Corría el año 1940, los alemanes ocuparon el departamento francés de Maine y Loire. Una joven de nombre Noëlla Peaudeau, católica ferviente que no había cumplido aún los 20 años y a quien los invasores le resultaban intolerables, se alistó en la red gaullista de la resistencia francesa. Agente de intercambio, llevaba y traía mensajes, a veces armas, en su vieja bicicleta.
Es en la resistencia que conoció a su primer amor, Adrien Tigeot, con quien debía casarse en junio de 1943, si el jefe francés de la Gestapo, Jacques Vasseur, no los hubiera arrestado a ambos. Adrien fue torturado y fusilado. Antes de morir le envió una carta a su amada en la que le suplicaba que siguiera con su vida y se casara. Noëlla, que fue deportada al campo de concentración para mujeres de Ravensbrück, cerca de Berlín, no recibió la misiva hasta después de la liberación.
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Entre tanto, soportó los suplicios del campo de concentración, se salvó dos veces de la cámara de gas, vio morir a decenas de sus compañeras de cautiverio, hasta que fue liberada el 5 de abril de 1945. Pesaba 32 kilos y sufría de tuberculosis.
Vasseur, encargado de la represión de las actividades antialemanas en Francia, fue encontrado responsable de 230 muertes. Fue condenado en ausencia a la pena capital.
Noëlla, que a su regreso fue enviada a un sanatorio en Suiza para curar su tuberculosis, se casó allí con André Rouget, con quien tuvo dos hijos y una vida tranquila hasta que, en 1962, Vasseur fue capturado en la casa de su madre, donde había permanecido oculto durante 17 años.
En 1965, la entonces Noëlla Rouget, junto con otros 190 testigos, se debió enfrentar ante el tribunal a su antiguo torturador, quien negó todos los cargos que debían conducirlo directamente a la guillotina.
Es durante ese proceso que Noëlla, opositora ferviente y coherente de la pena de muerte, escribe una carta al presidente del tribunal pidiéndole que no le aplique la pena capital al acusado. Pese a sus súplicas Vasseur es condenado a muerte.
Noëlla emprende –pese al rechazo de sus antiguos compañeros deportados– una campaña para salvar al colaboracionista de la guillotina. No duda en enviarle una carta al entonces presidente, Charles de Gaulle, el 14 de enero de 1966. “... porque creo en mi país y su espíritu humanitario que lo llevará pronto a abolir la pena de muerte y porque creo en usted, general, a quien seguí con energía hace veinte años, le suplico que use su derecho de gracia a favor de Jacques Vasseur”. El indulto le fue acordado.
Hace una semana, Noëlla, una lúcida anciana de 100 años, recibió la Gran Cruz de la Legión de Honor. Pese a que Vasseur no se arrepintió jamás de sus crímenes, la gran dama repitió con convicción lo que les dijo a sus camaradas cuando le reclamaron por su pedido de clemencia: “Pienso, como Jean Rostand, que ‘la humanidad gana cada vez que en una conciencia el horror de destruir una vida clama más fuerte que cualquier otro acto repugnante’”.