“Esa noche, cuando salía de un bar, me encuentro con los ‘trabbis’, los populares carritos de Alemania oriental”. Ese fue el primer indicio que tuvo Fernando Bryce de que algo había cambiado.
El artista y dibujante peruano vivió en Berlín durante 26 años y experimentó todo el proceso de cambio, desde una ciudad dividida hasta la compleja reunificación. Compartió su testimonio con El Comercio.
¿Cuándo se estableció en Berlín?
Llegué a Berlín occidental en marzo de 1988. Seguía siendo oficialmente estudiante en la escuela de Bellas Artes de París, pero en la práctica ya me había instalado en Berlín: una ciudad gris, marcada aún por los rastros de la guerra y en cuyas fachadas se podían ver los orificios de las balas y con un muro que la dividía.
¿Cómo fue ese proceso previo a la caída del muro?
Antes de llegar al momento de la caída del muro, de la cual fui testigo, desde el inicio de 1989 se vivían aires nuevos. No solo por el proceso de ‘glasnost’ y ‘perestroika’ en la Unión Soviética que estaban entusiasmando al mundo, sino porque los ciudadanos polacos ya habían reconquistado su libertad para viajar y podían salir libremente de su país. Esto ocasionó que en Berlín occidental se creara el famoso ‘polenmarkt’ o mercado polaco, que era un mercado informal ubicado en un descampado y tolerado por las autoridades, donde los ciudadanos polacos vendían mercancías producidas en Europa oriental. Esto fue como un primer cambio real y concreto que uno podía percibir en la vida cotidiana de la ciudad.
El otro acontecimiento, del cual participé y que en mi experiencia considero como un hito del cambio de época, fue la primera Love Parade, que tuvo lugar el 1 de julio de 1989, aquel desfile musical que ocupaba el espacio público a la manera de una manifestación política, pero cuyo único mensaje y contenido era el baile colectivo, al ritmo del fluido sin fin de la música electrónica.
¿Dónde estaba usted cuando cayó el muro?
La noche del 9 de noviembre me encontraba en un bar de la escena underground de la época llamado Frontkino y ubicado en el distrito de Schöneberg donde vivía. Salí a eso de la 1:30 de la madrugada de aquel bar para regresar a mi casa, y al salir del bar, ya en la Goebenstrasse, me encuentro con una fila de ‘trabbis’, los populares carritos de la República Democrática Alemana y que rara vez se veían en Berlín occidental. De pronto uno de estos carros se detiene a mi lado y el conductor me pregunta: “¿Por dónde se va a Kudamm?”, que es el famoso boulevard de la ciudad. Le di las indicaciones del caso y en casa prendí el televisor y me enteré de todo lo que estaba pasando: las fronteras estaban abiertas.
Al día siguiente mi primera impresión en la Nollendorfplatz, cerca de donde vivía, fue increíble: un mar humano inmenso y relativamente silencioso caminaba a lo largo de las avenidas viendo y reconociendo la parte de su propia ciudad que le había sido negada por tantos años. Ya en la tarde fui a ver el muro que era un verdadero jolgorio.
¿Qué siente haber sido parte de un evento histórico como este?
Desde la situación actual, siento que es un hecho muy importante, pero que de alguna manera está cancelado. Hemos entrado a una etapa distinta, lo siento muy pasado, algo que tuvo sus repercusiones, pero ahora estamos afrontando una historia muy distinta, que incluso nos remite a épocas anteriores de la Guerra Fría. La caída del muro y el fin del comunismo son hechos que realmente corresponden al pasado, y todas las esperanzas que representó tampoco es que hayan sido cumplidas.
En su momento eran vientos de cambio, el inicio de una nueva etapa. ¿Cómo era el ambiente en Berlín en esos primeros momentos?
Los años 90 fue una época de apertura, con esta ilusión de una libertad real, pero que también trajo incertidumbre en el aspecto económico. Berlín se convierte en una ciudad abierta nuevamente, con espacios libres, con mucha actividad pionera, con gente que iba a crear cosas. Todo se va reconstruyendo, convive por un lado una gentrificación paulatina y al mismo tiempo se crean espacios libres, porque la ciudad era muy barata. Hubo lugares en Berlín oriental que fueron tomados por los jóvenes. Se crearon pequeñas comunidades y se renovaron infraestructuras porque algunos barrios en el este estaban muy deteriorados.
Al mismo tiempo hay una reestructuración de toda la sociedad alemana, sobre todo la de Alemania oriental. Hay cosas que han sido positivas, se ganaron las libertades que estaban controladas por el régimen comunista, pero al mismo tiempo la reunificación no funcionó del todo bien como se había pensado, porque mucha gente se quedó sin trabajo, las industrias de Alemania oriental prácticamente desaparecen y hay un desempleo enorme.
¿Cuál es el espíritu de Berlín ahora?
Berlín es una ciudad estupenda, con mucha actividad cultural, unos servicios públicos de primera. Es una ciudad bastante tolerante y es la más cosmopolita de Alemania. Ahora los problemas son otros. La extrema derecha en Europa y en Alemania es un fenómeno que se ha normalizado, y ya forman parte de la vida política oficial. Las ideas de extrema derecha ya no tienen que ver con ser neonazi o llevar la cabeza rapada. Se han empoderado y es muy peligroso.
Sin embargo, pese a las críticas contra ciertas políticas de determinados gobiernos, para mí en Alemania hay un núcleo muy duro de racionalidad humanista, incluso a nivel de las leyes y la Constitución que hacen que estas tendencias puedan ser enfrentadas. En ese sentido, la democracia alemana, con todos los problemas que pueda tener, es un ejemplo y tiene fundamentos muy sólidos.