Es la víspera de año nuevo y en un departamento frío y desnudo en el sudoeste de Inglaterra, Amar Kanim abre un paquete sellado y saca un hisopo de algodón.
No necesita leer la hoja de instrucciones. Ya lo ha hecho muchas veces.
Se mira en el espejo y hace girar el hisopo por el interior de la mejilla durante 30 segundos. Luego lo agita en el aire para que se seque durante otros 30 y lo coloca en el sobre etiquetado “Muestra de ADN”.
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Tan rápido. Tan sencillo. Solo le toma 60 segundos.
Sesenta segundos que podrían cambiarle la vida.
Por un corto espacio de tiempo en los años 90, Kanim fue famoso.
Su cara llena de cicatrices alcanzó los principales del diarios del mundo. Conoció a diplomáticos y embajadores. De hecho, estuvo en una sesión plenaria de Naciones Unidas.
Se hizo conocido como el pequeño niño que lo había perdido todo en un ataque con bombas napalm.
Se convirtió en la personificación del sufrimiento del pueblo iraquí a manos de su presidente, Sadam Hussein.
El cuerpo de Kanim quedó envuelto en llamas cuando Hussein ordenó bombardear las comunidades chiítas del sur de Irak, en marzo de 1991.
Fue el momento en que el líder iraquí trataba de revalidar su autoridad después de que EE.UU. lo expulsara de Kuwait durante la Guerra del Golfo.
Después de aquel conflicto, miles de iraquíes se levantaron en contra del régimen, incluyendo los kurdos en el norte y las comunidades chiítas en el sur.
La represión por parte de Hussein fue desmedida.
Kanim recuerda el ataque con bastante claridad.
“Era una hermosa tarde. Estábamos jugando y escuchamos unos disparos. Después unas sirenas, seguidas de varios aviones que pasaron por encima de nosotros. Mi hermano y yo nos escondimos en una bodega junto a otras 30 personas”, relata.
“De pronto sentimos una gran explosión encima de nuestras cabezas. Un brillo blanco nos encegueció por unos segundos. No podía encontrar a mi hermana. Lo único que atiné a hacer fue cubrirme los ojos”.
Entonces Kanim sintió que su cuerpo se quemaba. Recordó que cerca de allí había un río y decidió correr hacia él para calmar el dolor que le causaba la combustión.
“Debí haberme desmayado una vez pude calmar esa sensación de que estaba ardiendo, porque no recuerdo nada más”.
Lo que ocurrió después es poco claro. Kanim terminó en un campo de refugiados en la ciudad de Ahvaz, Irán, donde de manera precaria atendieron sus quemaduras severas.
De camino a Reino Unido
Seis meses después del ataque, en setiembre de 1991, la parlamentaria británica Emma Nicholson encontró a Kanim en el campamento.
“Fue algo terrible de ver. Estaba este pobre niño, solo, con quemaduras en todo su cuerpo y en medio de una agonía brutal”, relató.
A la política le dijeron que Kanim había sido el único miembro de su familia que había sobrevivido.
Pero era poco lo que su cuerpo le permitía hacer: no podía reírse, no podía llorar. No podía hacer mucho. Se había quedado sin músculos en la cara. Sin nervios sanos.
Nada.
Pronto su rostro, como parte de una campaña solidaria para proveerle asistencia médica adecuada, llenó las páginas y pantallas de los medios británicos.
Las donaciones no se hicieron esperar.
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Kanim salió de Irán y viajó a Reino Unido, donde lo recibieron casi como un héroe.
“Él es huérfano. Perdió todo y a todos. Su vida, su casa, su familia entera”, dijo Nicholson, acompañada del niño, durante una entrevista televisiva.
Por su parte, Kanim recuerda esos días como una secuencia de momentos confusos.
“Nunca había visto una cámara en mi vida. Tampoco había visto la televisión. No sabía lo que estaba pasando. Pero lo cierto es que me sentía seguro con Emma”, recordó.
Durante el siguiente año, Kanim fue sometido a 27 cirugías plásticas en un hospital de Londres.
Los tratamientos comenzaron a hacer efecto. El niño que ni siquiera podía saludar, comenzó a reír. A jugar. A hablar sus primeras palabras en inglés.
“No tenía idea de que Kanim se iba a quedar en Reino Unido”, dijo Nicholson.
