(Foto: AFP)
(Foto: AFP)
Redacción EC

El Parlamento británico votó el martes el acuerdo sobre la salida de la Unión Europea que ha sido negociado por el Gobierno de , lo que la prensa internacional ha catalogado como la mayor decisión que el ha debido tomar desde los comienzos de la Segunda Guerra Mundial.

Como se esperaba, el gobierno perdió esta votación. Su desempeño en los dos años y medio transcurridos desde el referéndum sobre el tema no contribuyó a aclarar las dudas sobre el futuro: todas las previsiones económicas indicaban que el resultado de la salida del bloque era negativo para el país bajo cualquier tipo de acuerdo de salida, y catastrófico si la salida se da a fines de marzo próximo -como está legalmente calendarizada- de modo forzado, sin acuerdo de por medio (el PIB caería 8% en el primer año y es probable el desabastecimiento de comida y medicinas). 






El sistema político se encuentra entrampado; y los ciudadanos, confundidos y justificadamente frustrados. La polarización es tal, que debido a ataques ocurridos en la vida pública, parlamentarios de distintos sectores así como periodistas que cubren política temen por su integridad y han debido pedir protección policial adicional. ¿Cómo se llegó a esto?

El Brexit en nuestra región suele examinarse en las páginas económicas, como un evento que impactará aranceles y consecuentemente balanzas comerciales. Tal perspectiva olvida la historia: la UE es un proyecto político, donde la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales son medios (no fines) para el mantenimiento de la paz. Churchill soñaba con el establecimiento de los "Estados Unidos de Europa".

La salida del bloque de uno de sus miembros es un hito que, hasta ahora, los 27 integrantes restantes están sorteando con unidad. Pero al interior de cada uno, las voces contra la integración se han multiplicado. Pasando el trance actual, el proyecto europeo tiene por delante tareas de reforma que combatan la percepción de déficit democrático y falta de transparencia que resuenan en electorados desencantados, que no conectan emocionalmente con la política, y menos aún con la alta política que se lleva a cabo en Bruselas o Estrasburgo.

Otros análisis suelen describir el Brexit de manera anecdótica, cual serie de televisión por capítulos, donde empolvados políticos y economistas han perdido el rumbo en un ambiente perfumado de post verdad y estrategia comunicacional. Esa visión olvida la dimensión humana: el mayor factor que llevó al país a votar en favor del Brexit es la migración. 3.7 millones de ciudadanos de países de la UE viven en el Reino Unido, y 1.3 millones de británicos viven en países de la UE.

El acuerdo de divorcio que ha negociado May solo regularía lo inmediato, la mantención por tiempo breve del status quo: pero la relación futura permanente entre el Reino Unido y el bloque requiere de otro acuerdo. Hasta que ambos tratados no se zanjen, los derechos de estos ciudadanos y sus familias no están asegurados.

La falta de claridad política ha redundado entonces en inseguridad para planificar vidas y trabajos: sobrepasadas por las peticiones de permisos de residencia que antes no se necesitaban, las autoridades migratorias caen en errores y abusos; pequeños y medianos empleadores detienen inversiones porque no saben si habrán suficientes trabajadores migrantes para sus proyectos (hay fruta pudriéndose en el campo, por falta de recolectores); grandes empresas están moviendo sus sedes a otros puntos de Europa; en los hospitales públicos, donde buena parte del personal es extranjero, aumentan las listas de espera; y hay un mayor número de incidentes de violencia racista o xenófoba, que incluso han afectado a turistas, sólo por tener apariencia diferente o hablar otro idioma en la calle.

Desanimados por el trato que ya están recibiendo por parte de la sociedad británica, muchos migrantes, que el país necesita, han decidido partir.

La crisis que vive el Reino Unido no es meramente política, y sus resultados no serán solo económicos. Su raíz es una guerra cultural contra la migración. Pero los diagnósticos económicos lo dejan en claro: en esta guerra no hay vencedores. Pagando un costo que será sideral, el país se repliega sobre sí mismo. Esto es lo que sucede cuando los líderes no son capaces de ayudar a la ciudadanía a entender y navegar los desafíos de la globalización, con mirada de largo plazo. 

Fuente: Paz Zárate, experta en derecho internacional,
"El Mercurio" de Chile / GDA

Contenido sugerido

Contenido GEC