Boris Johnson debe saber a estas alturas de la película que desde Bruselas no le llegará el salvavidas. Después del duro golpe que recibió cuando la Corte Suprema británica decidió reabrir el Parlamento, los europeos miran con aprehensión la crisis política desatada en Londres a cuentas del Brexit, la salida británica de la Unión Europea (UE).
Tras llevarse por delante a dos jefes de gobierno (David Cameron y Theresa May) y amenazar ya con el derribo del tercero (Johnson), el Brexit seguirá siendo una trituradora. Pero en Bruselas ya no hay dudas sobre la negativa europea a cambiar el acuerdo de salida que se decidió en diciembre del 2018 con May.
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Mientras Londres dice desde hace semanas que hay “avances” en las negociaciones para modificar ese acuerdo, el negociador europeo Michel Barnier confió en varias ocasiones a los embajadores en Bruselas de los otros 27 países de la UE que no hay tales avances, que Londres no ha presentado ninguna alternativa creíble al mecanismo que regularía la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte y que, en resumen, Boris Johnson estaría escenificando una negociación más que negociando en serio.
Su objetivo, si puede saltarse a su propio Parlamento, sería mostrar que se va hacia un Brexit abrupto el próximo 31 de octubre. Con dos ideas en mente: que el pánico a un salto al vacío haga a los parlamentarios británicos aceptar, al cuarto intento, el acuerdo que May firmó con la UE. O que los europeos crean de verdad que Johnson está dispuesto a romper con el bloque y poner de rodillas la economía de su país por su fijación en sacarlo de la UE.
Larissa Brunner, analista especializada en el Brexit del Centro de Políticas Europeas de Bruselas, considera que “la UE solo estaría dispuesta a modificar el acuerdo de retirada si otros arreglos alcanzan los mismos objetivos que el acuerdo actual. Más concretamente, eso significa que cualquier alternativa al mecanismo para la frontera norirlandesa tendría que ser viable y asegurar que se puede evitar bajo cualquier circunstancia una frontera física entre Irlanda del Norte e Irlanda”.
No hay divisiones entre los gobiernos europeos en este asunto y las tentativas británicas de usar una estrategia de ‘divide y vencerás’, de ir negociando uno por uno, nunca le dieron resultado. Los europeos se mantienen firmes detrás del negociador Barnier y no aceptan acuerdos bilaterales con Londres, que deberá acordar con los 27 en conjunto. En las últimas semanas, dio incluso la sensación de que los gobiernos más anglófilos del bloque, con el holandés en primer lugar, empiezan a hartarse de Boris Johnson.
Brunner explica que “el problema es que no está claro que exista tal alternativa. Así que hasta que el Gobierno Británico la encuentre y la presente, la UE no estará dispuesta a aceptar cambios que solo estén basados en la promesa de que en algún momento en el futuro se encontrará una solución”.
–¿Nueva postergación?–
Entre los funcionarios europeos dedicados al Brexit, se deja ver también impaciencia y hastío y ya se preparan para que el Gobierno Británico pida otra prórroga para salir del bloque. La carta con la petición de aplazamiento, que exigieron en una moción los diputados británicos, debe llegar firmada por el primer ministro Boris Johnson o por quien tenga la valentía de sustituirlo en una silla que quema las posaderas de cualquiera que se siente en ella. La fecha límite es el próximo 31 de octubre.
La prórroga depende principalmente del Reino Unido. Necesita el visto bueno unánime de los otros 27 miembros, pero si la pide será muy difícil que algún país de la UE vete el aplazamiento. Nadie quiere pasar a la historia como el que dio la patada a los británicos.
El gran obstáculo sigue siendo el ‘backstop’, el mecanismo ideado para evitar que entre Irlanda e Irlanda del Norte (territorio británico que saldrá de la UE el día del Brexit) tenga que levantarse una frontera física. Además del freno a las relaciones y al comercio, se teme que esa frontera pueda poner en peligro los Acuerdos de Viernes Santo de 1999, que acabaron con el terrorismo norirlandés.
Theresa May dijo varias veces antes de dimitir que ningún gobierno británico aceptaría el ‘backstop’. Consiste en un mecanismo que entraría en vigor solo en el caso de que no se alcanzara un acuerdo comercial antes del fin del período transitorio que siguiera al Brexit. Equivaldría a que el Reino Unido siguiera indefinidamente en la Unión Aduanera europea hasta que se llegara a ese trato comercial. Londres no podría tener política comercial independiente y debería alinear su futura normativa a las normas europeas en asuntos como derechos laborales o legislación medioambiental.
Una solución al bloqueo sería hacer que ese ‘backstop’ se aplicara solo en Irlanda del Norte, pero para eso harían falta controles en puertos y aeropuertos entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido. Una especie de frontera interna que Londres asegura que amenaza su integridad territorial.