("La Nación" de Argentina / GDA). Corre el año 2002. Es de noche y en el patio del colegio solo quedan adultos. Alguna vez fueron niños que corrieron hasta el cansancio por estas galerías, pero ahora son ex alumnos que se enfrentan, con el cuchillo entre los dientes, por la gloria efímera que brinda este tipo de torneos amateurs. Pablo Silva está preocupado. Su equipo pierde 1-0 y los minutos se desvanecen sin avisar. Atacan, defienden, atacan. Hasta que llega una falta esperanzadora. A poco segundos del final, en la puerta del área rival, él acomoda la pelota de la ilusión. El árbitro da la orden, sale el disparo y... barrera. "Se adelantó, se adelantó", el enérgico reclamo es en vano. La derrota, un hecho. Y su bronca, la musa inspiradora.
Silva necesita descargar su ira. Piensa, calcula, imagina. Necesita encontrar una solución para que no vuelva a suceder "esa injusticia". Un elástico es la primera opción, pero sería imposible de llevar a la práctica. Hasta que surge la gran idea: una espuma en aerosol. Luego de más de cinco años de "intermitente" trabajo junto con un especialista en químicos, este periodista devenido en inventor creó el producto 9.15, llamado así por la distancia reglamentaria que debe existir entre la pelota y los hombres rivales.
"Estaba solo con un químico. Nos juntábamos para probar y probar. No fueron cinco años vertiginosos, pero finalmente llegamos al producto. ¿Y ahora? Yo lo conocía a Grondona por el fútbol, pero no tenía tanto contacto. El profe Salorio, un gran amigo, me dijo que vaya a verlo. 'Si le interesa, te vas a dar cuenta. Y si no, vas a estar en un minuto afuera', me dijo. Pero le gustó y me brindó confianza desde el principio. Hay que decirlo: sin Julio Grondona, no hubiese existido el aerosol", cuenta el argentino Silva, sobre la Avenida Atlántica, a la altura del Posto 2 de la playa de Copacabana, en diálogo con canchallena.com.
Como un jugador de fútbol, esta creación argenta tuvo una carrera vertiginosa y rápida hacia el éxito. El 18 de septiembre de 2008, en un encuentro entre Los Andes y Chacarita, el árbitro Pablo Álvarez fue el encargado de cargar por primera vez el aerosol, que debutó oficialmente en los primeros minutos del segundo tiempo. Y el 12 de junio de este año, en el Arena Corinthians de San Pablo, el polémico Yuichi Nishimura se lo mostró al mundo por primera vez en el partido inaugural del Mundial Brasil 2014, donde se convirtió en una de las grandes sorpresas.
"Entre medio de hinchas brasileños, algo que no hubiese hecho en mi vida, cumplí con una promesa que me había hecho y llevé un alfiler para pincharme, para terminar de confirmar que era verdad. ¡Fue un éxito! Lo usó muy bien el japonés, más allá del arbitraje", confiesa el inventor, como con una especie de desahogo luego de varios años de intenso trabajo y lucha contra la burocracia de FIFA.
Es que la organización fiscalizadora del fútbol mundial tiene varios estamentos que no son fáciles de superar. Aunque el presidente de la AFA intervino para que el producto pueda funcionar primero en la Argentina y luego en la Conmebol, el salto a los planos internacionales debía ser aprobado por la International Football Association Board (IFAB), la encargada de la reglamentación de este deporte. "Es como cuando vos estás en un aeropuerto. Puede tener dos lugares muy grandes, llenos de posibilidades, pero para pasar de un lado al otro, necesitás atravesar la aduana por un pequeño lugar. Esto también es así", explica Silva, mientras dibuja su metáfora en una servilleta.
La Copa América, dos Mundiales juveniles y, finalmente, el último Mundial de Clubes fueron las pruebas que tuvo que pasar el aerosol. La respuesta positiva fue, para sorpresa del propio inventor, creciente. Es que las encuestas entre los árbitros arrojaban cada vez mejores resultados de aceptación: 84%, 94% y 100%.
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