“Yo creí que, una vez terminaran las cirugías, íbamos a encontrar unos familiares en Irak donde pudieran recibirlo. Pero eso no fue posible porque los médicos nos advirtieron que si el niño se mudaba de nuevo, iba a morir”, explicó.
Aunque hubo varios intentos de conectar al niño con una familia iraquí establecida en Londres, Kanim nunca pudo sentirse cómodo y siempre regresaba a la casa de Nicholson, ubicada en la localidad de Devon, en el sur de la isla.
Aunque la parlamentaria y su esposo se convirtieron en los custodios legales del entonces niño, Kanim nunca quiso ser adoptado.
Esperaba regresar algún día a Irak.
Sus días en Devon fueron felices.
Sin embargo, en 1999, Sir Michael Caine, el esposo de Nicholson, murió de cáncer.
Y su muerte le causó un profundo impacto, debido a que el hombre se había convertido para él en una suerte de figura paterna.
“Era otra pérdida con la que tenía que lidiar”, recuerda.
También en esos días dejó Devon, confundido por el dolor, y se mudó a Londres por unos años, donde vivió una vida precaria durmiendo en los sofás de sus amigos e incluso en su carro.
Image captionLos cirujanos recomendaron que Kanim no debía regresar a Irak porque podría morir sin asistencia médica.
“Estaba un poco perdido. Quería vivir solo, pero realmente no sabía lo que quería o quién era”, dice.
Y pasarían cerca de 15 años para que su vida diera otro vuelco.
Encuentro
Después de vivir por 10 años en Londres, Kanim volvió a Devon.
Allá lo encontró la BBC y, cuando lo estaban entrevistando para hacer una crónica sobre cómo había transcurrido la vida del “huérfano” Kanim, ocurrió lo menos pensado.
En medio de su relato, contó que estaba recibiendo mensajes de una persona extraña a través de sus redes sociales.
Con 37 años se dedicaba a vender pescado, con lo que ganaba apenas para sobrevivir. Vivía en un pequeño apartamento, sin calefacción durante el invierno debido a que no tenía dinero para pagar la cuenta del gas.
Allí, cuenta, en un cuarto en el que él mismo había hecho dibujos en las paredes sobre su pasado en Irak, comenzó de la nada a recibir esos misteriosos mensajes, especialmente a través de Facebook.
En los mensajes -algunos de ellos, videos borrosos de mala calidad- una mujer afirmaba que era su madre.
La madre que Kanim creía había muerto en Basra 30 años antes.
“Pensé que era una estafa, alguien que quería conseguir dinero”, confiesa.
Borró el primer mensaje. Pero después comenzaron a llegarle muchos más.
Uno de ellos llamó su atención: era el de un programa de televisión kurdo. En él, una mujer de avanzada edad le dice al reportero que tiene problemas de salud y que se está quedando ciega, mientras en sus manos sostiene una foto.
La foto de su llegada a Londres, tres décadas atrás.
“Él es mi hijo. Él es mi Amar”, suplica.
“Me puso a dudar, ¿podría ser que estuviera viva?”
“No se parece mucho al recuerdo que yo tengo de ella, pero sí veo algo de ella en mí. No sé, la verdad, ahora quiero que sea verdad”, le dijo entonces a la BBC.
Buscando el pasado
El video había sido enviado por un hombre, llamado Mustafá, quien había visto la conmovedora imagen de la mujer en televisión y había tomado la decisión de seguirle los pasos de Kanim desde Irak hasta Reino Unido.
Ahora lo que quedaba por hacer era establecer si efectivamente esa mujer era su madre.
Después de varios meses de establecer contactos con Irak y a través de las redes sociales, llegaron hasta Juma, un hombre que decía era el esposo de la mujer en cuestión.
El hombre le dijo que la supuesta madre de Kanim se llamaba Zahra y que el padre biológico había muerto en un accidente de tránsito antes del ataque de Hussein.
Kanim confirmó que ese detalle era cierto.
Pero entonces, en mitad de la conversación, el hombre estalló en llanto cuando le contó que ahora vivían en Karbala, a unos 500 kilómetros de Basra, y que desde que ella se había convertido en su esposa él le había prometido que trataría de dar con el paradero de su hijo.
