De Paz

Solo dos horas antes de que Kuczynski anunciara su renuncia a la presidencia del país, el poeta Carlos López Degregori batía en casa, diestramente, dos cafés que acompañarían sus reflexiones sobre el crítico momento que atraviesa el Perú, la elusiva esencia de la poesía y sus más oscuros recuerdos de infancia. Cuarenta años de creación que se iniciaron en 1978 con la publicación del poemario “Un buen día” bajo el sello de La Sagrada Familia.

Ahora, ante la inquietante presencia de una calavera que lleva más de dos décadas en su estudio, y a la que ha bautizado como Victoria (por aquello de que la muerte siempre vence), López Degregori versa no solo sobre los imperdonables egoísmos de nuestra clase política, sino también sobre el cierre de su propio ciclo poético. Recordamos, entonces, su poema “Después del diluvio”, de título tan a pelo para el Perú de hoy. De ahí, solo un verso, casi un diagnóstico: “Conjuramos para contrarrestar el horror y los días despiadados”.

—Me comentabas hace un momento sobre el ciclo moral nefasto en el que nos encontramos como país.
Yo salí del Perú por razones familiares a comienzos de los 70, y regresé en el 78, cuando estaba cerrándose el ciclo del gobierno militar y se acercaban las elecciones de la Constituyente. Era un momento en el que había un movimiento popular vigoroso, esperanza en la transformación, en la posibilidad del país. Pero, a partir de los 80, con el gobierno débil de Belaunde, la tragedia del gobierno de Alan García y el infierno de Fujimori, hemos vivido 40 años de crisis moral política, de destrucción del país. Es imperdonable y en este momento todo el Perú está asqueado y desalentado, pero espero que con esta coyuntura cerremos un ciclo y tengamos una nueva manera de concebir la vida pública, la vida colectiva.

—Eres un ser con esperanza.
Siempre he sido escéptico, pero creo que en este momento el derrumbe es tal que quizá ya hemos llegado al fondo.

—O quizá se pueda caer más.
En el Perú siempre hay más fondos, pero espero que esto sea el final de un ciclo y de una serie de organizaciones políticas. Uno ve la desintegración del país en todos los ámbitos, en todas las instituciones, en todas las esquinas, en las relaciones, en las familias, en los trabajos, en la violencia, en el tránsito.

—¿Cuál es el antídoto moral?
La indignación. La indignación de las nuevas generaciones, porque los cambios que deben surgir ya no los veremos nosotros.

—Más allá del tema político, ¿cómo sientes que el Perú te ha tratado personalmente?
El Perú a mí me ha ignorado, simplemente me ha dado la espalda como le sucede a todos los peruanos. Ahora, yo he tenido suerte, he logrado situarme en el ámbito académico los últimos 40 años, pero eso no es el Perú. El Perú simplemente es esa ofensa y ese maltrato permanente a todos los peruanos. Estamos llegando al bicentenario en condiciones deplorables.

—¿Qué sería para el Perú tener en el bicentenario a Kenji en el poder con Cambio 21?
La caricatura de nuestra historia.

LA POESÍA
—En tus versos están presentes el amor y la pasión, pero también el dolor, la desesperanza y una identidad fragmentada. ¿Dista de ser un acto gozoso la creación poética?
Ni gozoso ni doloroso. Para mí escribir poesía es una especie de condición, algo que me ocurre de vez en cuando. No supone una liberación, no es una especie de cura, de exorcismo. Simple y llanamente es una actividad a la que uno se ve empujado en determinados momentos.

—¿Cómo se es poeta de vez en cuando?
Bueno, creo que no hay ningún poeta que exista permanentemente. La poesía ocurre de vez en cuando.

—¿Como una iluminación?
Es una especie de inquietud. En un momento dado, en un espacio de tiempo, algunos días, uno siente un desasosiego, uno ve las cosas de una manera distinta, uno escucha de manera diferente y, a veces, una expresión, una palabra, una cosa que has visto desencadena vagamente un futuro poema. Es algo que está más allá de los sentidos, más allá de la racionalidad y de la intencionalidad. El poema no explica ni esclarece. El poema, para mí, simplemente señala que hay algo inquietante, algo oscuro, algo que no llegamos a entender, algo que nos moviliza o nos desmoviliza, algo que nos agrede y que está allí.

—¿Como un sonar quizá?
Más o menos, sí. Tú percibes que hay algo, algo detrás de una pared, algo detrás de un velo, en un otro lugar, y la poesía lo que hace es señalar ese algo, tratar de encaminarse hacia allí, aunque no va a llegar.

—Y cuando no estás en ese estado, digamos, ¿dirías que tu vida es más calma?
Mi vida por una serie de circunstancias ha sido bastante ordenada. Trabajando como profesor durante 40 años he construido una estructura cotidiana marcada por cada uno de los ciclos en la universidad. Tuve una etapa, a fines de los años 70 y en los primeros años 80, en la que fui un poeta exaltado, estuve al borde de la autodestrucción, pero fue algo que percibí como un obstáculo. Y mi vida cambió. El amor, el trabajo, los hijos... Uno se da cuenta de que es otro el camino que debe seguir, y que incluso eso es lo que te permite escribir.

—¿Cuándo dijiste: “Acá se acaba esto”?
Más o menos en el 83, cuando apareció mi segundo libro, “Las conversiones”.

—¿Y cuál fue el hito que te llevó a esta conversión?
Bueno, una serie de factores que tienen que ver con el trabajo y con haber conocido a quien es mi esposa, Roxana, a quien conocí en el 83 y que cambió muchas cosas. Es el momento de reconocerlo públicamente.

