“Lo primero que se pierde en la guerra es la humanidad. Para matar a tu enemigo, primero tienes que deshumanizarlo”.
Para Mira Milosevich, investigadora experta en Eurasia del Real Instituto Elcano, esa es la única forma de justificar el horror y delirio vividos en la guerra de Bosnia entre 1992 y 1995, el conflicto más descarnado de los que destrozaron la antigua Yugoslavia.
El saldo fue demoledor: alrededor de 100.000 muertos, crisis humanitaria, aniquilamiento étnico, familias separadas y cientos de miles de desplazados de sus hogares.
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Una sangría humana y material a la que se le puso fin en Estados Unidos en 1995 y que dividió a Bosnia y Herzegovina, en la práctica, en un país para bosniacos y croatas y otro para serbios. “Un invento”, opina Milosevich.
Muchas de las heridas de la guerra siguen latentes, y la solución al conflicto fue más bien “congelarlo” y no resolverlo, asegura la experta.
A 25 años de sellarse la paz en la base militar estadounidense de Dayton, Bosnia y Herzegovina es hoy un país golpeado por el paro, la inestabilidad política y las divisiones.
En BBC Mundo recordamos las negociaciones que pusieron fin al conflicto más atroz que vivió Europa desde la Segunda Guerra Mundial y cómo contribuyó al panorama actual de los Balcanes.
Descomposición
La antigua Yugoslavia fue una federación heterogénea de seis repúblicas que congregó a distintas etnias dentro de un régimen comunista tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de las diferencias entre las identidades étnico-religiosas, las seis repúblicas convivieron en aparente tolerancia hasta la muerte del presidente yugoslavo Josip Broz Tito en 1980.
Sin Tito, los sentimientos nacionalistas volvieron a aflorar, y comenzaron los reclamos de autonomía por parte de varios grupos étnicos.
“El comunismo de alguna forma mantuvo cohesionadas a las repúblicas, pero tras su colapso a fines de los 80, Yugoslavia empieza a desintegrarse”, le explica Milosevich a BBC Mundo.
La experta justifica el auge del nacionalismo en el populismo de la élite política, que en lugar de emprender reformas hacia la transición democrática, fomentó la división y la necesidad de “limpieza de minorías étnicas de cada región”.
Croacia y Eslovenia declararon unilateralmente la independencia en la primavera de 1991. La guerra se desató.
En Croacia se enfrentaron los separatistas croatas contra los serbocroatas de la región, que con el apoyo del ejército yugoslavo consiguieron repeler las fuerzas independentistas y controlar un tercio del territorio.
Las Naciones Unidas tuvieron que intervenir, y con un despliegue de 14.000 tropas separaron a serbios y croatas.
Aquello sería la antesala al mayor de los conflictos. Ese mismo año, Bosnia también intentó proclamar su independencia. Los serbobosnios resistieron. La contienda se recrudeció.
En Bosnia acabaron peleando sus tres pueblos constituyentes mayoritarios: croatas, serbios y bosniacos. Las tres partes querían controlar la zona en que eran mayoría y expulsar de allí a las etnias en desventaja.
“De alguna forma, Bosnia era una especie de Yugoslavia en pequeño. Había muchas familias mixtas y una enorme mezcla étnica poblacional. A la gente se le obligó a elegir entre dos bandos cuando muchos no se identificaban con ninguno”, agrega Milosevich.
Sarajevo, la capital, fue asediada durante dos años en uno de los episodios más dramáticos de la contienda junto al genocidio de Srebrenica, donde los serbiobosnios asesinaron a alrededor de 8.000 bosnios musulmanes.
Para 1995, las partes estaban agotadas. Habían sufrido cruentas derrotas. El daño humano, económico y militar era salvaje. Había que parar la sangría.
“A la manera estadounidense”
Tras no fructificar los primeros intentos de la Unión Europea para poner fin al conflicto, llegó el turno del gobierno estadounidense liderado entonces por Bill Clinton.
“EE.UU., siguiendo su cometido desde fines de la Segunda Guerra Mundial, tomó parte para impedir que ningún actor en Europa pudiera convertirse en potencia hegemónica por la fuerza. Su principal idea era pararle los pies a los serbios”, cuenta Milosevich.
Dice la experta que esto se hizo de una manera “muy estadounidense”.
Los implicados se encerraron durante 21 días en la base militar de Dayton, en Ohio, EE.UU. De ahí no salieron hasta pactar el acuerdo.
A la base acudieron los principales dirigentes de los actores en conflicto: el serbio Slobodan Milosevic, el croata Franjo Tudjman y el bosnio Alija Izetbegović.
La conferencia de paz fue encabezada por Warren Christopher, entonces secretario de Estado de Estados Unidos y mediada por el diplomático Richard Holbrooke.
