"El muro no se quebraba, solo se deshacía por pedazos. Era como roer. Y en los huecos la gente ponía velas y lamparines en la noche", recuerda para El Comercio el actual decano de la Escuela de Posgrado de la PUCP, Ciro Alegría Varona. (AFP)
"El muro no se quebraba, solo se deshacía por pedazos. Era como roer. Y en los huecos la gente ponía velas y lamparines en la noche", recuerda para El Comercio el actual decano de la Escuela de Posgrado de la PUCP, Ciro Alegría Varona. (AFP)
/ GERARD MALIE
Gisella López Lenci

Ciro Alegría Varona vivía en Berlín occidental cuando el finalmente cayó. Se había mudado a la ciudad en febrero de 1988 para hacer su doctorado en la Universidad Libre de Berlín y vivió todo el proceso previo a la caída del comunismo y los primeros años de la reunificación de . El decano de la Escuela de Posgrado de la PUCP relató a este Diario su experiencia durante esa etapa histórica que significó el fin de la Guerra Fría y el cambio absoluto del devenir en el mundo.

¿Cómo fue ese proceso previo a la caída del muro?

Teníamos noticias de salidas en grupo y también individuales muy esforzadas por distintas partes de Europa oriental. Varias organizaciones hacían regularmente en distintas ciudades de Alemania oriental manifestaciones silenciosas que iban rompiendo el temor. Polonia tuvo antes su propia caída del muro [en agosto de 1989 se establece el primer gobierno no comunista desde 1948 en un país del eje soviético] y en la calle uno venía la venta ambulatoria de los polacos, que tenían un mercado informal donde se podía comprar muy barato productos del mundo socialista. Pero no solo ellos, los estudiantes africanos de la Universidad Patricio Lumumba de Moscú traían a Berlín sus aparatos electrónicos desde París. Tenían negocios tolerados y organizados informalmente. Las distintas naciones no europeas alojadas en el mundo socialista estaban más dispuestas a hacer soluciones. En medio de eso, sabíamos por nuestros amigos peruanos estudiantes en Berlín oriental que había ya mucha influencia de esto al otro lado del muro.

¿Estuvo en Berlín oriental?

La primera vez que estuve, que fue en 1988, fue traumática, porque yo fui llevando un libro de Vargas Llosa y un mapa de Berlín occidental y oriental, y yo no sabía que tener eso era delito. La ‘volk polizie’ o los ‘vopos’, que eran los policías de frontera pero que actuaban como una policía política, me detuvieron media hora en una cabina que no tenía cerradura por dentro. Uno tenía que ir con su pasaporte y con un dinero para cambiar obligatoriamente en marcos orientales, el cual había que gastar obligatoriamente en productos del este.

"En la calle, unos y otros se distinguen y corren para abrazarse. Era emocionante. Primero gritaban y después se quedaban callados mucho rato", cuenta el escritor y filósofo Ciro Alegría Varona a El Comercio. (Renzo Salazar / GEC)
"En la calle, unos y otros se distinguen y corren para abrazarse. Era emocionante. Primero gritaban y después se quedaban callados mucho rato", cuenta el escritor y filósofo Ciro Alegría Varona a El Comercio. (Renzo Salazar / GEC)
/ Renzo Salazar

¿Dónde estaba usted cuando cayó el muro?

Yo estaba en casa con mi hijo viendo el programa infantil de la tarde, “Sandman”, que es un personaje que contaba historias y era el preferido de los niños en Berlín, y era un programa del este. Nosotros podíamos ver televisión de Berlin oriental y escuchar la radio. Cuando terminó el programa se escuchaban las noticias. Y de pronto escucho como noticia principal de la televisión oriental que a partir de ese momento todo ciudadano de la República Democrática Alemana podía solicitar un salvoconducto con la sola presentación de su documento de identidad en cualquier paso de frontera. Primero vino la perplejidad. Empecé a llamar a mis amigos para saber si habíamos escuchado lo mismo. Una hora después nos convencimos que la gente efectivamente estaba saliendo de Berlín oriental. No fuimos al muro porque había como 100 mil personas de un lado y 20 mil del otro, y era una cuestión de manejo de multitudes, y porque no se sabía qué estaba pasando. Los ‘vopos’ les daban un papelito a los orientales y les dejaban salir, y comenzaron a cruzar el muro con sus carritos, los ‘trabbis’. Entonces se produjo la manifestación permanente a ambos lados de la puerta de Brandeburgo, y del lado occidental la gente empezó a treparse al muro porque los policías no lo impedían, más bien les pedían que no lo hagan porque se podían caer.