Para demostrar que lo que decía era cierto, le enviaron una fotografía en blanco y negro de un niño en el colegio que, según Zahra, era el retrato escolar de Amar Kanim.
Pero él no estaba seguro de que se tratara de su imagen.
En la foto, el niño no tenía cicatrices y él no recuerda mucho cómo lucía antes de quedar desfigurado por las llamas del napalm.
La pareja también le envió un registro de nacimiento. Los detalles concordaban con sus recuerdos: los nombres de sus hermanos y hermanas eran correctos.
Y los recuerdos que aquella mujer tenía del tenebroso ataque coincidían con los suyos.
Durante un diálogo con ella, en medio de lágrimas, le relató cómo su hija más pequeña, Zainab, había muerto en el ataque.
“Llevé su cuerpo al cementerio y entonces volví a la bodega por mi hijo y no encontré nada. Ni un rastro”, le dijo a Kanim.
Durante dos décadas, narró la pareja, habían intentado buscarlo, pero fue recién dos años atrás que un familiar había visto en internet la foto de Kanim tomado de la mano de la parlamentaria Nicholson.
A pesar de la lucha de la madre por ser escuchada para llegar hasta su hijo, fue imposible. Eran personas humildes sin acceso a ningún contacto o personalidad poderosa. Hasta que apareció Mustafá con la intención de resolver las cosas.
Mientras avanzaban los contactos y las comunicaciones, Kanim estaba dudoso. Por un momento pensó que estas personas estaban inventando esta historia para salir de Irak. O para ganar algo de dinero.
Mustafá fue claro: “Esa historia es bastante creíble. Esa gente no tiene nada. Son pobres y con poca educación como para crear semejante mentira”.
Pero Kanim quería certezas. Y la mujer accedió a hacerse un test de ADN para acabar con las dudas. Kanim hizo lo propio en Reino Unido.
Porque no era la primera vez que algo así pasaba.
Confirmando el pasado
Una vez Amar Kanim se estableció en Reino Unido, 30 años atrás, Nicholson creó una fundación -llamada Fundación Amar- que intentaba a ayudar a niños en una situación similar a la suya.
“Muchas mujeres se acercaban a la fundación y decían que eran la madre de Amar. Pero ninguna resultó ser la verdadera”, explicó Nicholson.
"La familia es lo más importante en la vida. Es lo que eres. Es tu identidad. Siempre intenté hacer todo lo posible para encontrar a sus padres", añadió.
El proceso de la prueba de ADN tomaría dos semanas desde que se sacó aquella muestra de células. Hasta que llegó un sobre con el resultado al apartamento de Kanim.
Cuando lo abrió, se encontró con la respuesta: el resultado señalaba que, con un 99.99999% de certeza, Zahra era su madre.
“Tengo una madre. No puedo ser más feliz. Nadie te ama más que tu madre”, celebró.
“Creo que voy a enmarcar esta carta”.
Habían pasado seis meses desde que habíamos comenzado a conversar para este reportaje para la BBC.
Ahora había que viajar a Irak. A encontrarse con ella.
Volver
Treinta años después de que llegara a Reino Unido de la mano de Nicholson, ahora estaba en el mismo aeropuerto rumbo a Irak.
El viaje lo llevó de regreso a lo que había vivido en 1992. Pero también a lo que había vivido antes: nunca desde que había salido de Irak había podido regresar.
La reunión es en las oficinas de la BBC en Bagdad.
“El propósito de este viaje es enteramente por ella. Por la mujer. Perdón, por mi madre. Me tengo que acostumbrar a decirlo”, anota poco antes de la llegada de Zahra.
Finalmente, tras 30 años de estar separado, Amar Kanim ve a su madre que se baja de un vehículo en el que la han traído desde el lugar donde vive. Viste una túnica negra que cubre su cuerpo.
“Madre. Mi madre”, grita Kanim.
“Amauri, amauri”, ella responde con la voz quebrada. “Mi pequeño Amar”.
Se abrazan. Se besan. Se besan varias veces. Se reconocen con la mirada. Se hablan. Susurran sus nombres.
Hay pocas palabras. Pero no se necesitan.
Zahra lo sigue mirando.
Zahra: Eres mi león. Mi hijo.
Amar: Soy tu hijo.
Zahra: ¿Me recuerdas? Soy tu madre. Yo te crié.
