Aunque han transcurrido 505 años desde que el papa León X prohibiera la impresión de cualquier libro que no contase con la aprobación de la Iglesia Católica, todavía existen ciertos grupos y organizaciones que, en pleno siglo XXI, privan a miles de lectores del encuentro con diversos títulos. La lista es larga.
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“El temor al libro es muy antiguo. En muchas ocasiones se le describió como el hereje mudo pues proveía de ideas y reflexiones contrarias a ciertos intereses”, señala el historiador Pedro Guivobich. Mientras que en los siglos XVI y XVII eran las publicaciones de autores protestantes las principales víctimas de la censura, en nuestros días son los libros con contenido LGBTQIA+. Tan solo en el 2019, la Asociación de Bibliotecas Estadounidenses (ALA) registró 566 libros de diversos temas cuya distribución se vio amenazada por diferentes grupos.
El eterno enemigo
Givobich asegura que la magia siempre resultó un tema preocupante para la Inquisición. “La sociedad colonial fue particularmente supersticiosa y ello llevó a que estos textos no fueran impresos sino que fueran los manuscritos los que circulaban”. Hoy, sin embargo, podría ser risorio escuchar que la publicación de un libro se haya visto afectada por su contenido “mágico”, pero es algo que sucede.
Han transcurrido 27 años desde que la saga de “Harry Potter” se volvió un éxito de ventas pero su lectura no está permitida en los Emiratos Árabes Unidos pues algunas instituciones aseguran que dicha historia incentiva a la brujería. Al otro lado del mundo, en los Estados Unidos, la saga del joven mago aparece en la lista de los 10 libros que registraron el mayor número de intentos de censura en escuelas, universidad y bibliotecas.
Temor permanente
“Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión”, dijo convencido Mario Vargas Llosa en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura.
Apenas hace unas semanas la escritora y activista tibetana Tsering Woeser informaba en Twitter que los libros del escritor peruano habían desaparecido de los sitios de venta por internet más importantes de China. El hecho ocurría apenas unas horas después de la publicación de una columna de Vargas Llosa sobre “el virus proveniente de China” que fue calificado como irresponsable por la embajada de ese país en el Perú.
Aunque Tailandia no ha adoptado una política de censura oficial, generó mucha sorpresa la desaparición de la obra de Orson Welles, “1984”, de las librerías tras el golpe de Estado en dicho país el 22 de mayo de 2014. “No tenemos ningún ejemplar a la venta, podríamos tener problemas con la policía”, respondía una vendedora de Asia Books de Asok al diario El País por aquellos días.
El ingrediente perfecto
Puede que la censura busque incansablemente evitar la circulación de ciertos libros, pero muchas veces ha servido como la mejor herramienta publicitaria logrando que las personas se sientan interesadas por conocer qué genera tanta alarma. Claro ejemplo es “El código Da Vinci” que empezó a liderar la lista de Best Seller luego de que el cardenal Tarcisio Bertone invocara a los católicos a no leer ni comprar dicho libro a través de las ondas de Radio Vaticano. El libro del estadounidense Dan Brown registra más de 200 millones de ejemplares vendidos desde su publicación en 2003.
Las férreas posturas del vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, en contra de la comunidad homosexual llevaron a la escritora Jill Twiss a crear una nueva versión del libro “Marlon Bundo. Un día en la vida del vicepresidente”, escrito por la hija de Pence y protagonizado por el conejo de la familia. La nueva versión, “Un día en la vida de Marlon Bundo”, contaba la vida del mamífero junto a su pareja, otro conejo del mismo sexo. Aunque la hija del matrimonio Pence aseguró haberle gustado la historia, el libro recibió varias solicitudes de retiro de las escuelas y bibliotecas de estados como Texas y Colorado.
“Muchos todavía consideran que la paz está garantizada mientras se mantenga la uniformidad de las ideas”, señala Pedro Givobich y es precisamente a ese pensamiento al que todavía muchos escritores se enfrentan día a día en diversas partes del mundo. El fuego ya no es capaz de borrar sus obras mientras exista el internet, donde circulan en diversos idiomas y formatos, pero siempre necesitarán de lectores que alimenten la discusión de los temas que sus historias ponen sobre la mesa.