El reto era mayúsculo. A pesar del desgaste, las partes no acordaron el alto al fuego hasta que no se impuso el consenso sobre el reparto territorial.
Durante muchos años, las distintas etnias de Yugoslavia habían estado diseminadas por todo el territorio. Ahora este debía ser delineado tras una guerra traumática con decenas de miles de muertos y centenares de miles de desplazados.
Los pactos dividieron en dos entidades políticas a Bosnia y Herzegovina: por un lado, la Federación de Bosnia y Herzegovina y, por el otro, la República Srpska.
Croacia, por otra parte, retuvo tres de las cuatro zonas controladas por las Naciones Unidas. La minoría serbocroata acabó desplazándose tanto a Bosnia como Serbia.
En Dayton, las partes se “comprometieron a traer la paz a la región, insistir en la importancia de mantener el cese al fuego, cooperar con las asociaciones humanitarias y otras organizaciones en Bosnia y Herzegovina y asegurar la seguridad y libertad de movimiento de dichas organizaciones”, dicen las conclusiones del documento de paz.
La firma oficial del consenso se hizo en París el 14 de diciembre de 1995 y aunque se puso fin al terremoto bélico de los Balcanes, no estuvo exento de críticas.
“Muchos opinan que los serbios ganaron demasiado. En un país de croatas, serbios y bosnios, los serbios acabaron con más territorio que antes de comenzar la guerra”, dice Milosevich.
“Es un conflicto ‘congelado’, pero no resuelto”, sentencia.
En otros territorios también se gestaban otras tensiones. Entre 1998 y 1999, miles de albanokosovares huyeron de Kosovo tras los combates de la guerrilla de la misma etnia contra las fuerzas de seguridad serbias. La ONU volvió a intervenir y Milosevic, el líder serbio, acordó retirar sus tropas del enclave.
Milosevic murió en prisión en marzo de 2006 antes de enfrentarse a los cargos de genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.
Bosnia y Herzegovina, 25 años después
“El país está bastante descosido. Mucha población se identifica con los países vecinos, como Croacia o Serbia. La cohesión del país es bastante escasa en lo social, político y económico”, relata Marc Casals a BBC Mundo, articulista de los Balcanes y residente en Bosnia desde hace más de una década.
Tanto Casals como Milosevich coinciden en que queda mucho trabajo por hacer y que los partidos nacionalistas se atizan con frecuencia unos a otros para contentar a sus electorados.
Las grietas nacionalistas e identitarias siguen presentes, señalan los expertos.
El país no avanza. No hay transparencia suficiente para motivar la inversión extranjera. Tampoco hay trabajo para los jóvenes. Un 40% de la población de entre 15 y 24 años está desempleada, de los peores índices del mundo.
“La suerte te toca en Bosnia cuando emigras. Ya la gente perdió la esperanza”, dice Milosevich.
A la falta de perspectiva también se le suma el olvido de otros pueblos que, por la forma en que se compuso el país, se quedaron fuera del reparto territorial y político.
“Otras minorías como los judíos o gitanos tienen muy poco acceso a muchos cargos solo porque no pertenecen a los tres pueblos constituyentes. El sistema predefine tu identidad y esto genera muchos problemas en un país con tanta mezcla”, analiza Casals.
Agrega que los acuerdos de Dayton, al comienzo, se vivieron con alivio. Pero que en la región sigue habiendo pretensiones muy dispares.
Señala que las guerras del último siglo han dejado en los habitantes una especie de “inseguridad existencial”.
“Es una sensación que no existe en Europa occidental desde la Segunda Guerra Mundial. Pero en Bosnia y los Balcanes en general hay demasiados precedentes. Se nota la incertidumbre”, describe.
Otro camino
Croacia y Eslovenia, por otra parte, han tomado otro rumbo.
Ambos países se convirtieron en las primeras repúblicas exyugoslavas en entrar a la Unión Europea y tuvieron una transición más exitosa desde la economía estatal de la antigua Yugoslavia hacia la de libre mercado.
Serbia sigue agrietándose. En un referendo celebrado en 2006, Montenegro votó separarse de Serbia y convertirse en Estado independiente.
En 2008, Kosovo también declaró unilateralmente su independencia. Actualmente sigue siendo un territorio en disputa y no todos los países lo reconocen como Estado soberano, incluidos Serbia, China, España, Rusia y otros.
Macedonia, que había declarado su independencia de Yugoslavia también en 1991, consiguió ser reconocida de forma oficial como Macedonia del Norte en febrero de 2019. En medio, un largo y lento proceso que tampoco estuvo exento de escaramuzas y disputas étnicas y diplomáticas.
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