Cada dos años hay elecciones para renovar el íntegro de los escaños en la Cámara de Representantes del Congreso estadounidense. Desde la guerra civil, en el 92% de las elecciones de medio término (que coinciden con la mitad del mandato presidencial), el partido en el gobierno pierde escaños en esas elecciones. Cuando el presidente en ejercicio tiene un nivel de aprobación menor al 50% (la aprobación de Donald Trump fluctuaba entre 39 y 44%), lo habitual es que su partido tenga un mal desempeño en esas elecciones.
Antes de concluir que, por ende, no ocurrió nada fuera de lo común en las elecciones del martes pasado, habría que agregar un dato adicional: según las proyecciones de la agencia Five ThirtyEight (la más acertada en pronósticos electorales), los demócratas debían ganar el voto popular con una ventaja de cuando menos 5,6% para obtener la mayoría en la Cámara de Representantes (meta que superaron el 6 de noviembre). Existen dos razones fundamentales para ello (ambas son una consecuencia de la conjunción entre la demografía y el diseño de los distritos electorales). De un lado, el voto en favor de los demócratas se concentra en las grandes ciudades (en donde suelen ganar por amplia mayoría, pero a costa de obtener menor votación en distritos electorales de ciudades pequeñas y en zonas rurales), y en grandes estados que, como California y Nueva York, están subrepresentados en ambas cámaras del Congreso y en el Colegio Electoral (que elige al presidente). De otro lado está el fenómeno denominado en inglés ‘gerrymandering’. Es decir, el rediseño tras cada censo poblacional de los distritos electorales con criterios políticos. Se logra en lo fundamental de dos modos: fragmentando el voto por el partido rival entre múltiples distritos (de modo tal que no sea decisivo en ninguno de ellos) o concentrándolo en un solo distrito (para que no influya en el resultado de los demás distritos).
Ambos partidos realizan esa práctica. Pero dado que el diseño de los distritos electorales suele estar a cargo de las autoridades estatales y que los republicanos controlan el gobierno en un mayor número de estados que los demócratas, el partido republicano es el principal beneficiario de esa práctica.
Pasando a otro tema, ¿qué consecuencias políticas podrían derivar de la mayoría que el Partido Demócrata acaba de obtener en la Cámara de Representantes? En política interna, la Cámara de Representantes tiene la facultad de fiscalizar al Ejecutivo, emitir citatorios para interrogar testigos y, en caso de considerarlo pertinente, someter al presidente a un juicio político. Esto último es improbable, dado que no existe consenso entre los propios representantes demócratas en torno a su pertinencia y, en cualquier caso, sería un Senado de mayoría republicana el que tendría la última palabra.
La Cámara de Representantes tiene también facultades legislativas y aprueba el presupuesto federal. Lo primero implica que Trump probablemente no consiga en esa cámara los votos necesarios para aprobar leyes que no pudo aprobar aun teniendo mayoría en el Legislativo (como la derogación del programa de salud conocido como Obamacare). Lo segundo implica que le será aun más difícil conseguir la aprobación del Congreso para iniciativas como las de asignar una partida presupuestal para la construcción del muro fronterizo o reducir el financiamiento para instituciones multilaterales (como la ONU).