“Diría que es un híbrido entre una mesa de amigos, una clase en la universidad, una conversación con un extraño en un avión y una cantina de Barranco. Si a eso le sumas una pandemia mundial y 26 personalidades sumamente distintas, supongo que de ahí sale el sancochado”, dice. Fresca, directa y desprovista de todo ornamento retórico, así describe Chiara Roggero (Lima, 1981) el volumen que contiene confidencias, desahogos, complacencias y expiaciones de veintiséis desconocidos que, reunidos en la sala virtual, ensayan una catarsis simultánea y terminan por desnudarse sobre el teclado. La directora del taller ha recopilado ese sustancioso material y acaba de ponerlo en negro sobre blanco en forma de 116 relatos fluctuantes entre el poder, la infidelidad, el suicidio y otras confesiones destinadas a mantener el ojo lector pegado a una cerradura.
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Publicista, consultora creativa, estratega de comunicación, redactora de ficciones y especialista en cosechar likes de Facebook --sus textos políticos han causado más de una urticaria--, la prosa de Roggero equilibra entre el filo de la ironía y la radiante frivolidad. Será precisamente esa fórmula la que termine por hacerle un lugar --los publicistas le dicen ‘nicho’-- en el ‘mainstream’ literario de Lima. “No puedo quedarme quieta en un mismo sitio, ni siquiera mantener un mismo tono de voz. Me espanta establecerme en un rubro y quizás por eso no destaco en ninguno, pero me doy el lujo de pasearme por todos los escenarios que me parecen interesantes. No aspiro a alcanzar ningún podio por ahí. Solo aspiro a seguir haciendo lo que me gusta y este libro es una muestra de esa libertad”.
¿Y en ejercicio de esa libertad te permites advertir que has hecho un libro para quienes no les gusta leer? “Primero, creo que el formato de los textos, que no exceden las 400 palabras, es ideal para aquellos que se siente atemorizados con los libros gordos. Siento que es una probadita a la literatura. Pero no es solo un libro para los que no les gusta leer, es también un libro para los que aman leer. Le hemos puesto mucho esfuerzo para que cada texto esté bien escrito y pueda ser disfrutable por quien lo lea. Es un libro para todos, para los curiosos y para los solitarios, para los que esconden secretos y para los inquietos. Los talleres son de escritura pero tienen una alta dosis de introspección. Hay siempre un llamado a buscar en lo que uno guarda, buscar para sacar. Encontré que en los juegos salían muchas cosas interesantes, y que a los adultos nos encanta jugar y a mí, desde chica, me ha gustado inventar juegos. De hecho he pensado que en algún momento quisiera hacer un taller solo de juegos mentales”.
Tonalidad millennial
Alimentado entre el salón de juegos, el confesionario y algún diván de sicoanalista, el libro avanza a partir de su soporte lúdico -se puede leer desde cualquier parte, como Rayuela- y termina con la desaparición del autor, un caro anhelo posmoderno. ¿Eso surgió en el camino o es tu impronta? “Me gustan los juegos y me gustan los libros juguetes. Mi primer libro, ‘Lo que pienso de’, también podía ser leído en desorden. Pero en este caso el desorden se basa en una premisa: mantener oculta la relación entre los autores y sus textos. Eso nos permitió publicar todo lo que hemos publicado. Era una licencia para atrevernos a decir aquello que solo se lo dirías a un extraño. Por tanto, decidimos colocar los textos en orden alfabético y dejarle al azar que decida cuál era el texto que arrancaba y cuál era el que terminaba. La idea de liberarnos de ese ego de decir ‘este es mi texto’ abonó a la idea de sentir que el libro era un todo, como sucedía en el taller, donde no se trata jamás de lo individual sino de lo colectivo”.
Apasionada por los libros de Cortázar y Ribeyro, también dice leer a Milena Busquets y Samanta Schweblin. “Y en el taller somos todos fanáticos de Pedro Mairal, a quien tuvimos el honor de tener presente en uno de nuestros encuentros. De hecho hay un libro de él que hemos rotado entre todos, permitiéndonos hacer anotaciones y subrayarlo, convirtiéndolo en una lectura colectiva con huellas ajenas. Estamos todos muy cerca”.
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