Mientras barre la entrada de su peluquería, Irene se topa con un tipo extraño. Parece un diablo, también parece un zombi, pero en realidad es un José María Arguedas salido de algún rincón del inframundo (o de ultratumba). Así comienza “El diablo Arguedas”, la más reciente novela de la escritora argentina Betina Keizman (Buenos Aires, 1966), que nos introduce en un escenario ambiguo y atemporal, en el que parece haber ocurrido una catástrofe que solo se sugiere, pero no se explica del todo.
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Brillantemente escrita, y recogiendo ciertos rasgos del espíritu arguediano de “El zorro de arriba y el zorro de abajo” –su híbrida novela póstuma–, la novela de Keizman también abarca la ficción distópica, la migración, las fronteras del lenguaje, la etnografía, la violencia y más. A su breve paso por Lima, conversamos con la autora.
–¿Por qué elegiste a Arguedas para convertirlo en un diablo-zombi y no a Borges o a Rulfo o a García Márquez o qué sé yo?
Primero simplemente me apareció, y después fue cobrando cierto sentido. Yo estaba pensando en el tema de los diablos, pero no quería un diablo tan europeo, sino un diablo más pagano. Entonces estaba pensando en Bulgakov, pero también en “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, en los diablos andinos. Era un mundo que me funcionaba para escribir. Por otro lado, como era una novela escrita para Argentina, que tiene una literatura bastante endogámica, me parecía un poco provocador meter una historia de Arguedas. Y luego fui pensando en otras cosas, como la idea de un escritor que hoy sería imposible, que no podría existir.
–¿Por qué crees que hoy Arguedas no podría existir?
Empecemos diciendo que no soy una especialista en Arguedas. Pero por lo que he leído, creo que hay un grado compromiso político, y también espiritual, muy muy profundo. Y los escritores de hoy no somos así. Por eso me parecía interesante pensar en un zombi, en un muerto vivo, en un escritor que ya no es.
–De alguna manera, presentarlo en esa condición zombi también fuerza al personaje a un reaprendizaje, ¿no?
Claro, a descubrir el mundo. Eso lo pensé a partir de “El zorro de arriba y el zorro de abajo”. La idea de novela etnográfica, que también intenta entender el mundo, y con qué mecanismos puede hacerlo. Este personaje también piensa con qué mecanismo puede entender un mundo ultracomplejo, en el que son las redes sociales las que dominan. ¿Cómo entenderlo? Pues buscando, pero sin ton ni son, porque no sabe orientarse; que es lo que a uno a veces le pasa cuando hace una búsqueda en Internet, ¿no? Y aparte jugaba con la ambigüedad de si era Arguedas o no, y que tenía que aprender a ser él mismo o descubrir quién era realmente.
–Claro, el Internet, las redes y hasta la inteligencia artificial tienen una presencia importante en tu novela…
Sí, también porque el lugar donde transcurre la historia es como una ciudad latinoamericana X, en un tiempo X que mezcla pasado y futuro. Entonces Internet aparece como algo que podía atravesar todo eso, que yo podía convertir en un mecanismo narrativo. Además, me interesaba trabajar otras voces, como la de Irene. Porque en la novela Arguedas es como un significado vacío. Y él mismo intenta llenarlo buscando información, lo que yo uso narrativamente como una forma de traer información a mi texto. Algo parecido a lo que se hace en la literatura documental, etnográfica.
–Hablemos de Irene, un personaje muy interesante porque es migrante, porque sale adelante sola, etc.
Sí, para mí ella es la verdadera protagonista de la novela, no Arguedas. Yo sabía que quería un personaje que fuera migrante, ambiguo; no quería que fuera un personaje bueno o fuera políticamente correcto. Buscaba que fuera cuestionable, no solo desde el lugar moral, sino desde su misma enunciación. Porque, en definitiva, cualquier personaje al que el diablo le va a ofrecer un trato está a punto de pisar el palito. E Irene está a punto de pisar el palito desde mucho antes, desde siempre. Es también un personaje bastante parecido a Arguedas, que se ha tenido que armar sola, que intenta luchar; y que también posee cierto humor y a la vez es medio despótica. A mí me interesaba eso.
–¿Cómo fuiste configurando ese escenario geográficamente impreciso, medio retrofuturista?
Las ciudades que yo más conozco son Santiago, Buenos Aires y la Ciudad de México, lugares donde he vivido. Por eso la novela en parte tiene elementos de esos tres lugares, pero también tiene elementos de Bogotá y de Lima, que fui metiendo de a poco. Estas ciudades, o los centros de esas ciudades, son siempre un poco decadentes, al final se parecen mucho entre sí. Fue como un empachado, como un collage. Están los volcanes que son algo muy de Santiago, pero también hay un mar que tiene que ver más con Lima. Y los mercados de libros los saqué más bien de Bogotá. Entonces en esa construcción del espacio hay rastros de mis viajes y estancias en distintos lugares. Eso es lo que yo quería.
–Volviendo a Arguedas, ¿tuviste que revisar su literatura para escribir su novela? ¿O no necesariamente?
Bueno, yo ya había leído bastante de Arguedas hace años, pero no lo releí específicamente para escribir la novela. Lo que sí soy es bastante desmemoriada, así que no puedo decir que lo conozca de un modo muy académico, muy riguroso. No quise volver a leerlo en absoluto. Incluso para crear las historias de la niñez de Irene, que mencionan a Arguedas, en algún momento pensé en releerlo, pero lo que hice finalmente fue tomar imágenes de México, del desierto mexicano. No importaba que quizá no funcionaran. Yo quería trastocar, no armar un referente claro que se pudiera identificar.
–Dijiste antes que meter a Arguedas en Argentina podía ser provocador. ¿Qué recuerdas de la polémica que sostuvo con Cortázar? ¿Qué te pareció?
Eso sí lo he pensado bastante. En mi formación Cortázar sí está muy presente, incluso por mi interés por la literatura fantástica. Pero el Cortázar que más me gusta hoy ya no es ese Cortázar. Me gusta más el de “La vuelta al día en ochenta mundos” o “Último round”, esa especie de libros objetos que al final se parecen bastante más al Arguedas de “El zorro y el zorro de abajo”, ¿no? Me parece que todo el otro Cortázar envejeció mal, pero este sobrevive. Y con respecto a la polémica, creo que ahora queda claro que Arguedas tenía razón. Hoy lo vemos más claro. Hay algo en el planteo de Arguedas que Cortázar no podía ni siquiera escuchar porque no se podía escuchar en Latinoamérica. Así que, de alguna manera, “El diablo Arguedas” también me parecía que era como un desagravio.
“El diablo Arguedas”
Autora: Betina Keizman
Editorial: Animal de Invierno
Páginas: 148
Betina Keizman presentará su novela en la Librería Sur (Pardo y Aliaga 683, San Isidro), este jueves 14 de noviembre, a las 7:30 p.m. Participan Juan Carlos Cortázar y Ricardo Sumalavia. Ingreso libre.