El grupo cubano Archipiélago había convocado a una manifestación en la isla para el lunes que pasó. Pero el aparato represivo del régimen actuó para eliminar cualquier atisbo de disidencia: arrestos domiciliarios (inclusive a periodistas), arrestos sin argumentos y otros recursos que maneja la dictadura.
¿Vive Cuba su peor momento en la historia o la situación puede empeorar? José Miguel Vivanco, director de la división de las Américas de Human Rights Watch, compartió su opinión al respecto y se animó a hablar sobre las próximas elecciones que se llevarán a cabo en Venezuela, otro régimen de similar raigambre.
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—¿Qué información maneja HRW sobre Cuba?
Como todos sabemos, los líderes de la sociedad civil y de la oposición cubana, disidentes, artistas, convocaron a una protesta pacífica para el 15 de noviembre. El Gobierno decidió sacar masivamente a la policía y a las fuerzas de seguridad y destacarlas en lugares neurálgicos. Parques, plazas, calles principales estuvieron, hasta el lunes, con una masiva presencia de policías y de agentes de seguridad. Además, en las residencias donde viven conocidos artistas e intelectuales, la vigilancia policial habitual se redobló con el propósito de impedir, a cualquier costo, que algunos pudieran salir a las calles. Incluso, a muchos de ellos, les cortaron el acceso a internet para que no pudieran comunicarse. Evidentemente que la decisión de la dictadura cubana fue suprimir, cortar de raíz la posibilidad de manifestarse pacíficamente y, con eso, evitarse lo que tuvieron que hacer el 11 de julio, cuando reprimieron brutalmente a aquellos que salieron a las calles.
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—¿Existe alguna forma de ayudar los disidentes cubanos que están en la isla?
Lo que uno quisiera es que la comunidad internacional, pienso en las democracias latinoamericanas, europeas y de otras regiones del mundo, estuviera dispuesta a condenar estos hechos en términos categóricos, y presionar al régimen cubano para que haga una transición democrática, para que se respeten libertades y derechos básicos que están prohibidos desde hace más de 60 años. Un ejemplo: en Cuba nunca nadie ha escuchado de una huelga, porque no hay sindicatos, y no las hay porque no hay derecho para formarlos. Con justa razón podríamos preguntarnos por qué, especialmente los sectores de izquierda de distintas partes del mundo, todavía tienen una mirada romántica y desinformada sobre Cuba. ¿Por qué en el Perú, Argentina, Chile o Brasil hay derechos laborales y en Cuba no? Ese tipo de preguntas o cuestionamientos no están en el centro del debate porque la comunidad, muy abrumadoramente, prefiere condenar el embargo de Estados Unidos. Es decir, prefieren hablar de las sanciones unilaterales a Cuba, en lugar de exigirle a Cuba mejoras en cuestiones de derechos humanos. Yo creo que se pueden hacer ambas cosas: condenar la ineficaz política de EE.UU., que también es injusta porque impone sanciones indiscriminadas a todo un pueblo, y que eso no quiere decir que nos hagamos de la vista gorda con respecto a lo que pasa internamente en Cuba.
—¿Es viable un nuevo 11J?
Lo que ocurrió en julio no tiene precedentes en la historia cubana. Nunca antes se produjo una manifestación espontánea en toda la isla: toda la gente salió a las calles reclamando que después de cuatro o seis horas de hacer cola en la madrugada recién se puede conseguir un huevo o un pedazo de pan, un cereal, como mucho; reclamando la manera en la que el gobierno manejó la pandemia, incluso rechazando apoyos de China y Rusia con el argumento de que ellos tenían su propia vacuna. También reclamaron la falta de libertad, y todo eso generó un ambiente, en gran medida gracias al internet, que causó una manifestación que el gobierno no tenía en sus cálculos. Pero de allí a que se pueda planificar una manifestación masiva como esa, va a ser muy difícil.
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—Si hubo represión en julio y la hubo también esta semana, ¿diría usted que Cuba vive su peor momento o la situación puede empeorar?
La gente salió a protestar el 11 de julio porque calculó que no tenía nada que perder. No tienen derechos, la economía es un desastre, no hay futuro por las represiones constantes y sonantes, no hay espacios para desarrollarse. Imagínate: está prohibida la canción “Padre y vida”, está prohibido el ejercicio del periodismo independiente y solo existe el que es autorizado por el Partido Comunista. Esa manifestación fue producto del hartazgo, de que la gente llegó a la conclusión que, justamente, ya no tenía nada que perder. Pero el régimen les demostró que tenían mucho que perder. La represión fue brutal. Más de mil detenciones arbitrarias, simplemente por manifestarse en las calles. Todavía quedan cientos de detenidos en las prisiones, condenados a varios meses, con el drama que significa eso para cualquier familia que no tiene recursos y viven indefensos frente a los aparatos de seguridad. Es difícil que, después de esa experiencia, los cubanos digan: “Bueno, vamos a seguir manifestándonos”. La lección que ha dado la dictadura cubana es decisiva desde el punto de vista de la represión. Ahora, que pueda existir otra manifestación en Cuba, similar a la del 11 de julio, es posible porque las condiciones no han mejorado.
