Juan Carlos Fangacio

En "Días laborables", su primera novela luego de varios libros de poesía, cuenta en primera persona la historia de un sujeto sin nombre, un empleado común y corriente que, de repente, es despedido de su empresa, amenazado de muerte y se ve envuelto en una enrarecida trama criminal. Una historia llena de imágenes que parecen sacadas del cruce de una película de David Lynch y otra de los hermanos Coen. Una influencia cinematográfica que el mismo autor reconoce.

— ¿Tú también has experimentado el trabajo de oficina?
Sí he trabajado en oficinas, pero la que aparece en el libro es una muy particular porque pertenece a una corporación con reglas muy singulares. Es una sátira o parodia de una corporación, llevada un poco a la caricatura y sintetizada, porque hay pocos elementos. Lo que hice fue extrapolar mi experiencia y llevarla a una situación más extrema para plantear una especie de crítica a través del humor y lo absurdo del mundo corporativo.

— ¿Qué es lo que te llama la atención de ese ambiente? Es un poco raro, ¿no? Con su competitividad, su lenguaje motivacional, entre otras cosas.
Sí, muchas de esas cosas siempre me han parecido absurdas, pero la gente está tan metida en ellas que a veces no se da ni cuenta. Entonces mi idea era esa: delatar o evidenciar ese mundo, que si los mira desde cierto ángulo está muy cerca de la ridiculez, con sus pautas tan rígidas, sus mandamientos caprichosos. Eso era lo que me interesaba subrayar, que se notaran sus extrañezas.

— El personaje también representa algo así como la clase media actual: un treintañero con carro, pero que sufre para pagar el alquiler, que envidia el éxito de su novia...
Ese es un comentario interesante, pero debo decir que yo vengo de escribir poesía y en ella lo sociológico nunca ha tenido espacio de forma evidente. Esta novela tampoco ha tenido esa intención. Nunca he querido que las tensiones sociales sean registradas de una manera concreta. Hay una frase que recuerdo de Luis Hernández, cuando le preguntaron sobre la realidad social peruana o la poesía comprometida. "La verdad es que desconozco los cauces sociales o los exagero", decía. Y de alguna manera me siento identificado con ella porque no es lo mío hacer una literatura de retratos sociales. Yo voy por otro lado, algo como un realismo más introspectivo. Igual a la hora de escribir hay cosas que salen, y sí, probablemente el personaje tiene marcas de esta especie de nueva precariedad o inestabilidad social que tiene que ver con empresas para las que lo único que importa es el rédito, sin importar la calidad de vida de los trabajadores.

— Tampoco hay muchas referencias de Lima. Mencionas un malecón, ciertos barrios, pero ninguna señal clara.
Sí, las evité. Y por la misma razón, porque no quería marcas sociológicas muy fuertes en el libro. No fue adrede, creo que es lo que el libro me pedía cuando lo estaba escribiendo. Ten en cuenta que esta es la primera novela que escribo y tuvo varias intentonas. Con historias, tonos y universos muy distintos. Pero que no me salían, no tenían la carne que quería, no las sentía vivas. Eso hasta que de pronto, una noche en la que estaba medio desesperado y harto, escribí como seis páginas de un tirón. Y apareció de la nada, solo tuve que ir jalando la madeja. Eso sí me interesa: que el inconsciente se vaya expresando naturalmente.

— Luego el personaje va saliendo del ambiente laboral e ingresa a un plano más delictivo.
Sí, una especie de hampa surrealista. Eso es algo más simbólico, con personajes arquetípicos. Unos malhechores que están más dentro de él que en el mundo real. Son como sus miedos, sus culpas, sus fantasmas, que se le aparecen ahí y lo llevan a hacer ciertas cosas. A mí me interesaba que el héroe no sea tan héroe. Y el personaje es un antihéroe porque pacta con el crimen. De hecho, el peruano siempre está en una situación parecida, de negociación con cosas oscuras.

(Foto: El Comercio)
(Foto: El Comercio)

— Otra cosa: el tipo tiene novia, hay mujeres que lo seducen, pero casi en ningún momento tiene sexo.
Lo que pasa es que el fondo del libro es una suerte de crisis de crecimiento, que se expresa en sus problemas con el trabajo, en las ganas de renunciar, en unos personajes ominosos. Y como está sumido en esa crisis, estancado, eso lo deserotiza y la sexualidad está problematizada.

—Por último, ¿por qué decidiste mandarte con una novela después de una trayectoria esencialmente poética?
Primero, lo que me gustaría recalcar es que el género que más me gusta, y que me parece más difícil y valioso, es la poesía. Para mí, es la literatura en esencia. A diferencia de la narrativa, la poesía no recurre a marcos, anécdotas o personajes. Es lenguaje en estado puro y eso hace que requiera, al menos a mi modo de ver, más fuerza y disciplina. Pero a mediados del 2006, después de hacer un proyecto de libro objeto con textos narrativos, me quedó el bichito de escribir una novela. Y esas ganas fueron desembocando en esta novela. Luego la vida me fue ganando: tuve un hijo, tuve que cambiar de trabajo y reinventarme profesionalmente, tuve otro hijo, y recién en los últimos cuatro o cinco años pude escribir. Porque, además, una novela te reclama una disciplina con horarios. Yo me iba a mi casa dos días a la semana, cuando no había nadie, y me encerraba allí, apagaba los teléfonos y fluía. Para la narrativa, ese es un requisito indispensable. La poesía es diferente.

DATO
Título: "Días laborables".
Autor: Diego Otero
Editorial: Literatura Random House
Páginas: 140

Presentación
Lugar: Librería Sur.
Dirección: Pardo y Aliaga 683, San Isidro.
Fecha: miércoles 6 de junio, 7:30 pm. Ingreso libre.

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