En los últimos años, las políticas migratorias de Estados Unidos han sido una de las principales fuentes de tensión entre el país y varias naciones, especialmente en América Latina. La administración de Donald Trump marcó un punto de inflexión con su enfoque agresivo hacia los inmigrantes indocumentados, buscando llevar a cabo lo que él mismo describió como “la mayor operación de deportación masiva en la historia de EE.UU.”.
Las redadas, los centros de detención abarrotados y las deportaciones rápidas y, en ocasiones, sin contemplaciones, se convirtieron en una constante. Esta postura, junto con el endurecimiento de las normas de asilo, afectó a miles de migrantes, especialmente a aquellos provenientes de países como México, Centroamérica y, en menor medida, de Sudamérica.
Sin embargo, fue el caso de Daniel Oquendo, un colombiano deportado a su país natal tras ser maltratado en un centro de detención estadounidense, el que generó atención mediática internacional, no solo por su relato detallado en una entrevista con la BBC, sino por la crisis diplomática que su situación desató entre Colombia y Estados Unidos.

LA ODISEA DE DANIEL OQUENDO CUANDO FUE ARRESTADO Y DEPORTADO
El 20 de enero de 2017, mientras Donald Trump asumía la presidencia de los Estados Unidos, Daniel Oquendo cruzaba la frontera entre Tijuana, México, y San Diego, California. Su viaje había comenzado cuatro días antes, en Medellín, Colombia. Motivado por la esperanza de encontrar trabajo como mecánico en EE.UU., se aventuró hacia el norte, sin saber que su sueño de una vida mejor pronto se vería truncado. Como muchos otros, optó por entregarse a la Patrulla Fronteriza con la intención de pedir asilo, decisión que se transformó en una pesadilla.
“¿De dónde son?”, les preguntó un oficial de la Patrulla Fronteriza a un grupo de 18 colombianos más. “De Colombia”, respondieron ellos. “¿Ustedes saben quién es el nuevo presidente de EE.UU.? Es papá Trump. La fiesta aquí a ustedes los colombianos se les acabó. Van todos para su país deportados", les dijo el oficial. En ese momento, Daniel comenzó a entender que su destino no iba a ser el que había imaginado. A pesar de los esfuerzos por buscar un futuro mejor, el trato que recibiría sería todo menos amable.
Con 33 años, Daniel nunca imaginó que su viaje hacia el norte acabaría con él siendo uno de los migrantes deportados que terminarían en un avión militar colombiano el 26 de enero, después de una serie de eventos que incluyeron una tensa crisis diplomática entre Colombia y Estados Unidos. La noticia de que el presidente Gustavo Petro había impedido el aterrizaje de los aviones que transportaban a los deportados fue solo el inicio de una larga serie de eventos desconcertantes.
Para Daniel, lo que más le sorprendió fue la falta de comunicación sobre su destino: ni los oficiales estadounidenses ni los colombianos le dieron una explicación clara de lo que sucedería con él. Su experiencia comenzó a volverse aún más oscura cuando, tras ser arrestado, fue llevado a un centro de detención en San Diego, donde pasó cinco días incomunicado. “Estuve ahí desde el lunes hasta el sábado y en ningún momento nos dejaron bañar”, recuerda.
Pese a recibir comida, el trato que recibió fue deshumanizante. “Nos decían que teníamos derecho a abogado, pero nunca nos dejaron comunicarnos con ninguno”, asegura. La desesperación creció cuando, en su tiempo en el centro, le obligaron a firmar un documento que no entendía. “Varias veces les pregunté qué era eso y solo me gritaban: ‘firme, firme, firme’”. La presión psicológica era evidente, y Daniel, como muchos otros, se vio obligado a ceder sin saber las implicaciones legales de lo que estaba firmando.
El sábado siguiente, Daniel y los demás colombianos fueron sacados de sus celdas, esposados y transportados a una base militar donde les informaron que serían deportados a Colombia. “Nos llevaron como si fuéramos los peores narcotraficantes, equiparables al Chapo Guzmán”, expresa con indignación. Los migrantes fueron montados en un avión Hércules sin recibir información clara sobre su destino.
Durante el vuelo, algunos migrantes, incluidos niños, fueron mantenidos esposados, y una mujer mayor sufrió un ataque que requirió la intervención de paramédicos. “Pensábamos que ya estábamos en Bogotá, pero no fue así”, dice Daniel. Después de diez horas de vuelo, el avión aterrizó en El Paso, Texas, sin explicación alguna sobre lo ocurrido.
Al llegar a El Paso, los deportados fueron nuevamente puestos en celdas. Sin embargo, esta vez, el trato fue un poco más humanitario. “Nos permitieron bañarnos y cambiarnos de ropa”, relata Daniel, aunque la situación seguía siendo surrealista. Después de un breve momento de alivio, fueron llamados uno a uno para identificar sus pertenencias personales. Todo lo demás, como ropa y otros objetos personales, fue arrojado a la basura. Daniel sospecha que esto fue una represalia por la intervención de Colombia en su retorno.
Finalmente, después de varios días de incertidumbre y maltrato, Daniel y los demás colombianos fueron puestos en un avión de la Fuerza Aeroespacial Colombiana, que los llevaría de regreso a Bogotá. “Me siento utilizado por el gobierno de EE.UU., por la forma en que nos trató, y por el gobierno colombiano, por ponernos en este show mediático”, reflexiona Daniel.
Daniel considera que su país debería haber alzado la voz mucho antes frente a las injusticias que los migrantes colombianos experimentan en Estados Unidos. Una vez de vuelta en Colombia, se enteró de que su nombre no tenía registros en la justicia ni en Colombia ni en Estados Unidos, lo que confirmaba que no era un criminal. A pesar de esto, Trump había afirmado en varias ocasiones que los migrantes deportados eran “asesinos, capos de la droga, violadores”.
“Sabemos que cometimos una falla por la forma como entramos, pero no estábamos traficando, tampoco fuimos a robar a nadie”, responde Daniel con firmeza. “No entiendo ese mensaje de xenofobia que quiere mandar. De pronto hay migrantes que han llegado allá a cometer delitos, pero no hay que generalizar”.
Este testimonio pone en evidencia no solo el sufrimiento de muchos migrantes que buscan una vida mejor, sino también las políticas migratorias cada vez más restrictivas de Estados Unidos, que no solo afectan a aquellos que se ven forzados a cruzar la frontera, sino que también provocan una constante violación de los derechos humanos.
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Bachiller en Periodismo de la Universidad Jaime Bausate y Meza. Con siete años de experiencia en medios de comunicación escritos, tanto en ediciones impresas como digitales. Actualmente redacto para el Núcleo de Audiencias del Grupo El Comercio.