Hacia la segunda mitad del siglo XX, un grupo muy reducido de mujeres brillaron en la escena social internacional con especial distinción. Pero no se trataba simplemente de socialités, sino de personalidades que definieron el estilo de su tiempo. Una de ellas, sin duda una de las más importantes, fue Jacqueline de Ribes.
Truman Capote escribió sobre ella, Richard Avedon la fotografió en innumerables ocasiones y, claro, fue musa de los legendarios diseñadores de su tiempo, desde Oleg Cassini hasta Yves Saint Laurent, incluyendo a Pucci, John Galliano y Bill Blass. Fue Valentino quien la llamó “la última reina de París”, y no le faltaba razón. Una reina que, para sorpresa de muchos, trabajaba como un obrero en su propia empresa. Porque en un momento de su vida, desde 1982 hasta 1995, la condesa de Ribes estuvo al frente de su propia casa de alta costura. Hoy el Instituto de la Moda de Nueva York le rinde homenaje con una amplia exposición en el Museo Metropolitano.
LA JOVEN CONDESA
Jacqueline de Beaumont nació en París el 14 de julio de 1929. Sus padres pertenecían a la aristocracia francesa pero habían sabido labrarse un lugar cada uno a su manera. Jean de Beaumont, conde Bonnin, no solamente había sido nombrado comandante de la Legión de Honor, sino que era presidente de la Academia del Deporte de Francia. Su esposa, Paule Rivaud, era una mujer dedicada a las letras. En 1948, Jacqueline se casa con el vizconde de Ribes, que a los 24 años era considerado un héroe de guerra. En aquella época –recordaba la futura condesa para la revista “Vanity Fair”– solo tenía dos vestidos, nunca se maquillaba y jamás había visitado una peluquería. Por supuesto, los tacones altos estaban fuera de discusión. Pero el matrimonio no fue feliz. “Fui tan infeliz en la infancia”, confesó años después, “que pensé que el matrimonio sería mejor. Y no fue así, fue peor”.
Protagonista de la escena social desde la posguerra, la condesa de Ribes es también una mujer de gran personalidad. Se impuso sobre los convencionalismos y fundó su propia empresa. Hoy el Met le rinde tributo a su genio.
LA ESCENA INTERNACIONAL
Fue en Nueva York, en abril de 1950, cuando Jacqueline conoció a Diane Vreeland. La famosa editora de “Harper’s Bazaar” habría de ser una influencia determinante en ella. Arregló una sesión de fotos con Richard Avedon. El resultado fue un retrato de perfil que se convirtió en un ícono. Apareció en “Life” con texto de Truman Capote. Fue a partir de entonces que Jacqueline de Ribes se convirtió en uno de los cisnes del famoso escritor.
El mundo le abría las puertas a una aristócrata infeliz. Pero hacía falta mucho más para conseguir una identidad que la distinguiera del resto de mujeres de sociedad. Fue el diseñador Oleg Cassini quien detectó sus dotes para el diseño y la retó. Jacqueline aceptó, y como no sabía dibujar, contrató a un joven italiano. Pero las cosas no fueron tan rápido para ella. Sucedió todo lo contrario con el dibujante, quien abrió su propia casa de alta costura en Roma tres años después. Su nombre era Valentino.
A partir de 1956, Jacqueline apareció con frecuencia en las listas de mejor vestida del año. Pero seguía siendo una prisionera de los convencionalismos sociales de su familia política. Mientras tanto, animada siempre por amigos, Jacqueline incursionó en la producción de teatro y televisión, el diseño de escenografía y vestuario. Comenzó así una etapa de su vida un tanto más bohemia, que la puso en contacto con el cineasta italiano Luchino Visconti. Fue él quien la persuadió para hacer su debut en el cine en el papel de la duquesa de Guermantes en “En busca del tiempo perdido”, basada en la novela de Marcel Proust. Para sorpresa de muchos, Jacqueline aceptó, aunque finalmente el proyecto tuvo que ser cancelado.
UNA MUJER DE ARMAS TOMAR
Fue en París, durante la semana de la moda de 1983, que Jacqueline de Ribes debutó como diseñadora. Previamente había convocado a su marido e hijos para darles a conocer su resolución. Nada la detendría, les dijo. Pero no solamente su familia fue sorprendida con esta decisión, sus amistades y la gente de la industria de la moda también se mostraron contrariados. Muchos esperaban un rotundo fracaso y el escarnio social.
No fue así. La condesa presentó un desfile en su propia casa, en el que 14 modelos llevaron sus diseños. Saint Laurent, Ungaro y Valentino asistieron al supuesto suicidio social. El resultado habría de ser un éxito de crítica y de ventas. Su firma se mantuvo activa hasta 1995, cuando Jacqueline tuvo que cerrarla por problemas de salud.
Durante más de diez años, el Instituto de la Moda tenía pensado realizar este homenaje a la famosa condesa. Hoy es una realidad y ha sido ella una incansable colaboradora en su montaje. La exposición “Jacqueline de Ribes: The Art of Style” continuará abierta al público en el Museo Metropolitano de Nueva York hasta el 21 de febrero.