Tras cuarenta años de dictadura franquista y casi otros 40 de gobiernos de un solo partido con grandes mayorías, España va a tener que aprender a gobernarse como hace la mayoría de Europa. El resultado electoral, que deja a la primera agrupación (Partido Popular) con un tercio de los diputados en un Parlamento fragmentado, abre una nueva era política más parecida a la de sus socios europeos.
Hasta 21 de los 28 países que forman la Unión Europea tienen ahora mismo gobiernos de coalición, en seis de ellos formados por tres o más partidos. Al sur de Europa han ido creciendo desde el estallido de la crisis económica en el 2008 y las políticas de ajuste que le hicieron frente los partidos a la izquierda de la socialdemocracia tradicional, como la griega Syriza o el español Podemos.
Cercanos pero distintos
En el norte de Europa, mientras la izquierda va perdiendo pie, crecieron varios tipos de derecha populista –algunas son pura ultraderecha– que han ido comiendo terreno a la tradicional democracia cristiana. En ambos casos, el crecimiento de esos partidos ha dado paso a una fragmentación parlamentaria que hace imprescindibles los pactos a varias bandas para formar gobiernos.
La buena noticia para los españoles es que su país es uno de los pocos del bloque donde las opciones políticas xenófobas y euroescépticas no tienen representación parlamentaria y un ínfimo apoyo social.
El Gobierno francés se sostiene en una coalición de socialistas, comunistas y ecologistas (estos últimos abandonaron el gobierno) desde el 2012. En Alemania se formó la primera gran coalición (conservadores y socialdemócratas) en 1969 y ahora mismo Angela Merkel gobierna con el apoyo de los socialdemócratas, integrados en el Ejecutivo y que tienen carteras importantes, como la de Relaciones Exteriores.
Cuando ganar no alcanza
En algunos países las coaliciones se formaron para desbancar al ganador de las elecciones cuando su victoria había sido insuficiente. Es el caso de Portugal, donde gobiernan socialistas, comunistas y la nueva izquierda del Bloco de Esquerda, cuya coalición desbancó a los conservadores de Passos Coelho, el mejor alumno de los ajustes impulsados desde Bruselas y Berlín. El conservador Passos Coelho había recibido incluso las felicitaciones de sus homólogos, pero la unión de los tres partidos de izquierda –en un acuerdo basado en revertir parte de los ajustes– lo dejó en la oposición.
En Dinamarca también pactaron la segunda y la tercera fuerza para sacar del poder a la socialdemocracia, que había vencido en los comicios.
Bélgica tiene una de las coaliciones más extrañas, pero tras un año en el poder se mantiene estable. La primera fuerza política –nacionalistas flamencos– pactó con la tercera, la cuarta y la quinta. El primer ministro, el liberal francófono Charles Michel, sale del tercer partido. El gobierno conservador-liberal puso fin a los años del socialista Elio di Rupo, quien también había liderado una coalición.
Aquella alianza de Di Rupo tardó 541 días en formarse y unió a 6 partidos, todo el arco desde la centroderecha hasta la centroizquierda pasando por los liberales. Durante aquel año y medio el país fue dirigido por un gobierno en funciones con poderes limitados que no le impidieron, por ejemplo, firmar y ratificar el último tratado europeo (el de Lisboa), organizar una presidencia de la UE o mandar sus aviones a bombardear Libia. Tampoco gobiernan los ganadores en Letonia o Luxemburgo.
La Syriza griega de izquierda radical tuvo que pactar y gobierna con ANEL, de derecha nacionalista, mientras en Holanda comparten el gobierno los liberales de izquierda y los socialdemócratas.
La gran interrogante está en saber si los partidos españoles tendrán la cintura política de sus socios europeos. Álvaro Imbernón, analista del centro de estudios económicos y geopolítica Esade, explica a El Comercio que “tras estas elecciones España se ha acompasado al contexto europeo con más fragmentación y polarización en el Parlamento”.
Imbernón considera que “a corto plazo, las demandas de los nacionalismos periféricos y los intereses tácticos pueden complicar la gobernabilidad. En cualquier caso, solo es cuestión de tiempo que las demandas de reformas económicas y regeneración democrática e institucional encuentren cauce en un sistema multipartidista. Se acabó el tiempo de las grandes mayorías y comienza el de la transacción. No será un proceso rápido ni sencillo pero no tiene vuelta atrás. España no es diferente del resto”.
Tras la constitución del nuevo Parlamento, los partidos españoles tendrían hasta dos meses para ponerse de acuerdo en investir a un presidente. Si el proceso fallara, los españoles tendrían que volver a las urnas, previsiblemente, en mayo o junio del 2016.
Imbernón estima: “Tendremos gobierno si los partidos prefieren cruzar sus propias líneas rojas, especialmente los emergentes, a convocar nuevas elecciones”.