Los moches y El Niño: así castigaba al norte el dios Aiapaec - 3
Los moches y El Niño: así castigaba al norte el dios Aiapaec - 3
Enrique Planas

Caprichoso es el dios Aiapaec, principal deidad de los moches. Castigador, temido y adorado, es llamado también el decapitador. Fue adorado como el dios creador, el proveedor del agua. Y como toda divinidad, lo que nos da, también nos lo quita.

Tenaz y belicoso, entre los siglos I y VIII después de Cristo, el excavó canales en medio del desierto para regar sus cultivos y convertir el suelo árido en un fértil valle. Asimismo, palacios, templos y enormes pirámides de adobe dan cuenta de su magnificencia. Pero hacia finales de año 800, esta sofisticada cultura conoció un final repentino. Provocados por drásticos cambios climáticos, una serie de cataclismos naturales afectó las costas donde su sociedad se había desarrollado y fue horadando las bases de su civilización.

Por entonces, el territorio de los mochicas se había extendido al norte, por el valle del río Jequetepeque, siendo sus principales asentamientos San José de Moro y la huaca Dos Cabezas, y por el valle del río Lambayeque, donde se levantaban Sipán y Pampa Grande. Por el sur, ocuparon el valle del río Moche, donde se localizan la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna, y el valle del río Chicama, donde se encuentra el complejo ceremonial de El Brujo.

Norte y sur son zonas de gran aridez. Pero los moches vencieron al desierto a través de la irrigación artificial. Con ladrillos de barro, desviaron el agua de los ríos y crearon un tejido de acueductos, muchos de los cuales están en uso hasta hoy. De esta forma produjeron más de treinta variedades de cultivos, que les permitían contar con grandes excedentes agrícolas. Para el arqueólogo , director del Museo Tumbas Reales de Sipán, y una autoridad en la investigación de la cultura Moche, este espléndido sistema de irrigación también tenía un alto riesgo de colapso. “Un pueblo que vive de la agricultura en el desierto está expuesto a estas dos ambivalencias: las lluvias y la sequía. Dos fenómenos contradictorios que al final pueden terminar con una sociedad”, explica.

Sin embargo, en el siglo VI esta sofisticada sociedad construida en delicado equilibrio ecológico empezó a recibir los embates de El Niño y sus precipitaciones torrenciales. Si bien el fenómeno afectaba al norte con regularidad, lo que sufrieron los antiguos peruanos fue un diluvio prolongado, lluvias que asolaron la región a lo largo de treinta años. Las inundaciones contaminaron canales y manantiales, además de erosionar miles de hectáreas de cultivos.

Curiosamente, no se han encontrado en la iconografía moche representaciones de la destrucción propias de las inundaciones. Las manifestaciones de culto y rituales dedicados al agua tienen más bien un significado propiciatorio. Sin embargo, es la arqueología la que sí ofrece señales de afectación en los templos moches a causa de las lluvias torrenciales. “En el caso de Sipán, hemos encontrado que, alrededor del siglo IV, hubo un fenómeno que erosionó fuertemente el monumento, y después hubo una reconstrucción. Siempre encontramos respuestas inmediatas para tratar de recomponer toda la estructura productiva y la arquitectura monumental de los moches”, señala el arqueólogo.

Estas terribles inundaciones contaminaron los cursos de agua y los manantiales, y erosionaron miles de hectáreas de terreno cultivable. Disolvieron los palacios y pirámides de barro, el lodo arrasó a los poblados construidos con adobe y caña. A las muertes originadas por las inundaciones le siguieron las fiebres y las epidemias.

Según precisan los estudiosos, al diluvio le siguió un ciclo de sequía a lo largo de otros treinta años. En la segunda mitad del siglo V, las aguas que llegaban de los Andes hasta la costa se redujeron al mínimo. Así, a la hambruna originada por la catástrofe agrícola le siguió la desertización. Pocos años después, retornaron las lluvias torrenciales seguidas de nuevas sequías.

Tan dramáticos contrastes climáticos debilitaron profundamente las bases de la economía de la sociedad moche. “El colapso no solo se basa en el sistema productivo, sino en toda la estructura social. Ya la clase dirigente no tiene la capacidad de controlar ni de exigir a la población excedentes productivos. La costa peruana tiene una extraordinaria fragilidad”, explica el arqueólogo.

Se sabe que a fines del siglo VII, un nuevo fenómeno de El Niño arrasó buena parte de los sistemas de regadío cercanos a Pampa Grande y Galindo, abandonándose estos centros rápidamente. La población empezó a agruparse de forma independiente, ya atomizada del sistema político mochica, entonces desmoronado. Por fin, los últimos reductos gobernados por la empobrecida dirigencia moche no fue obstáculo para el crecimiento del Estado Wari, que gracias a su fortaleza militar sumó a su territorio los señoríos costeños y de la sierra central. Sobre las cenizas moches emergió un nuevo imperio.

NO SOLO FUERON LOS MOCHES

Como lo explica Walter Alva, el fenómeno de El Niño no solo se ensañó con los moches, sino que determinó la caída de otras civilizaciones levantadas en la zona. “Es un problema mucho más antiguo”, acota el arqueólogo. “Hemos encontrado señales de eventos catastróficos que incluso hoy sería impensable manejar. Un ejemplo de sociedad que tuvo que abandonar su lugar para trasladarse a otro se dio aquí en , es el complejo Purulén, en el año 1200 antes de Cristo”. En efecto, se trata de un extenso asentamiento arqueológico que comprende una diversidad de características constructivas, arquitectónicas y espaciales. Fue Alva quien en 1983 realizó las primeras investigaciones, llevándolo a identificar plataformas, áreas de desechos domésticos, canteras o sectores de extracción de material pétreo para construcciones, así como terrenos modificados sin identificar, caminos o sendas y cementerios disturbados.

“En Purulén hubo un gran complejo semiurbano que colapsó. Estamos hablando de un asentamiento con 16 templos y áreas de vivienda, que dependía de la agricultura y de la pesca. Hubo un momento en que el río Zaña cambió de curso y, al hacerlo, dejó inútiles los campos de cultivo. La gente tuvo que abandonar el lugar porque ya no podía sembrar. Pero probablemente también se afectó la pesca. Hay señales de que los monumentos, los templos y las aldeas de los alrededores fueron abandonados de manera violenta, muy rápidamente. Y tras abandonarlo, se dispersaron en aldeas por todo el valle”, explica.

Igualmente, Alva cita el caso del colapso de la cultura Lambayeque, alrededor del año 1100, a causa de un diluvio que destruyó todos los sistemas de riego, seguido luego por sequía. “El Niño ha sido siempre un problema catastrófico”, señala Alva.

Para el descubridor del Señor de Sipán, esta historia de civilizaciones desaparecidas en el norte debe hacernos meditar sobre nuestra actualidad. “Debemos entender que, donde hay ríos secos, volverá a pasar el agua”, afirma. Ese es el gran dilema que tenemos para el futuro, pues casi todas las ciudades de la costa peruana se fundaron sin respetar el patrón de ocupación prehispánico. “Se fundaron siguiendo el patrón europeo, que plantea vivir cerca al río. Pero en nuestros valles, las zonas cercanas al río van a sufrir siempre de inundaciones. Tenemos que pensar con sabiduría y no seguir construyendo en los lechos de ríos secos ni en quebradas. Pero vemos que ciudades como Piura, Chiclayo y Trujillo están siempre expuestas. Es una enseñanza que debemos asimilar y estudiar con cuidado”.

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