Es una mañana de miércoles del mes de julio. Y en la calle La Mar de El Agustino hay silencio. Los niños están en la escuela, hay quienes cocinan el almuerzo en casa y otros batallan por el pan del día en lugares lejanos. No hay música. Nada de ruido. Todo luce tranquilo. En ese silencio adormecedor, Julio Simeón, más conocido como “Chapulín El Dulce”, uno de los fundadores de Los Shapis”, se alista para trabajar.
En su pequeña oficina, llena de retratos de las épocas gloriosas de la agrupación que inició el boom de la “chicha” peruana en los 80, lo que más resalta es un calendario. Allí están marcadas las fechas de los próximos conciertos, todo está copado hasta el mes de noviembre. Un lapicero, un cuaderno y un smartphone son lo que necesita Chapulín para laborar.
Entra una llamada al celular. “Aló, Chapu, te llamo de la Paz, Bolivia, ¿tienes disponibilidad para enero del 2024?” Chapulín ríe y responde. “Hermano, creo que sí, llámame en la noche para darme los detalles y cerramos.
“No necesito mánager, yo mismo cierro los contratos. Tampoco hacer campañas de publicidad o marketing. Los Shapis nos ganamos un nombre y no nos falta trabajo, eso me alegra”, le dice al El Comercio antes de colgar y dedicar unos minutos a contarnos su gran historia.
¿Qué es de Chapulín hoy en día?
Cada semana, el veterano Julio Simeón arma su gran mochila, mete allí su vestuario tecnicolor, su pijama y su ropa del día para dirigirse al aeropuerto de Lima donde se sube a un avión para llegar a algún punto del país. Su objetivo: seguir cantando junto a Los Shapis, la legendaria agrupación que fundó con Jaime Moreyra hace más de 42 años en Huancayo.
“Yo no tomo buses para irme a provincia, Los Shapis no hacen eso. Tomamos un avión porque trabajamos mucho y nos lo hemos ganado con los años”, dice humildemente Simeón desde su hogar, cerquita a La Parada, donde tantas veces cantó para su público provinciano pujante y cholo.
A sus más de 60 años, el inconfundible “Chapulín El Dulce” ya no es capaz de hacer ese saltito estrambótico en el escenario que le valió elogios de millones de fans enfervorizados del ritmo de la chicha, pero sí está capacitado para subirse a un escenario y estar dos horas como mínimo entonando éxitos como “El Aguajal”, “La Novia”, “Chofercito Carretero” “Somos Estudiantes”, entre otros temas.
En su departamento, Julio Simeón dice no temerle a la tristeza. Ni a la muerte. Ni a alejarse de los escenarios porque todavía hay tiempo y fuerza. Cuenta que decidió mudarse de San Miguel a El Agustino porque quería estar más cerca del pueblo, de los mercados, del barrio, de la calle y los chicos jugando a la pelota por las tardes. Y así es feliz. Su día empieza a las 11 am, porque trabaja hasta tarde y porque le da la gana.
Esta vez se animó contar seis grandes anécdotas sobre los 42 años del grupo que cambió la historia del género tropical en el Perú.
La fundación de Los Shapis
Allá por 1980, Julio Simeón y Jaime Moreyra –dos músicos con mediana trayectoria- se conocían por haber coincidido en los escenarios, pero no fue hasta que estuvieron desempleados y malaconsejados por el hambre que optaron por unirse para sacar un grupo dentro de la constelación que ya existía en el centro del país. Todas de corte tropical.
“Mi mamá estaba cansada de los grupos, quería que yo estudie o ayude en la chacra, pero me encontré con Jaime y decidimos formar nuestro grupo, pensábamos llamarlo Los Diamantes, pero por mi origen chupaquino, y consejo de un locutor radial, optamos por Los Shapis, que significa guerreros”.
Los Shapis fueron el primer grupo que tomó la bandera de la “chicha” como suya y jamás se avergonzaron, porque se sentían que era eso lo que hacían: juntar lo andino y lo costeño. Estudiosos del género tropical, como Jaime Bailón, consideran que en 1981 su tema “El Aguajal empezó el boom de la chicha en el país.
