Desde que asumió el poder, Xi Jinping y Vladimir Putin se han reunido hasta en 38 ocasiones. El jefe del Kremlin es el líder internacional más requerido por los círculos de Beijing. (Foto: Alexei Druzhinin / AFP)
Desde que asumió el poder, Xi Jinping y Vladimir Putin se han reunido hasta en 38 ocasiones. El jefe del Kremlin es el líder internacional más requerido por los círculos de Beijing. (Foto: Alexei Druzhinin / AFP)
/ ALEXEI DRUZHININ
Rodrigo Murillo

Hay quienes postulan que el orden geopolítico o, mejor dicho, que un período de las relaciones internacionales ha quedado sepultado bajo los escombros de . Entre refugios colmados de niños y estadios henchidos de banderas, un nuevo mundo habría visto la luz. Y dos contendientes, acaso invencibles, acaso espontáneos, flexionan sus músculos ante el nuevo paradigma. El núcleo del conflicto ha dejado pues : Kiev, Moscú, París, Bruselas. Poco importan si Beijing y Washington se miran cara a cara.

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A estas alturas, cada jugador tiró ya los dados. Y Xi Jinping parece haber asumido con honestidad la apuesta de su política exterior. Una apuesta coherente, por decir lo menos, dado que tiene más años que el conflicto en el este de Europa. ¿Cómo es eso posible? La historia tiene la respuesta. Desde que asumió el poder, Xi Jinping y Vladimir Putin se han reunido hasta en 38 ocasiones. El jefe del Kremlin es el líder internacional más requerido por los círculos de Beijing. Círculos muy dados a la predictibilidad, por cierto; y más aun ahora, a pocos meses del trascendental Congreso del Partido Comunista, donde Xi Jinping, laureado ya como el heredero de Mao, pretenderá un histórico tercer mandato como presidente del país.

En este contexto, las perspectivas de Xi Jinping parecieran confundirse con la de los bloques recalcitrantes y nacionalistas de su buró político. El camino a la cumbre es lineal y está al alcance de la mano, según ellos. La tesis, muy simple: conforme pasen los meses, y el conflicto se prolongue y empantane, no solo Rusia y Ucrania afrontarán consecuencias penosas en el plano militar y económico. También Europa, que en pocos meses sufrirá las perspectivas de un año con la energía encarecida por las sanciones. El futuro luce desalentador, y Washington tiene las manos atadas: Europa depende todavía del gas moscovita. ¿Qué sucederá entonces cuando las dificultades se multipliquen sin perspectivas de solución? Los argumentos del oriente rojo ascenderán como cantos de sirena: China asomará reconstructora y generosa; y cómo no, si ha probado que el liderazgo de Estados Unidos no condujo a nada bueno, ni a Europa ni a Ucrania. ¿Y la OTAN? Promotora de refugiados, muerte, desolación, miseria generalizada.

Un sector importante del Partido Comunista pregona que la actualidad es propicia para que China reclame su lugar en el mundo o, dicho de otro modo, para que compita palmo a palmo con los norteamericanos más allá de sus costas. Y los argumentos no provienen únicamente de Beijing, sino que también los facilitó Washington. Para muestra un botón: su declive. Dice un viejo adagio que quien domine los mares dominará el mundo. Y Washington, a este respecto, no ha hecho los deberes.

Sus números no mienten: en los años 50, su marina mercante se ocupaba del 43% de la navegación mundial. Para el año 1994, sin embargo, se ocupaba apenas del 4%. ¿Y actualmente? Los mercantes norteamericanos ocupan el puesto 27 del mundo, mientras la marina mercante china es la segunda más grande, y ello sin tomar en consideración a sus pesqueros piratas que pululan en aguas internacionales. ¿Y en cuanto al poder naval? Es evidente que, por el momento, no cuenta Beijing con unidades capaces de contrarrestar a los portaviones nucleares de Washington, pero, de todos modos, su marina es ya la más numerosa en cuanto a al número de sus navíos operativos.

Será el propio conflicto entre Rusia y Ucrania, el que acaso incline la balanza –en el plano pendiente: la tecnología militar– a favor de China. Pensémoslo un instante, sino: ¿qué significa una Rusia arrinconada, debilitada hasta la postración en el plano económico, para su vecino insaciable? La historia de la cooperación militar entre el Kremlin y el Partido Comunista de China (PCCh) da cuenta de la cada vez más complicada realidad geopolítica de Rusia. Ya desde los últimos años de la Unión Soviética, su complejo militar industrial se acostumbró a las hecatombes de sus presupuestos en crisis. Así, por ejemplo, tenemos que los USD 350 billones que gastó la URSS en sus Fuerzas Armadas en 1988 se redujeron hasta los USD 19 billones gastados en 1998 por la Federación Rusa. El gasto militar chino, en contraste, ha aumentado casi todos los años, partiendo de una base de 21 billones (1989) hasta los considerables 252 billones invertidos en el 2020. Acaso por este motivo, Rusia ha encontrado en las arcas de Beijing un mercado ideal para sus sistemas militares: la cooperación entre ambos países ha registrado un comportamiento creciente; al menos, hasta el 2006, cuando el Kremlin reclamó al PCCh por plagios a sus tecnologías, y se negó a compartir su armamento de vanguardia. La anexión de Crimea cambió este panorama, sin embargo. Impulsada por las sanciones occidentales, Rusia se volvió nuevamente a su vecino –y esta vez– para compartirlo todo.

Y claro que a estas alturas del partido ya no solo hablamos de Rusia y China. Pues este desbalance, que se ha profundizado todavía más tras las últimas sanciones, implica también un severo reto para la seguridad norteamericana. Pues, ¿qué beneficios exigirá ahora Beijing, a una Rusia mucho más penalizada, mucho más urgida, mucho más arrinconada que la del 2014? Prácticamente, todos. Submarinos nucleares, misiles hipersónicos, puertos en el Mar del Norte e, incluso, la prohibición de exportar armamento a sus rivales geopolíticos (como la India, por ejemplo). La lista es amplia e invita a soñar a los miembros del Politburó en la capital china. Después de todo, ya el año pasado, miles de soldados rusos y chinos ejecutaron maniobras con un mando unificado y, por vez primera, fueron los rusos quienes operaron con armamentos de manufactura china.

A todo esto, Washington sigue en silencio. Y Europa, desunida, sin dinero. El porvenir se define en una sola pregunta: ¿encontrarán los círculos nacionalistas chinos un oponente que les plantee un reto a la altura de sus ambiciones, quizás en alguna otra capital?

Tengámoslo presente: la prolongación del conflicto equivale a su victoria. Pues mientras se prolongue la belicosidad entre rusos y ucranianos, y la Unión Europea soporte tensiones imposibles en el precio de su energía, y Biden continúe soñando como en la Guerra Fría con un cambio de régimen en Moscú, serán varios los perdedores. Pero un único vencedor. ¿El pronóstico? Xi Jinping inaugurará su tercer mandato con un mundo que sufre y en llamas. Con una novedad, está claro: en su caos, en sus dolores sin remedio, este mundo ofrecerá también perspectivas impensadas para el fortalecimiento de su posición política y militar. Una Rusia postrada. Una Europa en quiebra. Unos Estados Unidos seniles en su objetivo. Algo que ni Mao Zedong ni Deng Xiaoping hubieran podido soñar.

Por: Rodrigo Murillo Bianchi, historiador, novelista y analista de política internacional.

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