—Hace un momento decía que la presión internacional era una forma de ayudar a los opositores que están en la isla. ¿Realmente funciona? Hay países que denuncian, otros que hacen embargos económicos, pero el régimen parece no temblar.
Es que Cuba no está sujeta a la presión internacional. No hay unanimidad. Cuba es también vista como una víctima de Estados Unidos. Por ejemplo, el presidente de México se permitió hace poco hacer un homenaje a Cuba y decir públicamente que admira a su gobierno y a su pueblo. O sea, metió todo en un mismo saco. Andrés Manuel López Obrador dijo que Cuba era uno de los pocos casos en los que un país logró defender su dignidad, implicando que el gran matón es EE.UU. Esa percepción existe en todo el mundo, gobiernos de derecha e izquierda que, todos los años, condenan en las Naciones Unidas la política exterior que sigue Estados Unidos contra la isla. Pero Cuba no está aislada del resto del mundo, no sufre ningún tipo de presión. Es perfectamente posible que los canadienses, suecos, alemanes y españoles hagan negocios con ellos, que puedan contratar empleados obreros sin derechos sociales, sin sindicatos que negocien colectivamente como en cualquier democracia. En la práctica, lo que ha conseguido la política exterior de Estados Unidos, que es completamente absurda, es anular la presión internacional. Habría que sacarla de la ecuación, pero eso no va a suceder por una cuestión electoral. En Florida, Estado que puede definir una elección, la gran mayoría insiste en seguir con una política que lleva 60 años y ha fracasado.
—Las dictaduras siempre tratan de engañar al mundo. Pienso en Daniel Ortega y sus elecciones amañadas, pero en las que se presentaron otros candidatos. En el caso cubano, por ejemplo, hicieron que la fecha de la manifestación coincidiera con el regreso a clases, la apertura de la frontera a los turistas. A su parecer, ¿eso funciona? ¿Hay personas que todavía dudan que todo eso es una pantomima?
Creo que sí, que hay muchos que se dejan llevar por la ideología, que es el talón de Aquiles del problema de los derechos humanos. La gente, tanto de derecha como de izquierda, evalúan las condiciones de los DD.HH. a partir del signo ideológico del gobierno que está bajo la lupa. Entonces, si vemos a Jair Bolsonaro en Brasil, un líder populista autócrata que no cree en la democracia, habrá quienes digan que lo está haciendo muy bien. Y eso que él ha dicho que, si no gana en las próximas elecciones, no va a reconocer el resultado. Esas mismas personas, por mucho menos, miran a otros países donde hay líderes de izquierda y dicen que allí sí se producen violaciones a los derechos. En esta tarea de la promoción de los derechos fundamentales es básico entender que no puede haber doble rasero, que tenemos que medir con las mismas reglas del juego y, si Bolsonaro está cometiendo abusos, denunciarlos, si AMLO, otro populista de izquierda, comete abusos en México, denunciarlo con la misma fuerza. En el caso de Cuba, hay sectores que simplemente no quieren ver y no hay peor ciego que el que no quiere ver la realidad.
—¿Usted considera que las dictaduras que aluden a la versión romántica de la revolución creen realmente en ella? Pienso en Díaz-Canel sosteniendo que “hay suficientes revolucionarios” para defender al régimen
No. Creo que los dictadores se reinventan. Yo crecí en Chile durante la dictadura de Pinochet. Él decía que creía en la democracia, pero en una democracia protegida, y vivimos muchos años con esa idea. Pinochet tuvo la desfachatez de desarrollar ese concepto como una doctrina en la que el dictador es el que protege el sistema, mientras calificaba todas las denuncias internacionales por violaciones a los DD.HH. como una gran conspiración contra un país que había logrado una hazaña. Esa es la retórica que se inventan los dictadores. Con los Castro en Cuba, por supuesto, sucede lo mismo. Es una retórica que revela oportunismo y, usualmente, los dictadores confunden deliberadamente lo que es su suerte personal, su imagen personal, con la de toda la nación. Si te fijas, Ortega en Nicaragua o Maduro en Venezuela, dicen: “Venezuela se le respeta”.