Amar: Claro que lo hiciste.
Zahra: Mira. Este es mi hijo. Mi valiente hijo. Dios mío, me has traído de vuelta a mi hijo. Por favor, no te lo lleves lejos.
Amar: Nadie me va a llevar lejos. Estamos en las manos de Dios.
Zahra: Es el destino. Es la voluntad de Dios. No lo puedo creer. He visto de nuevo a mi hijo Amar.
A medida que los minutos van pasando, ambos se van sintiendo más en confianza.
Igualmente, ¿cómo reanudar una conversación 30 años después?
“Él me ha extrañado. Quiso encontrarme. Esto es todo lo que he deseado. Tuvimos guerras. Demasiadas guerras. Perdí a Amar. Yo sobreviví, pero en lo único que pensaba era en él. Ahora ha regresado. Estoy tan feliz”, dijo Zahra.
El encuentro también sirve para reunirse con su hermano Tahrir.
El abrazo y la emoción fluyen sin ningún momento incómodo. Todo fluye con naturalidad.
Recuerdan los trucos que les hacían a sus padres. Se ríen de los partidos de fútbol que jugaron juntos y de las cacerías de pájaros. Parecen nuevamente una familia.
Después de esta reunión y al día siguiente, Kanim viaja hasta Karbala donde vive su madre con su esposo, y también su hermano. Está a dos horas de Bagdad.
Lo que se encuentra es bastante diferente de la casa rural que ocupaban en Basra, 30 años atrás. Su madre, su hermano, su cuñada y su padrastro comparten un pequeño espacio en un lugar bastante sucio.
El techo es un pedazo de lona.
Aunque el lugar está en unas condiciones lamentables, Kanim sonríe y mira las viejas fotos familiares que cuelgan de la pared. Su madre le lanza una bolsa con dulces como lo hacía cuando era pequeño.
Entonces todos vuelven a reír. Aunque él nunca ha vivido en esta casa, se siente como si fuera su hogar.
Feliz cumpleaños
Zahra abre el sobre que contiene documentos y fotografías que ha llevado consigo durante años, con la esperanza de que algún día encontraría a su hijo. De allí saca el certificado de nacimiento, que revela la fecha real de nacimiento de Kanim.
Sin ningún papeleo oficial, los médicos en el Reino Unido adivinaron el día del nacimiento de Kanim por el estado de sus dientes y la longitud de sus huesos cuando llegó por primera vez como refugiado.
Resulta que se equivocaron. Kanim es tres años mayor de lo que ellos estimaban. “La próxima semana cumplo 40 años”, se ríe. “Finalmente tengo algo que celebrar”.
Y hay otra sorpresa. Resulta que un extraño punto de tinta en el interior de su brazo derecho es en realidad un tatuaje familiar. Su madre y su hermano tienen marcas idénticas.
Kanim nunca pudo recordar de dónde venía, o por qué estaba allí, pero su hermano Tahrir relata cómo, cuando era niño, le pintó a cada miembro de la familia un punto azul, para que pudieran identificarse si alguna vez llegaran a perder
“Y ahora hemos encontrado nuestro hermano”, dice.
Durante unos segundos todos se sientan en silencio, comparando sus pequeños puntos azules.
Cinco días después de aterrizar en Bagdad, Kanim debe volver a Reino Unido. Decirle adiós a su familia sabía que iba a ser doloroso, pero hay una serenidad en la despedida. Es un adiós sin dramas.
Kanim promete volver un día, dice que intentará enviar algo de dinero, pero ellos entienden que por ahora no tiene mucho para dar.
“Gracias por encontrarme”, dice.
“Gracias por volver”, responde su familia.
Bendecido
Desde el piso superior de un edificio cercano, Kanim observa la puesta de sol más allá del río Tigris. Es su última noche en Irak.
“He estado solo durante todos estos años, con todo este trauma, pero ahora me siento renacer. Todo lo que quería era que mi madre estuviera orgullosa de mí. Y creo que lo está”, reflexiona.
En el parque algunos niños juegan al fútbol. Tienen la misma edad que Kanim cuando perdió a su familia.
“Este ha sido el mejor momento de mi vida”, concluye.
“Me siento bendecido. Todo tiene sentido. Mi vida está finalmente completa”.