Martín Adán. (Ilustración: El Dominical)
Martín Adán. (Ilustración: El Dominical)
Rafaella León

1. EL PRIMER HOMBRE: ADÁN

Una tarde de marzo de 1927, José María Eguren llevó a Estuardo Núñez y Rafael de la Fuente Benavides a conocer a José Carlos Mariátegui. El tranvía los dejó en Lima, cerca de la calle Washington, a la izquierda. Había dos grupos a los que Mariátegui atendía: dirigentes obreros en la primera sala; y en la segunda, intelectuales y artistas, entre ellos Armando Bazán y César Moro.

De la Fuente siempre llegaba callado, nervioso al principio. Poco a poco se descubrió como un gran conversador. No iba todos los días, pero los martes nunca faltaba. “Había que escuchar las conversaciones de Rafael. Uno se quedaba anonadado de ver cómo organizaba el pensamiento, cómo jugaba con él y con las palabras. Era realmente extraordinario”, recordaba Núñez para este libro.

Un día llevó bajo el brazo las hojas arrugadas de ese ejercicio de gramática que él había llamado, desde un principio, “La casa de cartón”. No era una tarea para la escuela. Así Rafael ejercitaba el lenguaje, escribiendo por escribir. Con frases y palabras tachadas, borrones y marcas hechas con lápices de distintos colores, el manuscrito de su primera obra fue a parar a manos de Mariátegui.

Hacía tan solo un año que se editaba la revista literaria “Amauta”, y Mariátegui pensó que era la ocasión perfecta para publicar algunos fragmentos de “La casa de cartón”. De la Fuente lo dudó, su familia le reprocharía. Estuardo Núñez le dio la solución.

–No tiene por qué enterarse, Rafael. No firmas como De la Fuente Benavides. Debemos buscarte un seudónimo –dijo.

Mariátegui, Bazán y Núñez se pusieron a pensar en un nombre.

–Por el estilo y la tendencia del libro, creo que ha nacido un nuevo escritor, un nuevo hombre: un Adán –dijo Mariátegui.

–Es como el monito del organillero que ha sacado un papelito, que ha encontrado algo nuevo –comentó Estuardo.

–En Barranco lo he visto. ¿A ese te refieres? –intervino Bazán.

–Al mismo. Y a este monito le dicen Martín –dijo Núñez.

–Martín Adán. Magnífico, así de paso armonizamos la Biblia con el origen del hombre según Darwin –concluyó Mariátegui.

2. ROSITA Y EL AMOR

La tía Tarcila Benavides –la “Sánchez Cerro con falda”, como le decía Martín Adán– compró un auto con el dinero de la venta de la casa de Barranco. Contrató, además, a un chofer muy alto y de tez morena, de apellido Muchotrigo. Núñez lo recuerda y sonríe. “Nos burlábamos de su apellido y de su uniforme, con el que manejaba ese auto elegantísimo”, recuerda. Muchotrigo tenía dos funciones principales. La primera era llevar a la tía Tarcila y a Mercedes –madre de Adán– a misa todas las tardes y, luego, a beber té donde las amigas. La segunda labor del chofer era agotadora: cuidar del joven Rafael. Lo seguía en sus tertulias y lo esperaba en sus noches de bohemia, y salía en su auxilio cuando se escapaba. “Muchotrigo lo adoraba”, recuerda Nicanor de la Fuente Goyburu, primo hermano del poeta. Le ponía su abrigo y Martín lo carajeaba, pero también lo quería. Estaba pendiente de lo que el poeta necesitara. Apenas se colocaba un cigarrillo entre los labios, Muchotrigo se apresuraba para encenderlo. “¡Carajo, ya me quemaste el bigote!”, le gritaba Rafael. Le palmeaba la espalda enorme y se iba abrazado de su uniforme de chofer.

Rafael de la Fuente quería casarse. “Quería a Rosita, la hija del chino Choco”, me contaba Nicanor de la Fuente, recordando el plato de tallarines al pesto que tanto le gustaba a Rafael y que Choco siempre le servía en su bar. Rafael de la Fuente la adoraba. Nunca dejó de repetir que él no se iba a casar con una peruana, sino con una nissei. Nunca, ni cuando quisieron casarlo con Rosita Larco Larrabure.

–Doctor, no tome –le decía Rosita Choco.

–Deja, Rosita. Déjame seguir conversando con Dios...

3. AREQUIPA ES LA LIBERTAD

Los hermanos Polar Ugarteche, Emilio Romaña, Alberto Guillén, César Atahualpa Rodríguez, Augusto Tamayo Vargas y José Luis Bustamante y Rivero conformaron su círculo de amigos en Arequipa. Dentro del grupo había quienes le insistían a este último que se lanzara como candidato a la presidencia. Pocos años antes había redactado el famoso “Manifiesto de Arequipa”, en el que Luis Miguel Sánchez Cerro exigía la renuncia de Augusto B. Leguía. Ya había sido incluso ministro de Educación por unos meses.

Bustamante siempre se negaba. Decía que no quería pensar en eso, que había tenido una mala experiencia en la política y que él era un jurista, que estaba tranquilo siendo un buen abogado y nada más. Solo Martín Adán, sentado en la mesa en que compartían tertulias, le dijo las cosas claras:

–No sea cojudo, José Luis. Usted será presidente dentro de diez años.

Exactamente diez años después, en 1945, José Luis Bustamante y Rivero acomodaba, todavía incrédulo, la banda presidencial sobre su pecho.

La amistad de Martín Adán con Bustamante y Rivero fue duradera y querida. Se conocieron en el Banco Agrícola de Arequipa, donde ambos ejercían labores jurídicas. Ya cuando Bustamante fue presidente, Martín Adán no perdía ocasión para hacerle bromas:

–Usted nunca va a ser un buen presidente del Perú –le dijo una vez.

–Rafael, pero ¿por qué dice usted eso? –preguntó, intrigado, el presidente.

–Por la misma razón por la que santa Teresita de Jesús no sería buena directora del Panóptico.

–¡Ah! Rafael, con usted no se puede...

Asegura Estuardo Núñez que la poesía de Martín Adán se reanudó en Arequipa. Lejos y libre. De esa temporada (tal parece que permaneció allá hasta 1935, hospedado en la pensión Somocurcio o en el hotel Sucre) guardó, Rafael de la Fuente, recuerdos en sus libretas. Una de 1967 tiene escrito el siguiente verso: “Buscando entre la luz a Santa Catalina, yo iba con un amigo, José Luis Bustamante. La luz ciega. La luz es materia divina. Soy humano... He bebido. Todo está distante”.

Marco de la Fuente, primo hermano del poeta, ingeniero de profesión, fue contratado por José Luis Bustamante y Rivero para construir su vivienda en la avenida Pardo. Un día, mientras verificaban la mudanza de Bustamante a su nueva casa, encontró entre los periódicos que envolvían sus pertenencias uno en el que se hacía un comentario sobre Martín Adán:

–Mire, aquí mencionan a su pariente –dijo Bustamante.

Marco de la Fuente detalló para este libro aquella conversación. Fingiendo no conocer bien a Martín Adán, dijo:

–Francamente, su poesía es tan complicada que yo no la entiendo...

–¿No la comprende usted? No es poesía lo que hay que leer en Martín Adán, sino el presentimiento poético que inspira –dijo Bustamante.

Al despedirse, Bustamante y Rivero dijo a Marco de la Fuente algo que este nunca pudo olvidar: “La poesía de Adán no es para leerla: es para rezarla”.

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