Pier Paolo Pasolini: el poeta y cineasta italiano en informal partido. Era hincha del Bolonia (Foto: Agencia)
Pier Paolo Pasolini: el poeta y cineasta italiano en informal partido. Era hincha del Bolonia (Foto: Agencia)
Enrique Planas

Atesoramos sus libros como el arquero que atenaza la pelota en los descuentos del partido. Sus relatos nos permiten apreciar en el fútbol las paradojas que nos ofrece la vida. Hablamos de escritores que destacan no solo por su lealtad al deporte rey, sino por su capacidad de convertirse en capaces de advertirnos y aconsejarnos antes de que recibamos las patadas y los cañonazos. Nos enseñan que la vida, como la pelota, viaja de portería a portería, y como lo advertía Camus, el balón no viene por donde lo esperas.

Por cierto, el ex arquero y Nobel argelino no dudaba al afirmar que si volviera a nacer y le dieran a elegir entre ser escritor o futbolista, elegiría lo segundo. "Después de muchos años en el mundo, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, reconoció en "Lo que le debo al fútbol", uno de sus relatos. Como Camus, el ruso Vladimir Nabokov también jugó de portero en su juventud en la Universidad de Cambridge. El autor de "Lolita" tenía la suficiente experiencia como para decir: “El trabajo de portero es como el de un mártir, un saco de arena o un penitente".

Son autores que nos inspiran a jugar limpio. Que se sientan a nuestro lado en el estadio y comparten con nosotros las tensiones acumuladas por la desesperanza y la soledad. Decía el uruguayo Eduardo Galeano, furioso hincha del Nacional, que en estos tiempos de duda y desesperanza los colores del club son la única certeza digna de fe absoluta y la fuente del más alto júbilo o la tristeza más honda. "La cancha de fútbol es bastante más que un escenario de violencia y una fuente de dinero –afirmaba el montevideano–. La cancha constituye también un espacio de expresión de destreza y de belleza, un centro de encuentro y comunicación, y uno de los pocos lugares donde los invisibles pueden todavía hacerse visibles".

Sin ser hincha de equipo conocido, el argentino Adolfo Bioy Casares escribió "Diario de la guerra del cerdo" (1969), una excepcional y perturbadora novela en la que el fútbol es el lugar donde se cruzan las tensiones dentro de la batalla. También como una guerra entendió el fútbol el rosarino Roberto Fontanarrosa, autor de "El viejo Casale", quizás el mejor cuento de fútbol escrito en nuestra lengua. "Creo que si no se asume que esto es una pasión, y las pasiones son bastante inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbot", diría el más querido hincha del Rosario Central.

—Palabra de pelotero—
"Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con las cosas más esenciales del hombre. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no sabe nada de fútbol", señala Eduardo Sacheri, reconocido hincha de Independiente. Sus palabras hacen eco de lo que años antes escribiera nuestro Julio Ramón Ribeyro en "Atiguibas", cuento donde recuerda su temprana pasión por el Universitario de Deportes, trepado en las antiguas tribunas de madera, donde más tarde se construiría el coloso José Díaz. "Quien no conoce las tristezas deportivas, no conoce nada de la tristeza. [...] No nos quedaba otra cosa que sufrir durante días o semanas, hasta que el tiempo aplacara nuestro dolor o una victoria de nuestro equipo nos devolviera la alegría", escribió.

Como paternales palabras de aliento, un buen cuento futbolero nos ayuda a soportar las cotidianas frustraciones. Nos hace reconciliarnos con una fe que el catalán Manuel Vázquez Montalbán comparaba con una “religión benévola” que ha hecho muy poco daño. Misticismo que comparte Nick Hornby, fan del Arsenal británico, autor de "Fiebre en las gradas”, simplemente la mejor novela sobre fútbol. Con su característico humor inglés, cuenta la historia de un muchacho que crece viendo a los ‘Gunners’ y que, de adulto, cambió muchas cosas en su vida salvo su devoción por el equipo.

En un cuento de fútbol, los resultados no importan. Lo sustantivo es profundizar en los sentimientos y la humanidad puestos en juego. También nos animan a descubrir la poesía fuera de los libros, como es el caso de Pier Paolo Pasolini, poeta, cineasta y jugador amateur del Bologna, quien en las páginas del diario "Il Giorno" trató de teorizar con humor e ironía las razones de la derrota de Italia frente a Brasil en la final del Mundial México 70: "Todo gol es 'ineluctabilidad', fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética. El máximo goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año", escribía el director de "Saló".

En el fondo, todas esas voces peloteras nos recuerdan las de nuestros padres. Ambas nos ayudan a entender nuestra propia vida. Quizá para eso leemos, para eso vemos (y sufrimos) el fútbol.

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