El 8 de diciembre de 2020, la nonagenaria británica Margaret Keenan se levanta la manga de su chaqueta, estampada con motivos navideños, para recibir, entre aplausos emocionados, su primera dosis de la vacuna contra el coronavirus.
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Cinco meses después de que Keenan se convirtiera en la primera occidental en vacunarse (China había iniciado su campaña de vacunación en el otoño boreal), se han inyectado mil millones de dosis en todo el mundo. La docena de vacunas desarrolladas en menos de un año, un tiempo récord, hace que algunos países empiecen ya a ver la luz al final del túnel de la pandemia.
Sin embargo, esta primera victoria parcial contra el coronavirus, que se ha cobrado hasta ahora más de tres millones de vidas y ha paralizó al planeta, todavía debe superar el obstáculo de las nuevas variantes, ya que se ignora si las vacunas son totalmente eficaces frente a ellas.
Además, la desigualdad en las campañas de vacunación entre países ricos y pobres también complica y aleja la perspectiva de la ansiada inmunidad colectiva.
Desde que se vacunó la risueña Margaret Keenan, que aseguró ser una “privilegiada” al recibir la inyección, millones de personas han seguido el mismo camino, con la esperanza de volver a ver a sus familiares, retomar sus aficiones, salir y viajar. Volver a vivir, en definitiva.
La vida de antes
“He venido aquí para recuperar mi vida de antes”, declaró entusiasmado Laszlo Cservak, de 75 años, el pasado febrero, mientras esperaba su turno en un centro de vacunación de Budapest.
Tras varios errores y ensayos sobre cuestiones como el tamaño de las jeringuillas o los congeladores en los que almacenar a -70 ºC las vacunas creadas a partir de la técnica de ARN mensajero de Pfizer-BioNTech y Moderna, el mecanismo de la vacunación está bien engrasado y funciona a toda máquina.
Estadios, catedrales, escuelas, farmacias... Mañana, tarde y noche, cualquier lugar puede convertirse en un centro de vacunación. En Texas, Estados Unidos, Mary Donegam espera su turno en el automóvil de su hija, en un aparcamiento, con las ventanillas bajadas. “¡Tengo 89 años y medio y no quiero morir joven!”, afirma.
Israel, el primer país en vacunar a la mayoría de su población, festeja ya su libertad reabriendo terrazas y cafeterías. A cambio de un acceso rápido a varios millones de dosis, el país proporcionó a Pfizer los datos médicos sobre los efectos de la vacuna en su población, por lo que, desde diciembre, 80% de los israelíes mayores de 20 años recibió sus dos dosis. Ahora, ya no es obligatorio llevar mascarilla en la vía pública, salvo en los espacios cerrados.
Estados Unidos le sigue de cerca: tras haber vivido el infierno de los hospitales de campaña en Central Park el año pasado, el país acaba de autorizar la vacunación para “todas” las edades. La mitad de los estadounidenses recibió al menos una inyección.
Una marca igual a la del Reino Unido en proporción, pues la mitad de los británicos (32 millones) ya recibieron al menos una dosis.
En comparación, en el primer trimestre del año, la Unión Europea (UE) había recibido un total de 107 millones de dosis para una población de 446 millones de habitantes.
El retraso ha sido relativizado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Van der Leyen, que mantiene su objetivo de vacunar “a un 70% de los adultos europeos, de aquí al verano” boreal.
Obstáculos y efectos secundarios
Los planes de los dirigentes europeos se vieron frustrados por las dificultades que registró la vacuna de AstraZeneca. Primero fueron los problemas de producción, que exasperaron a Bruselas en febrero, y después casos aislados y muy poco frecuentes de trombosis, algunos de ellos mortales, registrados en marzo, que provocaron una crisis de confianza entre pacientes y autoridades, hasta ahora irreparable.
Varios países suspendieron temporalmente la administración de la vacuna británico-sueca con la que también contaban numerosos países africanos, y posteriormente la restringieron según la edad del paciente. Dinamarca directamente renunció a la ella.
Posteriormente, la vacuna estadounidense de Johnson & Johnson sufrió los mismos reveses con la aparición de coágulos de sangre en algunos pacientes. Se trata de casos aislados y muy limitados, pero que obligaron de nuevo a pulsar el botón “pausa”.
Finalmente, la Agencia Europea Medicamentos (EMA) consideró, una vez más, que los beneficios del fármaco superaban los riesgos.
Sin embargo, en un momento en el que la economía estadounidense comienza a recuperarse, estos retrasos de la vacuna, sumados a los nuevos confinamientos, podrían costar 123.000 millones de euros (144.000 millones de dólares) a la UE, según la aseguradora de crédito Euler-Hermes.
Pese a las reticencias iniciales, alimentadas por teorías conspirativas, el entusiasmo por las vacunas se deja sentir en los ciudadanos, pese que a su distribución es muy desigual.
Por ejemplo, Yemen y Libia, dos países en guerra, acaban de recibir sus primeras vacunas. Y, según el director para África de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (África CDC), John Nkengasong, el continente está hoy “en un callejón sin salida”.
Los 55 Estados de la Unión Africana (UA) recibieron 35 millones de dosis, con una población estimada en 1.200 millones de personas.
Diplomacia de la vacuna
El director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha recordado que en los países ricos, una de cada cuatro personas está vacunada, mientras que en los países como menos recursos, solo una de cada 500 lo está.
Esta desigualdad puede costar caro. A pesar del programa COVAX, una asociación público-privada coordinada por la OMS para favorecer la equidad a la hora de distribuir las vacunas, las dificultades de financiación han hecho que hasta el 15 de abril este mecanismo solo pudiera entregar 38 millones de dosis a 113 países.
En solidaridad con los más desfavorecidos, la joven activista sueca Greta Thunberg, luchadora incansable contra el cambio climático, anunció que se niega a vacunarse y donó 120.000 dólares a COVAX.
Por su parte, China y Rusia se activan en lo que se ha llamado “diplomacia de la vacuna”, un “soft power” o sutil influencia basada en el suministro de estos preciados fármacos. Pekín, en primera línea de esta estrategia, multiplica sus anuncios de donaciones.
Pero ya nadie apuesta por una “inmunidad colectiva” de aquí a finales de año. Porque mientras los californianos regresan felices a sus parques de atracciones en Los Ángeles, en India los crematorios no pueden hacer frente a las 2.000 muertes diarias y en el mayor cementerio de Sao Paulo, en Brasil, los entierros, incontables, se realizan de día y de noche.
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