A Rishi Khanal el destino le dio una segunda oportunidad tras sobrevivir 82 horas bajo los escombros de un edificio que no aguantó la sacudida del terremoto de Nepal, y ser rescatado a cambio de una pierna y la mutilación de un sueño.
Pasó tres días en Katmandú haciendo trámites para salir hacia Dubai, donde un amigo le había conseguido un puesto de limpiador en un KFC, un destino dorado que estaba seguro les alejaría para siempre a él, a su mujer y a su hijo de siete meses de la miseria de su Arghakkanchi natal, en el oeste de Nepal.
Dos días antes de partir, se encontraba almorzando en la casa de huéspedes en la que se alojaba cuando todo empezó a caerse y su vida, como la había conocido, acabó.
El techo se desplomó sobre su cabeza y el suelo cedió. Quedó milagrosamente vivo, atrapado sobre un costado con la pierna izquierda aplastada bajo un bloque de cemento empeñado en arrebatársela. El gigantesco escombro no pudo quedarse con ella. Rishi tampoco.
(Foto: AFP)
Perdió el conocimiento y cuando despertó todo era oscuro, narra el campesino de 27 años en la cama de un céntrico hospital de Katmandú al que fue llevado hace una semana, después de que su rostro apareciera en periódicos y noticieros como un milagro en un país que llora aún a miles de muertos.
Durante horas, gritó sin que nadie replicara, hasta que el cansancio por el paso del tiempo y el dolor en la pierna -"como si hubieran echado sal y pimienta en una herida", describe- cada vez que se esforzaba para chillar terminaron por llenar de silencio su boca.
(Foto: AFP)
"Todo el tiempo gritaba pidiendo ayuda, pero no se escuchaba nada. No había ningún ruido ni ninguna señal de que hubiera alguien a mi alrededor", recuerda desde la cama del hospital donde lo atienden.
Entonces empezó a tirar pequeñas piedras contra la losa, mientras luchaba por no ceder a la desesperación. Defecó y se orinó encima y, con un pañuelo que tenía en el bolsillo empapado de micción, consiguió ir hidratándose.
"Sentí que me iba a morir en cualquier momento", confiesa con una mirada de sufrimiento.
(Foto: AFP)
Al cuarto día oyó algo cerca, un ruido. Instintivamente volvió a tirar más pedacitos de ladrillo contra el cemento hasta que el seco batir contra la plancha de hormigón fue acallado por el chillido de una sierra radial que llenó de nuevo de luz sus ojos.
El grupo de rescatistas que lo encontró trató de sacarle pero el obcecado bloque no cedió hasta que fue reducido "trocito a trocito".
"Me llevaron al hospital y yo sólo sentía temblores y mareos", recuerda, ante la mirada de su padre, Jhabilal Khanal, un hombre de piel curtida y ojos cansados que llegó a Katmandú desde Dehradun, ciudad del norte de la India, ahogado por la congoja después de llamar durante días a su hijo sin dar con él.
"Me puse muy feliz, pero cuando lo vi sin la pierna me quedé muy preocupado por su futuro", admite a Efe el padre.
Rishi no puede contener las lágrimas.
"Yo quería volver a ver a mi padre, lejos de aquí y feliz, y lo veo aquí en un hospital y sin una pierna", dice mirándose el miembro ausente.
"¿Qué voy a hacer el resto de mi vida? Mi oportunidad para ir a trabajar a Dubai se ha esfumado y tampoco puedo continuar aquí... Preferiría haber muerto", agrega.
"Tampoco tengo dinero para comprar una silla de ruedas. ¿Cómo voy a seguir viviendo y sacar adelante a mi familia?".
Recuerda que cuando llamó a su mujer, que estaba en el pueblo y lo creía muerto, no pudieron ni hablar: "Ella no paraba de llorar y de chillar".
Ahora asegura que está feliz por haber salvado la vida, pero no oculta el desconsuelo cuando dice que ya no podrá ir a otro país a buscar la fortuna que tantos miles de sus compatriotas encuentran fuera de Nepal para huir de la pobreza, como tampoco podrá volver al pueblo a trabajar en el campo que tan poco le dio.
"Estoy feliz porque estoy vivo, pero mi vida está llena de tristeza", dice.
Fuente: EFE / El Comercio