En el 2018, Xi Jinping vio su nombre impreso en la Constitución china, raro privilegio que lo eleva al olimpo del Partido Comunista de China (PCCh), junto a Mao Zedong y Deng Xiaoping. El nuevo timonel inauguraba así el “socialismo con características chinas para una nueva era”. Una era que no supone reformas ni apertura política, sino nuevo vigor y cohesión para el partido –que el 2021 cumplirá cien años–, una concentración del poder en la figura de Xi, un retorno a los valores tradicionales y una mayor represión contra los opositores. Todo ello se vería compensado con un notorio crecimiento económico.
Pero el 2019 fue más bien un año de muchas tensiones y fracasos para el presidente chino: la situación económica se degradó al mismo tiempo que se multiplicaban las protestas en Hong Kong contra el Gobierno Central. También se reveló que un millón de uigures permanecen encarcelados en prisiones que llevan el siniestro nombre de campos de reeducación, un apelativo que trae reminiscencias de los aciagos días de la Revolución Cultural (1966-1976), que costó la vida de decenas de millones de personas.
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En noviembre último, el diario “The New York Times” publicó más de 400 páginas de documentos internos del PCCh en los que se puede apreciar que los métodos represivos contra los uigures –una minoría de 11 millones y medio de personas de origen turco y religión musulmana que viven en la región autónoma de Xingjiang– no cohesionan a los jerarcas del partido, sino que son motivo de fuertes discrepancias en el interior de este, entre aquellos que quieren unificar la cultura bajo el mandato de “una sola China” y los que se muestran a favor de la diversidad cultural.
Y resulta entonces que –pese a los miles de millones de dólares que Beijing viene invirtiendo en su programa de las rutas de la seda– en países como Indonesia y Filipinas se tiene todavía una mala imagen del gigante. Otros, como India y Japón, han preferido mantenerse al margen del TLC con China, desmoronando así la posibilidad de paliar el descenso de sus exportaciones hacia EE.UU. con una intensificación de intercambios comerciales en Asia.
El cerdo, que en el horóscopo chino es el animal de la abundancia, no fue generoso con Xi en el 2019: se ralentizó la economía, creció el desempleo y perduró la lucha comercial con EE.UU., que Donald Trump aprovecha muy bien para fortalecer su campaña por la reelección mientras enfrenta un juicio de destitución por abuso de poder.
Una acusación que debe sonarle extraña a Xi, un gobernante ajeno a la crítica e incapaz de prestar oídos a los opositores. Él es la personificación del poder, ¿cómo podría abusar de él?
Menudo problema para los autócratas esto de detentar sin condiciones el poder. Un arma de doble filo que los vuelve vulnerables: por un lado deben mantenerse intransigentes –como lo hace Xi con los miles de hongkoneses que llevan más de medio año protestando–, y por el otro, infalibles, lo que les impide reparar sus yerros. Los errores que cometen llevan con tinta indeleble sus nombres y apellidos.