Jefferson Farfán, delantero emblema de la Blanquirroja. (Foto: EFE)
Jefferson Farfán, delantero emblema de la Blanquirroja. (Foto: EFE)
Miguel Villegas

En los setenta fue Cubillas. En los ochenta, Uribe. Luego él. Jefferson Farfán representa, como ninguno, al futbolista peruano que más se reconoce en el mundo antes y ahora. No un central elegante ni un volante revolucionario –que los tuvimos–; un jugador que se pare del medio hacia adelante y tenga la absoluta libertad para jugar donde quiere. Que mire la cancha como si fuera el arenal donde jugaba sin zapatillas. Si se mueve a la izquierda, hace la diagonal. Si sorprende por el centro, amaga y dispara. Si hay que inventar un pase, se inventa. Y si puede hacerlo todo en el minuto final, no le huye a la responsabilidad; va y lo hace. Luego solo le vemos el 10 en la camiseta.

Cuando hablemos de Jefferson Farfán en el futuro, su importancia y su nivel, diremos que era un crack de selección. No de esos que la rompía en su club y luego, con la Blanquirroja, le echaba la culpa al entorno. No de esos que se equivoca y ya no pelea para volver.

Diremos, en suma, que si había un jugador que Perú tenía que ofrecer en un Mundial cuando clasifique, era él.

Por eso, hoy que se reconoce un plantel por encima de un equipo, hoy que los apellidos han cambiado y viejos vicios pasaron, es una gran noticia la vigencia de Farfán. Tiene 33 años pero corre como de diez menos. La mitad del país no lo quería de vuelta, por ese mix bien ganado con la noticia rosa y el escándalo gratuito. La otra mitad sí, enamorada por su pasado goleador y su plasticidad para jugar hasta en 5 posiciones de ataque, caro perfil. Solo faltaba que quiera él y para las últimas fechas de Eliminatorias quiso. Para el repechaje quiso. Para los amistosos contra Croacia e Islandia quiso. El mundo volvió a hablar de nosotros.

Con 24 goles en 80 partidos con la selección y una segunda juventud que no asombra pero sí esperanza, Farfán es el Perú. Falla, pierde, ilusiona, mata. Pero hay que ver cómo lo queremos.

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