—¿Eras un joven iracundo?
Era un joven desordenado y escéptico.

—¿Ahora eres un hombre ordenado y escéptico?
Sí, pero el desorden sigue presente en mi poesía, porque probablemente es un desorden interno. Creo que tengo un desajuste interno, un cierto vacío, una serie de sombras que están en mi interior y que aparecen cuando creo, porque mi poesía es una poesía que siempre está explorando ese otro lado que soy yo también.

LOS ORÍGENES
—Has contado anteriormente que tu abuela te leía poesía cuando eras niño. ¿Qué te leía?
Mi abuela Dina era una lectora apasionada. Me leía poemas modernistas, de Rubén Darío, por ejemplo. Debo haber tenido 5 años. El proceso de mi acercamiento a la poesía, el primer clic, el primer paso, está en sentir un poema en la voz de mi abuela. Y todavía conservo un ejemplar de ella, de “Cantos de vida y esperanza”, de Darío, lleno de recuerdos, de flores secas, de estampitas, de mechones de pelo. Toda una vida encerrada en ese libro.

—Tu padre, por otro lado, era tisiólogo.
Mi padre era médico y empezó como tisiólogo. En los años 50, cuando yo tenía unos 4 años, fue a encargarse del sanatorio infantil de Collique para niños con tuberculosis. Era un espacio rodeado de chacras, de zonas de cultivo, de vez en cuando pasaban aviones porque el aeródromo estaba por ahí, y yo vivía prácticamente en el campo, en la casa del médico encargado de ese sanatorio que estaba al lado. Vivía al lado de los enfermos. Tenía prohibido el ingreso al sanatorio, pero uno de los primeros recuerdos que tengo es haber entrado y visto dos filas de esas camas con barrotes de metal, y unos niños muy delgados que me miraban. No sé cuán real es ese recuerdo, pero es uno de los primeros que tengo.

—¿Y qué sentimiento te provocó esa imagen?
Era miedo, asombro y al mismo tiempo fascinación por acercarte a un punto prohibido, oscuro. Luego, cuando tenía 6 años, nos trasladamos a Arequipa, donde viví hasta los 15 años al lado de otro hospital, donde mi padre era director. Victoria [la calavera que tiene en casa] tiene que ver con eso, porque en esos años todos los médicos tenían su cráneo para estudiar anatomía. Este me lo regaló un amigo médico cuando le conté de estas experiencias, de cómo había visto todas estas cosas, y Victoria tiene 25 años aquí, pero no se trata de una cuestión morbosa. La tengo como un vínculo con mi pasado y, en este momento, también como un punto de reflexión. Es la idea barroca. En esa época todos los monjes tenían sus cráneos para saber hacia qué te encaminas.

—Es un recuerdo del futuro, digamos.
'Memento mori' [recuerda que morirás]. Eso es Victoria para mí en este momento.

—Alguna vez dijiste que quizá a lo largo de todos estos años has estado escribiendo un solo libro de poemas. Algo que hace pensar en lo que decía Szyszlo: que toda su vida trató de pintar un mismo cuadro.
Creo que siempre he estado escribiendo, más que el mismo poema, el mismo libro. En mi poesía cada nuevo libro devora el anterior y hace una nueva propuesta. Creo que “La espalda es frontera” [su último libro] supone casi el cierre de ese libro. Ahora que he hecho esta antología me di cuenta. El primer poema, que está en “Un buen día” [su primer libro], empieza con el nacimiento: “Un buen día nos descubrimos en el agua y decidimos nacer muy lentamente”. Es un yo, una figura, una presencia que está surgiendo, no es una identidad clara, y a lo largo de mi obra han aparecido muchas identidades o una identidad fracturada. Y el último verso del poema que cierra la antología es “La espalda es frontera”: “Es de noche y sigue apoyado en la pared, su espalda es la frontera, bebe un trago de whisky que arde con el té y se incorpora tambaleante, ahora tendrá que adentrarse en la espesura”. Son 40 años, un número significativo, que inicia con un nacimiento y termina con ese viaje absoluto que está presente en la modernidad, a lo oscuro, a lo que no sabes qué es.

—Y que coincide con estos 40 años de caída moral en el Perú.
Coincide con la historia del Perú y con mi biografía. Todos los hilos se atan.

—Quizá sea el momento de una poesía más luminosa.
No sé. A estas alturas ya no lo sé.

UN TEXTO DEL POETA 

"Mi miembro de lana"

Desperté con una oveja en mi habitación. Era escuálida y aguardaba al matarife atada a los pies de mi cama. Había algo triunfante en ella que no correspondía al miedo, ni al dolor presentido, ni a la dignidad o indignidad de la espera inmóvil. Su carne, sus entrañas celestes, sus ojos, su sangre rebosante de inquina, si es que ella cabe en el deseo de las ovejas, desaparecerían en las bocas de los invitados al banquete. Nada perduraría de ella. Solo la vejiga.

En la vejiga que nadie quiere comer se refugia el alma de las ovejas. Desde allí nos mira rencorosa. Es un alma espesa, un casi turbio iris con ese olor nefasto que se aferra a los rediles para vencernos.

Me incorporo con una punzada en la ingle. Golpeo con el pie desnudo el cuerpo invisible y crece desesperado su balido. Ah, inerte y dulceamarga oveja, tengo tu aliento y tu rostro. Debería ofrecerte vino y hierba como una reparación. Aunque no sé exactamente qué debo compensar.

Salgo al calor de la noche y toco mi miembro de lana. Me miran los astros y los árboles, los ojos de innúmeros animales.

Arde mi alma escapando desconcertada.

*Tomado del poemario "La espalda es frontera" (2016).

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