Elenco de "Lucha Reyes: sin decirte adiós". (Foto: Nancy Chappell/ El Comercio)
Eduardo Lores

Gran jarana en una peña, el conjunto criollo ameno y dicharachero interpreta valsecitos con maestría, el sonido es asombrosamente nítido, los micrófonos son invisibles excepto el que se yergue en medio del escenario sobre su pedestal. Todo gira en torno a la estrella ausente, la invitada principal de la noche que no llega y tiene al público expectante. Para hacer tiempo, el conjunto alarga el repertorio luciendo el virtuosismo de la primera guitarra (Willy Terry) y el cajonero (Pierr Padilla) improvisa un número de zapateo magistral sobre el tablado. Sigue la algarabía hasta que se hace el silencio; del iluminado umbral, por donde se espera entre la diva, se expande una tenue niebla que corporiza la luz en la que aparece la mítica Morena de Oro, que entra triunfante muy engalanada, con abrigo de mink y peluca pelirroja peinada a la moda. Es Lima, el 31 octubre de 1973, Día de la Canción Criolla. Dice la leyenda que ella, sabiendo que su vida se estaba acabando a causa de su frágil salud, le pide al compositor Pedro Pacheco que le componga un vals con el título "Mi última canción". El público confía que lo cante esa Noche de Brujas, previo al feriado Día de los Santos y al de los Muertos.

La voz de era única, su entonación y su timbre inimitables, pero la interpretación actoral de Anaí Padilla está a la altura del personaje. Se deja poseer por ella en su humildad, sencillez y encanto. Encandila al público, todo es una fiesta hasta que aparece "el aciago Ferrando", como lo llama Susana Baca en el programa de mano, refiriéndose a Augusto Ferrando, manipulador de las miserias humanas, adorador del ráting, vendedor de baratijas que puso en el top de la sintonía al canal de quien lo consentía y con ello lucraba, el legendario 'broadcaster' conocido como 'Papaúpa'. Dos caras de la misma moneda con el lema "hay que darle lo que le gusta a la gente".

El libreto no le deja mucho campo a Christian Ysla para que muestre el gracioso ingenio criollo de Ferrando, que generaba esa empatía masiva. No, la pieza quiere mostrarlo solo como el ogro racista y sexista que también era, como el paradigma de los vicios sociales de una época que aún no se supera.

Con el animador de camisas floreadas aparecen otros íncubos de los peores momentos de Lucha: Henry (Martín Martínez), su abusivo marido, y también su padre ausente (Américo Zúñiga), lastres que obstaculizaron la formación de su identidad, de su libertad. La acuciosa selección de las grabaciones más conocidas de la cantante, en el contexto de su último concierto, es un acierto de Eduardo Adrianzén (bien ejecutado por Rómulo Assereto) que les permite recorrer las escenas más saltantes de su vida, en vísperas de su muerte. El descarnado diálogo final es el canto desgarrador del "ninguneado", del "prescindible" que eleva su voz –lo único que tiene– clamando por comprensión, respeto y equidad a una sociedad degradada por hábitos ancestrales de premeditada injusticia, que hace burla de ellos porque le gusta a la gente.

​La ficha

"Lucha Reyes: sin decirte adiós".
Dramaturgia: Eduardo Adrianzén.
Dirección: Rómulo Assereto.
Actúan: Anaí Padilla, Christian Ysla, Américo Zúñiga, Martín Martínez y Diego Guadalupe.
Teatro La Plaza (Larcomar).
Hasta el 5 de junio.
Calificación: ★★★1/2.

Contenido sugerido

Contenido GEC