“Si, molestaba, pero a nosotros no. La frase “la chicha lo traigo yo” la saqué del corazón en un concierto en Matute, en un mano con la salsa, agarré el micrófono y la dije, el público me ovacionó. Desde allí la usé”.
En la década de los 80, la salsa rivalizaba con el género tropical en Lima. Así que un empresario decidió hacer un mano a mano en el Estadio Alejandro Villanueva “Matute”, que ha pasado a la historia: “Aníbal y la Única” vs “Los Shapis”. La entrada era un producto famoso –Sapolín- de aquella época y el público hizo largas colas para ser parte del magno evento.
“Fue tanta la algarabía que el animador, Rulito Pinasco, tuvo que decir que hubo un empate cuando era notorio que habíamos ganado. Se hizo una segunda fecha y volvimos a romperla. Debemos ser el primer grupo de música tropical que llenó un estadio”, dice riéndose y lanzando un pequeño dardo bien al norte.
La conquista de Europa y más
“Un día, después de los conciertos en Matute nos llaman desde el Ministerio de Cultura de Francia y yo le digo a Jaime, alguien nos está haciendo una broma. Él contesta y para que les creamos pide una reunión. Y era cierto”, cuenta.
Lo cierto es que los llevaron al Festival de la Juventud, a un escenario hermoso, con muchas agrupaciones de todo el mundo. Los Shapis la rompieron y gracias a ello se quedaron un mes en Europa haciendo conciertos en varias ciudades, maravillados con toda la modernidad, no era para menos: nunca habían salido del país.
Hace aproximadamente una década, a Chapulín le avisaron por teléfono, con la más pausada y certera calma, que había muerto. “Un día, mi amigo Chema Salcedo me llama y me dice: Chapu, ¿eres tú? Contesta, acá en Lima dicen que estás muerto y quería saber si era cierto o no. Yo le dije: Chemita, todo bien, solo me quedé dormido, estoy en Huancayo, mañana canto”.
Al día siguiente, cuenta el artista, fue a un puesto de periódico y vio que, efectivamente, estaba muerto. Lo único que hizo fue comprar el ejemplar y marcharse a esperar que inicie su concierto.
La autobiografía y su homenaje más querido
Por estos días, Chapulín se encuentra culminando su más preciado tesoro: una autobiografía escrita a puño y letra. Allí cuenta sus inicios en la bella Chupaca, donde cantaba en el coro parroquial. “Yo cantaba en latín, por si acaso”, dice poniendo el parche. También narra su paso por “Los Ovnis” y otras agrupaciones del centro del país.
Así como todo el vaivén de la película “En el mundo de los pobres”, que protagonizó con Amparo Brambilla; su amistad y respeto mutuo con el monumental “Chacalón”, sus múltiples homenajes, premios y condecoraciones; además de la razón de su eterna soledad –no tiene hijos y jamás se casó-.
Chapulín para rato
Cuando se le consulta cuál es el homenaje que más lo ha cautivado o por lo que él cree que el Perú reconoce su trayectoria, él sorprende con su respuesta. No menciona un homenaje televisivo, ni del algún mandatario o Congreso o ministerio, ni tampoco los aplausos de los jóvenes en Los Panamericanos 2019.
“Aunque parezca gracioso, he recibido muchos homenajes, pero él que más me conmovió y resalto es la estatua de Los Shapis en mi querida Chupaca, que la hicieron hace poco. Siento que con eso ya cumplí lo que tenía que hacer para mi tierra y el país”.
¿Algo más le falta a este talentoso artista que le ha dado tanto al Perú?
Chapulín dice que quizá grabar un último disco y, por qué no, ser nominado a un premio internacional. “Me falta tiempo para sentarme a grabar, pero se que lo haré y la romperemos, van a ver”.
¿Algo adicional?
“Si, mi deseo es no dejar de cantar y que mi último suspiro sea en el escenario, qué bonito, sería, ¿no?”, dice con los ojos vidriosos el hombre que le enseñó a millones en todo el mundo qué demonios era la chicha peruana.