—¿Diría usted que Centroamérica vive un momento peligrosísimo? Hay varios ejemplos: Honduras, Nicaragua, Cuba, Haití. O, más bien, ¿diría usted que su estabilidad siempre pendió de un hilo?
Desde el punto de vista de la credibilidad del sistema democrático, vivimos una crisis muy profunda que, lamentablemente, va mucho más allá de Centroamérica. Brasil es la economía y el país más importante y más fuerte de todo América Latina y, sin embargo, vive una crisis fundamental que podría poner en riesgo su democracia. Mi impresión es que se han registrado retrocesos alarmantes en lo que es la adhesión al sistema democrático de gobierno.
Cuando salimos de las dictaduras militares, y cuando, por ejemplo, el Perú salió de la dictadura de Fujimori, hubo una revalorización enorme del sistema democrático. No por casualidad se firmó la Carta Democrática en Lima a comienzo del nuevo siglo, el 11 de septiembre del 2001. De hecho, Lima fue uno de los arquitectos y uno de los más importantes impulsores de esa promesa colectiva de defensa de los valores democráticos, de las libertades de los derechos fundamentales. En ese ambiente se coincidieron presidentes como Vicente Fox en México, en un país que durante 70 años fue gobernado casi solo por un partido, el PRI. Digamos que, en ese instante, se alinearon las estrellas en toda la región, y creo que hubo un fuerte consenso por la defensa de los valores democráticos.
Ese consenso se ha roto. Hoy en día, la región está súperfragmentada y no hay una adhesión tan clara como en el pasado, porque, en buena parte, los principales gobiernos son caudillistas, son populistas, y no creen en el sistema democrático. Ellos creen, más bien, en la concentración de poder y en gobernar a sus anchas, no entienden el valor que tiene la separación de poderes, la transparencia, la tolerancia, el pluralismo. Al contrario, buscan imponer un discurso entre aquellos que se suman incondicionalmente al gobierno de turno. No estoy diciendo que toda América Latina sea gobernada por dictaduras. Las dictaduras son solo tres: Venezuela, Nicaragua y Cuba, pero el deterioro del sistema democrático, de los principios básicos del Estado de derecho, lamentablemente es evidente en toda la región.
—Venezuela está a punto de tener elecciones regionales y municipales que se celebrarán este domingo, ¿qué cree usted que vaya a suceder? No hay propaganda en las calles, no hubo mítines y, en medio de eso, están en la mira de la Corte Internacional Penal. ¿Hacia dónde se dirige Venezuela?
Cuando los dictadores se asumen como tales, les importa poco la opinión de la comunidad internacional y están dispuestos a ejercer el poder de una manera brutal y arbitraria. Y eso, evidentemente, no les permite mantener si quiera una fachada de democracia. Maduro es quien decide quién va preso, si hay elecciones, si se negocia con la oposición. Hay otras cosas que Maduro no controla, por ejemplo, la Corte Penal Internacional: la investigación abierta es la primera en América Latina por crímenes de lesa humanidad. Ese es un tema delicado que él cree que puede manipular. Sus asesores, como ocurre normalmente en las dictaduras, tratan de persuadir al dictador para que no se preocupe, que todo va bien, que no hay mayores riesgos. Pero creo sí los hay y que son muy importantes, porque el récord de Maduro es deplorable en lo que respecta los derechos humanos. Las evidencias son abrumadoras y las responsabilidades del régimen son nítidas.
Maduro tampoco controla las sanciones de Estados Unidos al petróleo, las sanciones financieras, y las que han impuesto también Canadá y Europa a algunos jerarcas del régimen, a quienes les vienen cancelando visas, cuentas corrientes en el exterior. Eso le preocupa al dictador, pero estas elecciones, la verdad son una mínima oportunidad. Dicho sea de paso, son las primeras elecciones que serán observadas por actores internacionales. La Unión Europea está observando, el Centro Carter también, el secretario general de las Naciones Unidas tiene también presupuestado enviar a un grupo pequeño expertos. Veremos si esos observadores están en condiciones y dispuestos a ejercer sus fueros en tiempo real y no diez meses más tarde, mientras están allí, y con eso preservar y luchar por el derecho de todos los venezolanos a participar libremente en esas en esas elecciones.
Son comicios que se dan en condiciones muy desiguales, donde hay presos políticos, donde hay persecución, hay intimidación. En fin, es probable que la presencia de la Unión Europea pueda generar o reducir más bien el temor de la población a salir y pronunciarse. Pero lo que estamos viendo es la consolidación de una dictadura más en Latinoamérica.
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