Jerusalén. Murallas de piedra ocre bajo un cielo azul, rodeadas por casas construidas entre olivos, en la cima de las colinas. Una estampa de la Ciudad Vieja de Jerusalén, en Israel, que pronto podría incluir las cabinas y pilonas de un teleférico.
El gobierno israelí planea construir, para 2021, un teleférico para transportar a turistas a la Ciudad Vieja, donde se encuentran algunos de los lugares venerados por las tres religiones monoteístas. Costará 200 millones de séqueles (52 millones de euros, 58 millones de dólares).
El objetivo del gobierno es subsanar los problemas de tráfico y de contaminación provocados por el creciente número de visitantes, que se ha duplicado en casi cinco años en la Ciudad Santa y debería superar los cuatro millones en 2019, según el Ministerio de Turismo.
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“El teleférico permitirá un acceso fácil y práctico al muro occidental [Muro de las Lamentaciones, el lugar de oración más sagrado para los judíos] (...) y será una extraordinaria atracción turística”, declaró el ministro Yariv Levin en 2018.
Pero un grupo de arqueólogos, arquitectos y urbanistas lo considera una afrenta estética y arquitectónica.
Como el trazado propuesto para el teleférico cruza la parte oriental de la ciudad, los palestinos denuncian un intento más, según ellos, de materializar la ocupación de Jerusalén Este, cuya anexión por parte de Israel nunca ha sido reconocida por la comunidad internacional.
Los opositores recurrieron al Tribunal Supremo a finales de noviembre, poco después de que el gobierno diera luz verde al proyecto.
La obra comenzará cerca de la antigua estación de trenes otomana, en la parte occidental de la ciudad. Cuando haya terminado permitirá transportar a 3.000 visitantes por hora a la Ciudad Vieja.
La primera parada está prevista en el Monte Sión, una de las colinas de Jerusalén donde se encuentra el Cenáculo, donde supuestamente Jesús cenó por última vez con los apóstoles.
Las cabinas pasarán también por el pueblo de Silwan, un barrio palestino de Jerusalén Este.
“Sobre la cabeza”
“Normalmente este tipo de teleféricos se construye sobre espacios vacíos, no sobre la cabeza de las personas”, lamenta Abu Brahim, en su pequeña tienda polvorienta de Silwan.
En esta aldea, el teleférico pasará encima de unas 60 casas y la distancia entre los tejados y las cabinas será de 14 metros en algunos tramos, explica Fahri Abu Diab, director de la asociación de vecinos.
Las cabinas llegarán a un complejo turístico de varias plantas, cerca del Muro de las Lamentaciones, financiado por la asociación nacionalista israelí Elad.
Como muchos guías turísticos, Michel Seban está encantado con esta solución que, en su opinión, pondrá fin a los atascos en la Ciudad Vieja. “Aparcar se ha convertido en algo imposible, solo los autobuses pueden acercarse”, añade.
Pero, para los opositores, la quincena de pilonas de acero y las 72 cabinas de diez personas, previstas para circular a lo largo de casi 1,5 km, desfigurarán uno de los sitios más importantes en la historia de la humanidad.
La Ciudad Vieja y sus murallas están inscritas en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO y sus alrededores forman parte de un parque nacional, normalmente protegido por Israel.
“Jerusalén, no es Disneylandia”
“Hasta ahora, esta zona (...) era un lugar sagrado protegido estrictamente por la Autoridad de Parques Nacionales”, explica el arquitecto Gavriel Kertesz, quien ha dirigido varios proyectos alrededor de estas murallas.
“Jerusalén no es Disneylandia, su paisaje y patrimonio no están a la venta”, protestaron 70 arquitectos, arqueólogos y profesores universitarios israelíes en una carta abierta al gobierno, antes de la adopción del proyecto.
Y más de 30 arquitectos y académicos internacionales han pedido al gobierno que lo abandone, porque “un teleférico no es adecuado para ciudades antiguas cuyo horizonte urbano ha sido preservado durante cientos o miles de años”.
Para Hanan Ashraui, una alto cargo palestina, este proyecto es una “violación obscena de la cultura, historia, espiritualidad, geografía y demografía de Jerusalén”.
Un punto de vista compartido por oenegés israelíes como Emek Shaveh, que lo considera una politización de la arqueología en un contexto donde las organizaciones judías están aumentando su influencia en la Ciudad Vieja.
“El poder político se ha obsesionado tanto con la judaización de la ciudad que se olvidan de proteger esta Jerusalén que tanto aman”, estima el arqueólogo Jonathan Mizrahi, su director. “Los que aún son capaces de recordar lo que es único en Jerusalén se oponen a ello, tanto de izquierda como de derecha”.