Ese primer momento es confuso y yo como peruano pensaba que eso iba a tener un desenlace espantoso. Lo que tenía a la vista era el terrorismo de Sendero Luminoso y unos meses antes había ocurrido la matanza de Tiananmen en China. Yo temía que la disidencia activa, con ocupación de plazas, terminaría mal. El miedo y las historias de que todos los antecedentes personales estaban en expedientes, era la sensación de las décadas de aceptación progresiva de que el muro se iba a quedar ahí, porque se había visto cómo pasó de ser una alambrada a una barricada, y luego un muro tecnificado y monstruoso.

¿Cómo fue este encuentro con los berlineses del Este?

En la calle, unos y otros se distinguen y corren para el abrazo. Era emocionante. Primero gritaban y después se quedaban callados mucho rato. Era llorar y reír. Al día siguiente que cae el muro nos fuimos a las manifestaciones, y el muro sonaba a lo lejos como una cantera. Los que le sacaban pedazos grandes tenían combas. Fui con mi hijo Diego de cinco años con un martillo casero, y recogíamos del piso lo que rompían otros, y esto por cuadras de cuadras. Comenzaron a abrirse huecos, boquetes. El muro no se quebraba, solo se deshacía por pedazos. Era como roer. Y en los huecos la gente ponía velas y lamparines en la noche.

Ante la gran cantidad de gente que cruzaba, se sacaron las cocinas militares a la calle y se les empezó a servir sopa de lentejas con salchicha. Eso era para darles algo caliente a tantos orientales que se quedaban deambulando, una parte se atrevía a volver a sus casas, pero otros querían quedarse como sea porque no confiaban en que el muro siguiera abierto. Me acuerdo la muchedumbre delante de los ‘sex shops’, y en los supermercados, porque el desabastecimiento en el este era fuerte. Además, cuando cruzaban, el gobierno occidental les daba 100 marcos occidentales para que compren y puedan comer.

Esta integración que hubo después de la caída del muro tuvo falencias, y muchas de esas fallas estarían originando este rebrote de la ultraderecha. ¿Qué falló para que la integración no haya sido plena?

Hay dos verdades que parece que se contradicen. Por un lado, están los que querían libertad, movilidad, derecho a entrar a un gran mercado de trabajo. Todas estas personas se entregan en desventaja a la sociedad competitiva, se endeudan y ven poco a poco cómo se convierten en ciudadanos de segunda clase. Esa es una experiencia muy dura que es muy difícil de subsanar, porque no solo hay que crear infraestructura, que se hizo en los primeros años con inmensa inversión, sino crear una nueva sociedad. Esas tareas de integración no se resuelven en unos pocos años, quizá sea en generacionales.

Cada escuela, cada fábrica, panadería, recibió un ‘wessi’ (alemán del Occidente) para que la reorganice. El desempleo occidental desapareció, mientras que el subempleo y el desempleo oriental crecía. Alemania oriental se despobló porque la gente prefería probar suerte en Alemania occidental. En Dresden, por ejemplo, había edificios vacíos, abandonados

La otra parte, más polémica, es que no hubo un debate constitucional para la unificación. Los propios orientales quisieron una integración rápida. El pragmatismo de los partidos políticos occidentales y el grueso de la población oriental no quería una profunda transformación política. Querían menos política y más oportunidades individuales. Pero no todo estaba tan mal en la Alemania oriental, la desautorización moral total de lo que fue el mundo socialista con el cambio fue excesiva. Toda su forma de vida no tenía por qué liquidarse, pero en la práctica resultó así.

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