Cuesta creer que, en el hiperconectado 2018, haya alguien que viva sin saber qué es una hoja de papel. Alguien que exista tranquilamente mientras ignora que, con un par de movimientos de sus dedos y estando frente a una pantalla, se puede ver un paisaje a miles de kilómetros o ver incluso una imagen satelital de esa isla desde la cual se desconoce todo.
Es el caso de los habitantes de North Sentinel, una isla en el océano Índico –en el suroeste del archipiélago de Andamán–, que llevan unos 65.000 años habitando ese lugar; desde antes de la última glaciación, del origen de la civilización china, del ascenso y la caída del Imperio romano.
Los ancestros de los sentineleses –como son llamados, pues se desconoce la forma en que se nombran– serían unos de los primeros pobladores de África que emigraron hacia el resto del mundo.
No es la única comunidad aislada, aunque probablemente sí la más antigua del planeta. Según Naciones Unidas, como mínimo unas 100 poblaciones conocidas permanecen aisladas voluntariamente, apartadas de conceptos como Estado, internet y mercado.
El exilio, sin embargo, no ha sido absoluto. Se tiene registro de al menos 10 interacciones en los últimos 150 años entre sentineleses y personas externas, pero han sido breves, y varias de ellas han concluido con la muerte de alguno de los involucrados. Una de las razones es que, desde un momento indeterminado, los nativos rechazan con violencia a cualquiera que se acerque a la isla.
Daniel Aristizábal, miembro de la ONG Amazon Conservation Team, donde coordina el área de pueblos en aislamiento en el bajo Amazonas, explica que “todos los pueblos han tenido contacto en algún momento. La mayoría de veces, la decisión de aislarse surge de ese mismo contacto, como una forma de protegerse tras una experiencia en la que fueron esclavizados o asesinados”.
Ese podría ser el caso de North Sentinel, que hoy es un territorio bajo la protección de India. Aunque, en la práctica, el Gobierno reconoce la voluntad de la comunidad de permanecer apartada.
Según el censo de 2001 del Directorate of Economic and Statistics de ese país, la población de la isla, clasificada como “rural”, es de entre 39 y 50 personas, la más pequeña del archipiélago de Adamán y Nicobar.
En este habitan otras comunidades, como los jarawas, quienes recién establecieron contacto en 1997. Las consecuencias negativas de ese encuentro, como explotación sexual y epidemias, incentivaron que desde finales de la década del 90 concluyeran las expediciones hacia North Sentinel, hasta entonces incentivadas por el Gobierno indio y, antes, por el británico. Incluso hoy, la ley establece pena de prisión para quien irrumpa en esa isla, considerada Área de Reserva Tribal.
La decisión de aislamiento de los habitantes de North Sentinel también está ayudada por la geografía. Los 72 kilómetros cuadrados de la isla están rodeados por un arrecife de coral que la hace prácticamente inaccesible durante diez meses del año. El terremoto de 2004 en el océano Índico, que generó varios tsunamis, tuvo como consecuencia que sea incluso más difícil entrar en la isla, pues la placa tectónica sobre la cual se ubica se inclinó, lo que elevó entre 1 y 2 metros la barrera de coral.
Luego de esa catástrofe natural, la Fuerza Aérea de la India sobrevoló con helicópteros la zona para verificar el estado de sus pobladores. En un artículo de National Geographic de la época, los tripulantes declararon haber avistado a los habitantes sentineleses intactos y apuntándoles desde abajo con arcos y piedras.
De alguna forma, lograron resistir los estragos de los tsunamis, que generaron más de 275.000 muertes. La publicación menciona que el conocimiento de la naturaleza que ha acumulado este pueblo durante milenios podría haberles permitido interpretar los primeros temblores y ocultarse a tiempo en el bosque.
El último contacto registrado con los habitantes de la isla se dio en 2006. Según la versión del hecho que dio el diario The Telegraph, dos pescadores ilegales de cangrejos que se habrían quedado dormidos o ebrios cerca de la isla fueron arrastrados hasta ella por las olas. Allí fueron asesinados y –contra las populares leyendas de canibalismo– enterrados, tal como confirmaron las fotografías desde los helicópteros enviados a recuperar los cuerpos.
Desde entonces, la vida de los sentineleses ha continuado fuera del mundo que conocemos, imaginada desde afuera por este. En Google Maps, por ejemplo, North Sentinel cuenta con 2.568 reseñas turísticas, con entradas como: “Excelente lugar para pasar vacaciones al lado de tus seres queridos. Más cuando están a punto de cortarte las extremidades para que se las coman”.
La apreciación de este asesor de viajes anónimo coincide con otra, de hace más de 700 años. Es la del viajero veneciano Marco Polo, quien dijo sobre los habitantes del archipiélago de Andamán: “Matan y comen a todos los extranjeros que puedan echarles mano”.
Siglos después, en 1858, con la llegada del Raj británico a la India, y con el espíritu colonialista en su mayor expresión, comenzaron las expediciones para “civilizar” las poblaciones de esa zona del océano Índico.
En 1879, el oficial británico a cargo de los andamaneses, Maurice Vidal Portman, llegó a North Sentinel al mando de una misión para contactar con los habitantes de la isla. Tras varios días de búsqueda entre las arboledas tropicales, se cruzaron con unos nativos que no pudieron ocultarse: una pareja de ancianos y varios niños.
En nombre de la ciencia, Portman hizo que los dos adultos y cuatro de los niños volvieran con ellos. Al poco tiempo, todos enfermaron. Su sistema inmunológico no estaba preparado para el contacto con personas externas. Los viejos murieron y los niños fueron devueltos a su territorio, cargados con regalos.
Un siglo más de flechas, retenciones y obsequios transcurrió hasta que, en 1970, el ya gobierno independiente de la India aterrizó en North Sentinel y proclamó, a través de una tableta de piedra, que esa isla formaba parte de su territorio. Los isleños, sin idea del significado de una república y de las grafías mismas, continuaron su vida.
Solo en 1991 se estableció un contacto amistoso entre los sentineleses y personas del exterior. La embarcación Tamugli, tripulada por antropólogos y oficiales indios, llegó a la costa de la isla con los regalos de siempre –cocos, muñecas y hasta cerdos vivos–. Para su sorpresa, los isleños no aparecieron armados y recibieron gustosos los cocos que les ofrecían.
Los contactos amistosos continuaron por un tiempo. En uno de ellos, T. N. Pandit, sucesor de Portman y líder de la expedición, se vio por un momento más cerca de los habitantes de la isla que del barco en que llegó. El funcionario observó cómo uno de los sentineleses sacaba un cuchillo y se acercaba a él con cara de enojo, como si pensara que pretendía quedarse en la isla. Para su fortuna, el bote volvió y lo recogió a tiempo.
En un artículo del 2000 en la revista American Scholar, Pandit le dijo al historiador Adam Goodheart que estaba emocionado por su logro, pero que, a la vez, “existía la sensación de que estas personas que estaban aguantando habían tenido que ceder (...). Eran héroes, pero se habían rendido”.
Sin embargo, por ahora, la decisión del Gobierno indio, acorde con lo dictado por Naciones Unidas en el sentido de respetar el derecho de los pueblos a decidir no ser contactados, ha permitido que los sentineleses mantengan su heroísmo. Que sigan siendo, en palabras del explorador brasileño Juan Carlos Meirelles, “las últimas personas libres de la tierra”.
Fuente: El Tiempo de Colombia / GDA