Las imágenes de las caravanas de camiones militares que transportaban ataúdes fuera de la ciudad de Bérgamo en Italia el año pasado fueron el testimonio desgarrador de los horrores del coronavirus. Un año después, los recuerdos siguen vivos.
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La ciudad mártir del coronavirus en Italia, que tuvo que recurrir a vehículos del ejército como servicio de pompas fúnebres, está sanando sus heridas.
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En pleno apogeo de la pandemia, el padre Marco Bergamelli recuerda que bendecía ataúdes cada diez minutos.
“Aquí estaba todo lleno de ataúdes, había hasta 132 alineados al pie del altar”, rememora el sacerdote mientras abre las puertas de la iglesia del Cementerio Monumental.
“Al principio, los camiones llegaban de noche, nadie debía saber que los ataúdes se enviaban a otra parte”, confiesa.
Los camiones militares sacaban hasta 70 féretros diarios de la iglesia para llevarlos a hornos crematorios de otras regiones porque las cámaras funerarias estaban llenas.
El horno crematorio de Bérgamo, que funcionaba 24 horas al día, era insuficiente, por lo que los ataúdes tuvieron que ser transportados a Bolonia, Módena y Florencia para ser incinerados.
Casi todo el mundo en Bérgamo ha perdido a un miembro de la familia, a un amigo, un colega o un vecino.
En el cementerio, suntuosos mausoleos de mármol colindan con pequeñas tumbas excavadas apresuradamente, la mayoría de ellas sin lápida, con carteles con los nombres y fotos de los fallecidos: este es el “Campo Covid” B1, reservado a las víctimas de la pandemia.
Solo en marzo, 670 personas murieron en Bérgamo, una ciudad de 120.000 habitantes, y casi 6.000 en toda la provincia del mismo nombre, llamada entonces la “Wuhan de Italia”. Una cifra 5 a 6 veces superior a lo normal, según el Instituto Nacional de Estadística.
“La gente veía partir a sus seres queridos con fiebre en una ambulancia y lo volvían a ver reducido a cenizas en una urna, sin poder despedirse”, lamenta conmovido, el padre Bergamelli, de 66 años.
“Como en los tiempos de la guerra”
“Era como en los tiempos de la guerra”, comenta el fraile capuchino, un poco demacrado tras un año tan difícil.
El primer ministro Mario Draghi, quien decidió el lunes confinar de nuevo la mayor parte de Italia para frenar la tercera ola de contagios, visitó este jueves la ciudad lombarda para rendir homenaje a las víctimas de la pandemia.
“Este lugar es el emblema del dolor de toda una nación”, dijo durante la primera Jornada Nacional en Memoria de las víctimas del coronavirus.
Un homenaje organizado mientras en el hospital Seriate, cerca de Bérgamo, la unidad de cuidados intensivos está de nuevo saturada, sus ocho camas están ocupadas por pacientes con covid-19, un dato que de todos modos no se puede comparar con el pico de la pandemia de hace un año.
Los pitidos continuos de los monitores cardíacos y el ronroneo de los ventiladores artificiales retumban en la sala.
“El COVID-19 ahora es más agresivo, son muchos los casos de la variante inglesa y los pacientes son más jóvenes”, explica preocupado Roberto Keim, de 59 años, director de la unidad.
Muchos se quejan de la lentitud de las autoridades para reconocer la gravedad de la crisis y del retraso con que se tomaron las medidas restrictivas, como prohibir reuniones sociales.
“A principios de marzo, las personas que asistían a los funerales de las víctimas de COVID morían a su vez pocas semanas después”, cuenta Roberta Caprini, gerente de la agencia funeraria Generali.
En primera línea
A Caprini, una joven de 38 años, le tocó de repente asumir en primera línea la gestión del negocio familiar, ya que su padre y su tío se contagiaron.
“Normalmente organizamos 1.400 entierros al año, pero solo en marzo del 2020 celebramos mil, es decir que en un mes realizamos casi lo de un año entero”, comenta.
Para que los familiares confinados en cuarentena pudieran dar el último saludo al fallecido, ella organizaba que el coche fúnebre pasara frente a las casas y los balcones y tomaba fotografías de los cuerpos.
Vivir el duelo era una tarea imposible para muchos bergamascos.
“Pasamos un mes sin saber dónde estaba el cuerpo de mi padre después de que el 11 de marzo muriera de COVID-19 a los 85 años en una residencia para ancianos”, cuenta Luca Fusco, presidente de la asociación Noi Denunceremo (Vamos a Denunciar).
Tres semanas después, su hijo Stefano, creó un grupo en Facebook, que al día siguiente tenía 4.000 seguidores y que hoy en día cuenta con 70.000 adhesiones.
Se han depositado 250 recursos a la fiscalía de Bérgamo para “dar justicia a todos los que han muerto por COVID-19”.
Después de la aparición de los primeros casos de coronavirus el 23 de febrero de 2020 en los ancianatos de Alzano y Nembro, en el valle de Seriana, colindante con Bérgamo, zona altamente industrializada, las autoridades tardaron 15 días para tomar la decisión de confinar la región lombarda, lo que desató “la pandemia no solo en Italia sino en toda Europa”, sostiene Luca Fusco.
“Nadie quería tomar una medida tan impopular, debido a que Lombardía produce el 22% del Producto Interno Bruto de Italia”, dice.
También el partido de fútbol entre el Atalanta y el Valencia en la ida de los octavos de final de la Liga de Campeones, disputado el 19 de febrero en Milán, fue considerado una “bomba biológica” al propagar el virus por buena parte del viejo continente.
“Los bergamascos se sintieron abandonados. Si las autoridades hubieran reaccionado antes, se hubieran podido salvar miles de personas”, asegura Fusco al rememorar errores y tragedias.
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